miércoles, 1 de julio de 2015




    ¿Por qué pintar?  Porque te obliga a la honestidad y te educa en la disciplina.  Los límites se imponen, cada dificultad –en técnica pictórica, en perspectiva, proporción, composición material y simbólica- está ahí, frente a uno, dejando en claro con total contundencia nuestra mediocridad y nuestra torpeza.  En el proceso creativo, en el trabajo en sí, nuestra realidad se patentiza y aunque podamos frente a otros argumentar en nuestro favor y disculpa, en la soledad del taller y frente a nuestra (mala) obra, la verdad se nos ríe en la cara.

     ¿Por qué pintar? Porque aunque te inventes las justificaciones más elaboradas y presuntamente coherentes, cuando algo no sale NO SALE, cuando el color se rebela y se ensucia, la forma no se concreta, la imagen no expresa, cuando el conjunto provoca rechazo y decepción, no importa lo que digas lo cierto es que no alcanzaste a concebir la obra que buscabas, que hay que empezar de vuelta, que hay que bregar por los medios y los conocimientos para poder intentarlo mejor.  ¿Por qué pintar? Porque no te la pueden contar, ni otros ni vos mismo.  ¿Por qué pintar? Porque te hace vivir la vida en serio, asumiendo tus fallas y obligándote a pelear para superarlas.

     ¿Por qué pintar? Porque nos condiciona a los hechos y a la búsqueda de perfección.  Porque nos hace sinceros e inconformistas.  Porque nos hace personas más éticas.





     ¿Por qué pintar? Porque los hechos son hechos y aprendemos que un hecho sólo se rebate con otro hecho, no con dialéctica.  Una obra mediocre sólo se supera con una obra mejorada, con más trabajo, con más tesón, no con quejas o berrinches caprichosos de adolescente malcriado.  Porque un artista únicamente se define por su obra.  Y la obra –la Obra- es un hecho no un “concepto”, no un relato.  ¿Por qué pintar? Por cada obra, ¿por qué más?





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