Un par de
días atrás recibo en este blog, como comentario de mi trabajo, el siguiente
mensaje: “Tu "arte" es bastante malo... Imágenes comunes y corrientes
que no tienen NADA que decir.”
No es la
primera vez que recibo un rechazo despectivo tan directo, y si bien no diré que
no me dolió ciertamente no me sorprendió tampoco. Es un hecho que a mucha gente no le gusta lo
que hago. Pero lo que me detuvo a
reflexionar largo rato sobre la cuestión fue la identidad del emisor de la crítica:
una asociación de Historiadores del Arte (así se presentan), que se dedica a
dar cursos y a organizar viajes culturales.
La crítica no venía con firma individual sino con el logo de la
institución, así que supongo que el repudio era de todos los integrantes del Centro
de Cultura y Arte “XXXX” (nombre que me reservo para no lucir tan vengativa).
Aun a riesgo de que se interprete que hablo
con malicia, movida por el rencor a su juzgamiento negativo (lo que probablemente sea el punto), lo
primero que concluí es que –¡vaya novedad!- estos historiadores y críticos de
arte viven de cobrarle a los artistas por los cursillos que imparten y de fungir
como agencia de viaje especializada en itinerarios seudo-intelectuales (no necesito que me señales el David de Michelangelo, lo se reconocer, gracias). Cito de su página web
oficial:
“…XXXX,
Centro de Cultura y Arte es una entidad académica que nace de la inquietud de
profesionales en Historia del Arte para difundir los conocimientos en esta
disciplina. (…) Así pues, aquí ofrecemos ilustrados recorridos por la historia
del arte, conociendo las causas que provocaron la creación de las principales
obras y su significado en cada cultura, de la mano de especialistas, en su
mayoría, egresados del Instituto de Investigaciones Estéticas y la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad XXXX (…)
Nuestros viajes son guiados por historiadores de arte, con quienes, no
sólo se conocerán las ciudades y se contemplarán paisajes espectaculares, sino
que, rebasando por mucho a los guías tradicionales, se aprenderá sobre las
corrientes de pensamiento y los estilos artísticos admirando las obras en
vivo…”
¿Cómo
llegué a que me den una crítica gratis de mi obra (el quid aquí es “gratis”)?
Pura casualidad. Ellos me enviaron una gacetilla de prensa publicitando sus cursos y yo tengo por costumbre a cada
entrada que ingreso a mi blog remitirla por mail a tres o cuatro contactos de mi
correo personal, a modo de difusión personalizada. Se ve que no les gustó ni mi mensaje ni mi
obra y, probablemente, ni mi existencia en el planeta. Y me lo hicieron saber generosamente (¡sin cobrarme nada por su valoración estética!).
De todas
maneras, siendo personas formadas en la disciplina y yo no, ellos académicos
diplomados y yo lega autodidacta, evidentemente deben tener razón y lo mío es
muy malo, ergo estoy perdiendo el tiempo (y
mucho dinero) con mi empecinamiento necio en el arte. ¿Pero qué tengo que hacer? ¿Dejar de pintar? ¿Tomar un curso con ellos? ¿Qué se hace frente a la crítica nefasta,
negativa y de clara intención destructiva?
¿Qué se hace?
La
primera reacción es la tristeza -no niego que un poco tinta de enojo-. Uno lo siente como una injusticia, como algo
dado sin debido fundamento. Pero toda mi
obra está en el blog, y si esta gente me informa que lo mío es bastante
malo precisamente en el blog es porque han considerado mi trabajo en su
integridad. Mi argumento de que es
injusto o sin fundamento se cae.
Después, cuando a uno se le pasa un poco el fastidio, empieza a analizar
más racionalmente la cuestión. ¿Soy
vulgar? ¿No trasmite nada mi
trabajo? ¿Es algo corriente, simple, prescindible? Y si lo fuera, ¿es menos auténtico? Quizá yo no tenga nada que decir, que mi
única misión sea dejar un legado de simpleza y vulgaridad.
Al rato, uno pasa a considerar qué mueve a alguien, quién sea, a dar una crítica tan contundentemente
negativa. Suena como reacción a una
ofensa. ¿Tan grave fue enviarles una
entrada de mi blog? ¿Qué dije tan terrible que provocó una réplica de tal violencia destructiva? Y si sigo el análisis en esa línea de pensamiento, ¡que confianza hay
que tener en la certeza de las propias capacidades para poder defenestrar sin
piedad al otro! Que infalibilidad, que
conciencia de la propia superioridad, ¡que ser sabedor de su propia absoluta
superioridad! Que alguien de tan elevada
existencia se tome la molestia de criticarme es algo que debería honrarme.
Una de
mis voces se mete en mi análisis y, con aburrimiento, me dice que si yo me la paso arguyendo que críticos e historiadores viven de sacarle plata a los artistas,
como no van estos a ponerse en mi contra a ver si dejo de cascotearles el rancho.
Otra de mis voces cita a George Steiner
“Al
mirar hacia atrás, el crítico ve la sombra de un eunuco. ¿Quién sería crítico
si pudiera ser escritor?” Gran
verdad... Puesta a elegir prefiero seguir siendo una artista muy mala, vulgar, sin nada que decir, antes que subirme a un pedestal donde no haré nada más que criticar a los otros que sí hacen algo, que sí se arriesgan, que sí intentan crear -aunque al cabo no lo logren-.
Y la tercera de mis voces, la más amable y rubia, me recuerda la sabiduría de Twain: “Nunca discutas con un estúpido, te hará
descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario