-Tenés
que cambiar tu forma de pensar.
Concentrarte en la marca, en eso que ustedes llaman “la firma”.- Arrancó, mientras me agarraba del brazo para
caminar a la par las dos cuadras que me separaban de mi destino y que él se
empeñó en compartir conmigo al salir del Starbucks. Pocas cosas me molestan
tanto como caminar con alguien agarrado del brazo. Me transporta a mi niñez y a la imagen de dos
vecinas mayores, italianas ellas, que en sendos batones floreados se paseaban
del brazo escudriñando con seño amenazante el precio de la fruta y de los
tomates en los distintos puestos de la feria de los jueves en mi barrio. No me
gustaban esas mujeres, no me gustaban sus batones y decididamente no me gustaba
la postura de monstruo dual que adoptaban al moverse con sus codos
entrecruzados. Él sabe que odio que me
agarren del brazo. Y precisamente por
eso lo hace. Forcejé un poco para
liberarme pero había demasiada gente, alguna conocida, y si algo odio más que
caminar del bracete es llamar la atención por cualquier motivo. Resignada, acepté el contacto y marché rígida
y falsamente impasible por Lavalle
con él.
-El
concepto es el mismo aunque vos no lo quieras ver.
Ya lo hizo Picasso y tu adorado Dalí, que no podés negar que aplicaron
técnicas clásicas de marketing a sus carreras.
Hoy lo hacen Hirst y Koons. Es lo
mismo bajo distinto nombre. Se
profesionalizó, le re-bautizamos branding, pero es el mismo criterio y se busca
lo mismo. Reconocimiento, prestigio y
precio. Fin de la discusión.
Yo no
estaba discutiendo. Y por supuesto no
compartía su opinión (aunque, quizá, en alguna recóndita parte de mi cerebro
sabía que era cierta). Pero me sublevó
que metiera en la misma bolsa las cebollas con las peras para arruinar la
pureza de los sabores (¡zaz! la imagen de
los batones me metió el espíritu feriante y comparaciones verduleras). Caí
en la trampa y rebatí su punto:
-Picasso y
Dalí eran artistas reales, con
talento real. Hirst y Koons no sólo no
saben dibujar sino que ni siquiera intervienen en forma personal en la
realización de la obra. Dalí creaba, Koons fabrica a través de operarios.
Vos careces de la debida sutiliza para notar la diferencia, pero no por
eso deja de existir un abismo entre ellos.
La obra de Picasso hubiera
igual perdurado sin marketing, la de Hirst
dejará de existir cuando se acabe la parafernalia artificial que la
sostiene. El arte tiene que ver con la
inmortalidad, y Hirst y Koons son dos muertos hediondos aunque
vos hayas perdido el olfato; sólo materia para la descomposición.
-¿Y
si lo que vale es el conjunto?- susurró sibilante como
una víbora en mi oído. –La obra, el artista, su manera de entender
el arte, el modo en que vive su vida… El
todo, todo el tiempo…
Afortunadamente llegué a mi destino y pude frenarme y deshacerme de su
brazo. Tenía esa sonrisa satisfecha que
evidencia que sabe que me ganó la discusión porque logró sembrarme una duda.
¿Dónde había comenzado esto? En
un café compartido y en su insistencia de que contrate un community manager, que abra cuentas en Facebook y en Pinterest
y le permita acceder a ellas, a este blog, a mi Twitter y a mis correos dándole mis contraseñas y la libertad de
actuar publicitariamente en mi nombre.
Le besé la mejilla en contundente despedida y le repetí:
-No.
Como si
hubiera una acción de contrapeso, cuanto más me fastidian con el “deber ser” reacciono automáticamente
siendo “más yo”. Sé que es infantil, que la mar de las veces es estúpido, pero es lo que hay.
Y fue la # 10 la vía de canalización del refuerzo de mi obstinada
identidad frente a la corrosiva acción de las múltiples certezas de la
publicidad sembradas en mi inconsciente.
¿Por qué
no hacer un retrato como los de antes, cuando me decían que no tenía ningún
valor plástico hacer retratos? ¿Por qué
no hacer precisamente eso que me gusta, que me ha gustado siempre, pero que
dejé de hacer porque se supone que el arte es lo que les gusta a los otros y no
a uno? Así que volví para atrás y me
complací remolonamente y sin culpa. La # 10
es para mí.
La máscara de Casanova,
un clásico Bogart, plumas,
lentejuelas y pompones. Esa soy yo. Sin community
manager de por medio.
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