sábado, 18 de julio de 2015



   -Tenés que cambiar tu forma de pensar.  Concentrarte en la marca, en eso que ustedes llaman “la firma”.-  Arrancó, mientras me agarraba del brazo para caminar a la par las dos cuadras que me separaban de mi destino y que él se empeñó en compartir conmigo al salir del Starbucks. Pocas cosas me molestan tanto como caminar con alguien agarrado del brazo.  Me transporta a mi niñez y a la imagen de dos vecinas mayores, italianas ellas, que en sendos batones floreados se paseaban del brazo escudriñando con seño amenazante el precio de la fruta y de los tomates en los distintos puestos de la feria de los jueves en mi barrio. No me gustaban esas mujeres, no me gustaban sus batones y decididamente no me gustaba la postura de monstruo dual que adoptaban al moverse con sus codos entrecruzados.  Él sabe que odio que me agarren del brazo.  Y precisamente por eso lo hace.  Forcejé un poco para liberarme pero había demasiada gente, alguna conocida, y si algo odio más que caminar del bracete es llamar la atención por cualquier motivo.  Resignada, acepté el contacto y marché rígida y falsamente impasible por Lavalle con él.

  -El concepto es el mismo aunque vos no lo quieras ver.  Ya lo hizo Picasso y tu adorado Dalí, que no podés negar que aplicaron técnicas clásicas de marketing a sus carreras.  Hoy lo hacen Hirst y Koons.  Es lo mismo bajo distinto nombre.  Se profesionalizó, le re-bautizamos branding, pero es el mismo criterio y se busca lo mismo.  Reconocimiento, prestigio y precio.  Fin de la discusión.

   Yo no estaba discutiendo.  Y por supuesto no compartía su opinión (aunque, quizá, en alguna recóndita parte de mi cerebro sabía que era cierta).  Pero me sublevó que metiera en la misma bolsa las cebollas con las peras para arruinar la pureza de los sabores (¡zaz! la imagen de los batones me metió el espíritu feriante y comparaciones verduleras). Caí en la trampa y rebatí su punto:

  -Picasso y Dalí eran artistas reales, con talento real.  Hirst y Koons no sólo no saben dibujar sino que ni siquiera intervienen en forma personal en la realización de la obra.  Dalí creaba, Koons fabrica a través de operarios.  Vos careces de la debida sutiliza para notar la diferencia, pero no por eso deja de existir un abismo entre ellos.  La obra de Picasso hubiera igual perdurado sin marketing, la de Hirst dejará de existir cuando se acabe la parafernalia artificial que la sostiene.  El arte tiene que ver con la inmortalidad, y Hirst y Koons son dos muertos hediondos aunque vos hayas perdido el olfato; sólo materia para la descomposición.

  -¿Y si lo que vale es el conjunto?- susurró sibilante como una víbora en mi oído. –La obra, el artista, su manera de entender el arte, el modo en que vive su vida…  El todo, todo el tiempo…

    Afortunadamente llegué a mi destino y pude frenarme y deshacerme de su brazo.  Tenía esa sonrisa satisfecha que evidencia que sabe que me ganó  la discusión porque logró sembrarme una duda.  ¿Dónde había comenzado esto?  En un café compartido y en su insistencia de que contrate un community manager, que abra cuentas en Facebook y en Pinterest y le permita acceder a ellas, a este blog, a mi Twitter y a mis correos dándole mis contraseñas y la libertad de actuar publicitariamente en mi nombre.  Le besé la mejilla en contundente despedida y le repetí:

-No.




     Como si hubiera una acción de contrapeso, cuanto más me fastidian con el “deber ser” reacciono automáticamente siendo “más yo”.  Sé que es infantil, que la mar de las veces es  estúpido, pero es lo que hay.  Y fue la # 10 la vía de canalización del refuerzo de mi obstinada identidad frente a la corrosiva acción de las múltiples certezas de la publicidad sembradas en mi inconsciente.

     ¿Por qué no hacer un retrato como los de antes, cuando me decían que no tenía ningún valor plástico hacer retratos?  ¿Por qué no hacer precisamente eso que me gusta, que me ha gustado siempre, pero que dejé de hacer porque se supone que el arte es lo que les gusta a los otros y no a uno?  Así que volví para atrás y me complací remolonamente y sin culpa.  La # 10 es para mí. 






   La máscara de Casanova, un clásico Bogart, plumas, lentejuelas y pompones.  Esa soy yo.  Sin community manager de por medio.







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