Sobre la fagocitación de traumas, complejos
y parafilias como sustento de la visión creativa (o sobre la inspiración).
Hace ya
muchos años, otro artista -en un cruce social y circunstancial- me comentó que
estaba yendo al Rojas, a un curso de
inspiración. El Centro Cultural Ricardo Rojas significaba para mí en ese momento
dos verdades contundentes: uno) era
el lugar de vanguardia donde “pasaban”
las cosas, y dos) esas cosas no me iban a pasar a mí ya que durante tres años
consecutivos habían rechazado mis carpetas y diversas postulaciones a su
espacio expositivo. Puede ser que por
eso yo entendiera que él iba a un curso de “respiración”
y diera por hecho que lo que hacía era yoga u otra de esas disciplinas medio
místicas por el estilo (que también se
impartían en el Rojas, en una
mistura kirtch cultural, hippie y levemente zurdosa).
Mucho después me sacó de la confusión burlándose
con amargura del tiempo perdido en esa experiencia fallida, ya que la
inspiración no era algo que pueda amaestrarse como a un perro faldero. Me
abstuve de decir que no me extrañaba que nada aprendiera pero que sí me dejaba
de piedra el que inicialmente creyera que algo así pudiera enseñarse. La inspiración
es materia fuera de currícula, carece de manual y de repertorio fijo, ¿cómo
puede alguien creer seriamente que le van a enseñar a inspirarse?
Discutimos sobre eso entonces y lo hemos seguido haciendo con el correr
de los años. Reconozco que todos vamos
elaborando sistemas internos y personalísimos para alimentar y sostener nuestra
capacidad creativa, que indagamos en concreto de dónde nos vienen las
ideas para apuntalar ese sector de la psiquis. Pero es algo muy de uno, y que difícilmente funcione
(o se entienda) por fuera de nuestra particular existencia.
En mi caso, mi creatividad está amarrada fuertemente a mi memoria visual, lo que
atribuyo a mi condición natural de dibujante.
Quien dibuja observa, constantemente, todo su entorno. Se mira, se analiza, se conserva la
imagen. Y ese archivo puede entrar en
ciertos momentos en cortocircuito y generar una imagen nueva, única, derivada de
mezclas y superposiciones, que se transforma en la visualización de esa obra
inexistente que debemos de inmediato
concretar en tela o en papel. Supongo que
el disparador también tiene que ver con recuerdos, aunque quizá ya no sean
visuales sino emocionales, porque surge una necesidad física de hacer, de emprender la acción creativa.
Ahora bien,
ese archivo interno existe con
independencia de nuestra voluntad y difícilmente controlamos los sentimientos
que nos arrastran en vorágines que suelen ser inoportunas la mar de las
veces. Esos cortocircuitos son
ingobernables, lo máximo que puede uno
hacer es dedicarle espacio para que se produzcan, garabateando sin propósito, jugando con
los colores, a la espera de que ese click mágico se produzca y por un instante ver con
claridad lo que no existirá hasta que nos pongamos a hacerlo.
La inspiración es la convicción en ese
futuro que como presente no existe, el dar por hecho lo que todavía no hicimos. Como un déjá
vu pero al revés, la bola de
cristal, una epifanía (si, ya sé, más
bien una alucinación psicótica), la profecía de lo que habrá de ser.
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