La totalidad de las imágenes que se reproducen en este blog corresponden a obras de mi autoría.
miércoles, 30 de septiembre de 2015
lunes, 28 de septiembre de 2015
Un nuevo
derrumbe en mi taller (estaba buscando lo
que quedó de un mazo de cartas que fuera diezmado por mis máscaras) puso en
mis manos material viejo que reseña el intercambio de mails que precedió a la
venta de Que dios detrás de Dios la trama empieza…
La persona
que finalmente lo adquirió vivía en Córdoba,
y tras ponernos de acuerdo vía internet, viajó desde su provincia hasta mi casa
para concretar la operación. Hasta el
día de hoy sigo sorprendida de la cantidad de molestias que se tomó para
hacerse con mi obra. Ya conmigo (vivía yo por entonces en un departamento de
primer piso por escalera) le mostré algunas otras obras y terminó comprando
también Estudio sobre la Dominación (obra de la que me han quedado sólo fotografías espantosas).
Con el
correr del tiempo quise volver a contactarla, pero la mudanza a dónde vivo
ahora y el creciente amontonamiento de mi reducido taller actual, hizo que
perdiera registro de sus datos. Ayer por
casualidad di con mis apuntes en uno de mis cuadernos de trabajo y hasta recuperé
la data de lo que había comentado ella en su propio blog sobre este asunto:
https://cuarentaypico.wordpress.com/2006/07/28/quiero-este-cuadro/
Nueve
años después (cómo corre el tiempo, es
una vulgaridad pero así de cierto) revivo la emoción que fue su interés por
mi trabajo y esa sensación que me dejó en el alma de que no estaba haciendo las
cosas tan mal si provocaba que alguien se tomara un avión para reunirse con mi
obra. Sé que entonces le di las gracias
en persona, y por si esto llega hasta ella hoy, tanto tiempo después, le sigo
muy agradecida. Uno puede creer en el por
qué hace las cosas que hace, tener esa íntima convicción que nos justifica,
pero que alguien más lo crea… ¡es como haber llegado a algún lado!
Espero
que no haya cambiado su mail, que este recuerdo la alcance y le provoque aunque
sea una sonrisa de grata remembranza. Y si están
ahí, con ella aun, le comente a Que dios… y a Estudio… que desde Lanús se les manda saludos.
domingo, 27 de septiembre de 2015
sábado, 26 de septiembre de 2015
Así se desarrolla mi línea de pensamiento un
sábado a la mañana.
Agrego el reloj con su linda cadena dorada
a mi Conejo
y, ¿a quién puede caberle duda?, se
mantiene erguido los cincos segundos que requiere el más estricto suspenso y
allá se va de panza al suelo.
-Si yo
hubiera estudiado arte sabría cómo solucionarlo- me digo con reproche. –En Escultura I debe haber una materia específica
sobre los contrapesos…
Porque evidentemente el problema es el
contrapeso… contrapeso… peso… ¡un peso!
Y por pura lógica le inserto una moneda de un peso en el pompón del
rabo.
Contrapeso
con un peso. Hasta ahora mi Conejo
no volvió a irse de panza. Así
funcionamos los autodidactas: prueba/error.
¿Suena tan descabellado?
viernes, 25 de septiembre de 2015
Escuchaba hace unos días en la radio que era
aconsejable desafiar al cerebro como terapia preventiva del Alzheimer. Evitar el achanchamiento cómodo de lo
conocido. Que el horizonte sea un balcón, como
canta Sanz.
Así que tomo los arrebatos de frustración
e ira que me provoca el Conejo con reloj aliciano como tratamiento terapéutico
para agilizar mis neuronas, aunque se me deteriore el carácter y extinga el
buen humor.
Mi Conejo es reacio al equilibrio. No hay forma de convencerlo. Los juegos de contrapeso son precarios y
apenas duran lo que tardo en agregar una pincelada espesa en una u otra
dirección. Como el buhito del Candy
Crash, tengo que alternar un toque rosa en la nariz con una veta blanca
en el pompón del rabo porque si no ¡panzazo! Otra vida perdida…
Reconozco que hay cosas que me sí me gustan
(aunque ninguna de ellas contribuya al
equilibrio). El posicionamiento de
los ojos, el sombreado de las pestañas, los bigotes que quedaron
sorpresivamente simétricos. Las manos
que si en volumen vamos que venimos y no dejo de retocar, la gestualidad está
cerca de lo que buscaba.
Y está el asunto de las texturas. Es interesante comprobar cómo siguen vigentes
las palabras que me dijera un viejo pintor de Lanús cuando, siendo muy
chica, lo mío era pintar sólo gatitos: “Que el pincel vaya en la dirección del
pelaje; pintalo como si lo estuvieras acariciando.” Con mi Conejo no es el pincel sino el
aplicador de pintura dimensional, pero el truco funciona igual: ir en el
sentido –presunto- del pelo de un conejo.
Texturiza y sugiere sombras y profundidades (a más de disimular uniones
y defectos de la cartapesta).
Como con mis Bandejas Enmascaradas, la
cuestión sigue siendo los dichosos ángulos y los variables puntos de vistas,
que en el Conejo hay 360 grados de
posibilidades.
Le falta trabajo todavía, pero supongo que
mi cerebro demasiado acomodado al papel plano ha tenido suficiente zarandeo
como para permitirme la licencia de volver por un rato a la placidez segura de
las dos dimensiones. Dibujar como recreo.
miércoles, 23 de septiembre de 2015
Cantos de sirena al dormirme
si sé que me despierto con tu amor
cantos de sirena al dormirme
si sé que me despierta tu calor
cuando me miras despacio
haces que se pare el tiempo
sólo cerrando los ojos
puedo sentir la canción
si sé que me despierto con tu amor
cantos de sirena al dormirme
si sé que me despierta tu calor
cuando me miras despacio
haces que se pare el tiempo
sólo cerrando los ojos
puedo sentir la canción
Inma Serrano, Cantos de Sirena
“Me
llaman Odiseo y unos dicen que tal nombre se deriva de ´jefe´ y otros de
´lobo´, pero yo estoy mejor informado… es ´el odiado por muchos´. ¡Bien se
cumplió en mí esa profecía! He sido jefe
y lobo, sin duda, pero ante todo he sido odiado por muchos: me alivia pensar
que volveré a ser Nadie, como en la cueva de Polifemo, y que tal es quizá mi
verdadero nombre.
A fin
de cuentas ¿qué héroe puede serlo realmente y no granjeare el odio de los
muchos? (…) Descubrí un secreto mortal
que los hombres no me han perdonado ni
quizá me perdonen jamás: no hay arma tan aniquiladora como la red de las
palabras, como la urdimbre razonable que penetra todas las corazas y desvía la
amenaza de los más fuertes brazos. Ya el
mundo antiguo es imposible y todos me culpan de ello, sólo porque me he
adaptado demasiado
bien al bífido manejo de las encrucijadas verbales. (…)
Casi siento lástima (no sé si de mí mismo o de los otros) al decirlo:
soy el más fuerte. Cuando navegamos
frente a las rocas donde acechan las sirenas, hice taponar con cera los oídos
de mis compañeros y pedí que me ataran al palo mayor, para no arrojarme a sus
musicales garras; pero nunca he contado lo que de veras oí entonces. Pues bien, no oí nada: sin duda las sirenas escuchaban.
Entonces rompí a cantar.”
Fernando Savater, Criaturas del aire – Monólogo séptimo: Habla Ulises Alfaguara S.A. Buenos Aires 2004 páginas 35/38
-¡Son
cantos de sirena!- me
grita. -¡Te están distrayendo!
No es cierto. Yo me distraigo sola, que no necesito provocación
externa para perderme tras una docena de cosas a la vez.
Y lo que no entiende es que las sirenas –como cuenta
Savater le sucediera a Ulises-
no me están cantando sino que soy yo quien les parlotea para convencerlas de que se suban
a mis planes. Yo les canto. ¿Estoy
confundiendo sirenas con musas?
Probablemente, pero ¿no era que teníamos que fabricar mitologías? Bueno, yo mixturizo todo, hasta los mitos.
martes, 22 de septiembre de 2015
No hay mal que por bien
no venga, dice el refrán que es refrán porque es una obviedad todoterreno. Esta peste
que me ha tirado dos días en cama, que me amenaza con su larga compañía, y que
desbarató con crueldad todo mi plan de trabajo (aprontar la base de mis plagiarias Cuatro
Estaciones amarillas para laquear y luego arremeter con óleo; terminar la
primera etapa de mi Conejo con reloj
para dejar el ajuste de color y detalles al tiempo de cierre de toda la puesta),
me dio un bache para el regodeo literario y el análisis crítico.
El último viernes, siguiendo mi religioso
ritual de apostar a la magia (o al destino), revolviendo los cajones de usados
de una librería de calle Corrientes
topé con dos policiales de autor italiano: Maurizio
de Giovanni. No tenía referencia de
él, pero la reseña de la contratapa me lo reveló como el creador del Comisario
Ricciardi y de una trama situada en Nápoles en 1931 bajo el esplendor del fascismo.
Siempre dispuesta a conocer gente nueva –mientras sea de papel- me traje los
dos títulos que había. El apestamiento que
me obligó a mantener la cabeza bajo varias almohadas rehuyendo de la luz me dio
tiempo en los baches que recuperé la
capacidad de abrir el ojo sano (mi ojo
con uveítis sabe independizarse y permanecer cerrado sin que requiera mi
atención) para dedicarme a la lectura.
Cuando me agotó el cansancio de mi forzada condición de cíclope, la
inacción a oscuras me permitió demorarme en el análisis literario y en ese delicioso
juego de la intertextualidad.
Mi nuevo conocido, el Comisario Ricciardi, no
sólo ve sino que escucha a los muertos en su última manifestación de vida. La referencia inmediata es Charlie
Parker, el personaje (ex policía, detective privado en Maine) de John Connolly. ¿Quién copia
a quién? Diría que De Giovanni a Connolly,
porque de Charlie Parker ya he leído media docena de títulos, circulan
varios más, y es un best-seller a lo americano de lo más publicitado. Pero Connolly
es casi diez años más joven que De
Giovanni, por lo que uno tiende a pensar que quién corre detrás
mira al de adelante. Pero la realidad es
que aunque los personajes pueden referir a un canon común (“veo gente muerta” como el nenito de Sexto
Sentido) el desarrollo de cada escritor es completamente distinto y
fascinante a su única y personal manera.
Connolly es irlandés -aunque ahora esté radicado en EEUU, escriba en ese contexto y su
personaje sea norteamericano-, y su carga poética se le cuela en cada
frase. Charlie Parker es un
personaje romántico, decadente, torturado pero con fe, alguien que vive en la
oscuridad pero aspira a la luz. Charlie
Parker es –como su autor describe en uno de sus títulos más complejo y
místico- uno de los ángeles caídos. En
cambio, el Comisario Ricciardi es…
italiano. Tal y como son los
italianos que he conocido en Baires,
esos que emigraron tras la guerra: duros, práctico, poco sentimentales,
carentes de paciencia y sutilezas sociales.
El Comisario Ricciardi es también un ser torturado pero sin
esperanza, triste y visceral, un
personaje carente de vuelo poético, absolutamente terrenal. Uno y otro hablan con los muertos (de hecho, los escuchan) pero fuera de esa
coincidencia son completamente distintos y sus autores dos magníficos
escritores que partiendo de un mismo punto desarrollan universos propios y
claramente identificables.
En esta medio ceguera que me malhumora y me
demora en mis cosas, he estado deleitándome con el descubrimiento de un nuevo
autor al que habré de perseguir hasta obtener toda su producción. Concluí en uno de mis tantos análisis en
forzada oscuridad que debo leer más autores italianos, ya que hay muy pocos en
mi biblioteca (y no cuento a Eco, porque este ya es un pariente y su
estilo me es tan natural que no le reconozco nacionalidad).
Es un hecho que la obra de un autor
destila su realidad, su país, su tiempo;
que si uno lee con cuidado y la cabeza abierta se puede descubrir la idiosincrasia
real de los pueblos a través de su (buena) literatura. Y jugar después a la
inversa: leyendo un texto tratar de descubrir la identidad de su autor por la
forma en que cuenta su historia. En las artes plásticas es fácil (al menos para los que nos dedicamos a ella) descubrir nacionalidades viendo la obra de distintos artistas
(tanto por el uso del color, los estilos, las posturas ideológicas en el
discurso); pero si uno presta atención en la literatura pasa lo mismo. Será que uno es siempre quién es, y si es
honesto y auténtico en su obra –plástica o literaria- se nota. Tal vez esa sea la meta real de cualquier
creador: deschavarse.
Y
tratando de poner al mal tiempo buena cara (la
peste me vuelve decididamente cursi), ya que no podré pintar en la medida que quiero -la uveítis
me impide la minuciosidad y los largos ratos de trabajo- voy a desquitarme
estos días completando mi biblioteca.
Post data: si alguien lee esto y le entra curiosidad por un policial entretenido
y bien escrito, los de John Connolly
son un número seguro. Y si lo esotérico de la trama puede en algún momento
agobiar, se compensa con dos personajes habituales, Angel y Louis,
asesinos ellos redimidos en violentos vengadores éticos, absolutamente cínicos e
implacables, leales amigos de Charlie Parker y consolidada pareja gay, que son,
a mi humilde criterio, unas queribles criaturas literarias destinadas a la
inmortalidad. Soberbios.
sábado, 19 de septiembre de 2015
jueves, 17 de septiembre de 2015
Afactys,
red de profesionales de arte y cultura publicó hoy en su sección Noticias un artículo sobre mi
trabajo.
A más de
emocionarme el que me hayan prestado atención y tan generosamente refieran su
interés por mi obra, me fascinó hasta el alucine el título que le pusieron a la
nota: “La aventura de arriesgar por lo que amas.” Aunque realmente sé
que no hay nada heroico en mi pasión por el arte y que lo mío va más de
hedonista que de mártir (¡no hay nada más placentero que la acción meramente
creativa, el juego lúdico del arte!), siento que hay una cuota de
verdad en eso de tomarse la vida como una aventura enfocada en aquello que
amamos hasta el tuétano de los huesos.
Es una sensación de completitud absoluta. Y pese a que el resto del día ha sido un
infierno de realidades (ingratas),
descubrir esta publicación bajo semejante título ha tornado mi jornada en indiscutiblemente
maravillosa. ¡Gracias Esther!
¡Gracias gente de Afactys!
miércoles, 16 de septiembre de 2015
Fue una
batalla de sentido común contra sentido común.
Mi imprentero me hablaba de costos: un sistema de impresión que permite pocas cantidades deriva en un
costo por catálogos de doce pesos cada uno; el sistema tradicional permite
hacer una gran cantidad a un peso con treinta y dos centavos la unidad. Yo sostenía que hacer dos mil quinientos
catálogos para un evento de arte de tres días es un desproporcionado acto de
fe: difícilmente pueda repartir ni el 5% de esa cantidad entre un eventual
público asistente a la muestra. Aunque
más barato hacer 2500 catálogos es condenar dos mil cuatrocientos a la
basura. Soy realista, la cultura en
general y la plástica en particular no son actividades que convoquen a las
masas. ¿Para qué quiero tantos? Mi sentido común estima un número por demás suficiente
unos doscientos catálogos; mi imprentero quiere que ahorre por unidad aunque
tire el 95% de la producción.
Evidentemente
los dos teníamos razón en nuestras respectivas posturas y el único final lógico fue no hacer nada. Así que mi proyecto
de catálogo de las Bandejas Enmascaradas quedará como fallido, otra buena
intensión para empedrar la senda infernal.
Para el recuerdo mi chapucero diseño
inicial:
martes, 15 de septiembre de 2015
Para algo sirve Twitter (ya escucho las exclamaciones indignadas);
tenía registrado que hoy era el aniversario del nacimiento de Adolfo Bioy Casares pero no recordaba
la coincidencia con el de Agatha
Christie. Como corresponde a todo lector ideal (Eco dixit) mi encuentro con ambos signó la magia
perfecta de una literatura destinada a la eternidad. Las primeras historias de Agatha Christie llegaron a mis manos
allá por mis quince años, y a estas alturas he leído (más de una vez) todas sus novelas y un par de libros de memorias y
apuntes personales. A Bioy llegué obviamente por Borges y hoy es casi un pariente.
Por ese
juego de asociaciones libres cuando vi la foto de ambos en Twitter esta mañana
me vinieron de inmediato dos novelas a la cabeza: Dormir al sol (mi favorita entre la obra de Bioy Casares, novelita absolutamente de-li-cio-sa, compartiendo “la señora”
y la perra el mismo nombre y similar destino) y Maldad bajo el sol (una
donde Christie hace elegante uso de
su experiencia de campo como esposa de arqueólogo). Las tramas son completamente distintas, los
estilos incomparables, el marco geográfico del todo dispar, pero ambas me produjeron
al leerlas (por primera, por segunda, por
tercera vez…) el mismo placer absoluto que me produce evocarlas en este
momento. Somos definitivamente los
autores que amamos y los libros que nos han mejorado.
Feliz
cumpleaños a ambos allá en su cielo literario de los grandes escritores.
Post data: ya busqué ambos libros en mi biblioteca y los
bajé a mi mesa de luz. Maravilloso don
de poder revivir el placer de las letras cuantas veces se nos antoje. El auténtico paraíso.
lunes, 14 de septiembre de 2015
Voy a
contradecirme con conciencia de contradicción: ser autodidacta es una bosta. Me explico.
Mi
formación ha ido conmigo desde el vamos, siguiendo el camino de mis
preferencias y afinidades lógicas. Como
dibujante natural, arranqué por el dibujo y acabé en la pintura. La pata floja de este asunto ha sido siempre
lo tridimensional: me debo la escultura. Alguna vez pensaron que era un chiste
estúpido mi afirmación de que me adiestré para ver todo en dos dimensiones,
pero es absolutamente así. Yo miro y veo
sólo en alto y ancho, y trato de descubrir cuál es el truco de la luz y la comba de la línea que me convencen de que
la persona u objeto que tengo en frente tiene volumen. El universo es plano, el resto es trompe
l´oeil.
Resulta
que estoy colaborando con una amiga en la ambientación de un evento cuya temática
es Alice
in Wonderland. Cuando me lo propuso
entré en una especie de éxtasis alucinatorio.
Alicia ha sido desde siempre una de esas historias que
acompañan y signan mi existencia. Obviamente,
esto no tendrá nada que ver con mis Alicias, las iniciáticas…
Las mutantes…
O las que aguardan la Entrevista con el Vampiro…
Mi serie
de Alicia
no tendrá nada que ver con la recreación onírica de los personajes de Lewis Carroll aggiornados a una fiesta
familiar. Pero sigue siendo la
posibilidad de jugar con licencia amplia con esos viejos amigos de toda la
vida. Y acá estoy, descubriendo que me
falta formación escultórica. Aunque sea con
cartapesta y papier maché, aunque me permita los trucos que conozco para suplir
estructuras bases que ignoro, la tercera dimensión me desconcierta. Me pierdo, me distorsiono, ¡me frustro! Por algo que logro hay un revoltijo de brazos
y patas que pierden proporción, una cabeza que no se inclina según la
naturaleza y toda una figura que en vez de quedar de pie se empeña en irse de
panza.
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