“…Sarah Thornton, que se autodefine como socióloga
del arte , se metió en las casas y los estudios de los mayores artistas de la
época, nacidos en catorce países de los cinco continentes, para descubrir cómo
piensan y cómo viven, cómo gestan y cómo producen sus obras y, sobre todo, cómo
se relacionan con el mercado cada vez que uno de ellos sueña con el grito
salvador que acompaña al martillo de una subasta: ¡Vendido!
“En una esfera donde cualquier cosa puede ser arte,
dado que no existe una medida objetiva de la calidad, los artistas ambiciosos
deben establecer sus propios estándares de excelencia. Generar esos estándares no sólo requiere una
inmensa confianza en sí mismos: también requiere convencer a otros”, escribe Thornton: “Como deidades
competitivas, los artistas necesitan crear obras que atraigan seguidores fieles”.
Si en
la Edad Media el mercado del arte tenía a la Iglesia como origen y destino, y en
la edad moderna se convirtió en coto exclusivo de las aristocracias, desde el
siglo pasado es un fenómeno popular que exige figuras más reconocibles que sus
obras (…) “¿Qué es un artista? ¿Qué clase de artista es usted?” En
dos preguntas, Thornton increpa a estos creadores de mitologías y la posición
anti-intelectual de algunos (“un artista es alguien que hace arte”, le contesta uno para desesperación de ella) la conduce a concluir que aunque el mundo del
arte se presuma abierto al diálogo, la realidad evita las preguntas incómodas,
se aferra al desconcierto como sinónimo de genialidad inexplicable y se
resguarda del riesgo protegiéndose con las más poderosas razones metálicas: las
fuerzas del mercado.
Pero
los artistas no sólo hacen arte: crean mitos perdurables que construyen el inconsciente
colectivo de una época. Y si hacer cien
años Marcel Duchamp convirtió la creencia en una preocupación central del arte,
al proclamar que un mingitorio es una obra de arte y que los artistas tienen el
don de designar como arte cualquier cosa que se les ocurra, Thornton elige la
frase definitiva de aquel maestro para empezar su libro (33 artistas en 3 actos) y como testimonio de que el arte, más
que cualquier otra cosa, es un acto de fe: “Yo no creo en el arte. Creo en los artistas”.”
Nicolás Artusi
– Líneas de tiempo “Qué es un artista.
Cómo piensa, vive y gesta su obra un creador, a partir de un libro de Sarah
Thornton” La Nación Revista, edición
del Domingo 6 de Septiembre de 2015, página 107.
La
afirmación del autor del artículo que transcribí arriba respecto de que “…los
artistas no sólo hacen arte: crean mitos perdurables que construyen el inconsciente
colectivo de una época” me recordó una de las premisas con las que
suelo chocar cuando trato de conciliar
la publicidad con el manejo honesto de una carrera artística.
Eso de “crear mitologías” sigue
enojándome, pero se ve que muchos realmente dan por cierto que la ficción
prefabricada e intencional es parte fundamental en este asunto, que el artista debe propender al circo constante para
destacar de la competencia.
El artista por sobre la obra. No me gusta.
Me cuesta aceptar que sólo se
trata de ser más cínico, más manipulador y más descaradamente farsante para lograr que la obra categorice
como “arte”. Aun sabiéndome en minoría y contracorriente
rechazo como verdad incuestionable eso de que cualquier cosa es arte. No
lo es. Definitivamente.
Pero no soy una excepción. Ayer en Twitter leí una magnífica definición
de la mediocridad imperante derivada (¿alguien
tiene dudas?) precisamente de “arte
es aquello que el artista decide que lo sea”:
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