domingo, 6 de septiembre de 2015



     “…Sarah Thornton, que se autodefine como socióloga del arte , se metió en las casas y los estudios de los mayores artistas de la época, nacidos en catorce países de los cinco continentes, para descubrir cómo piensan y cómo viven, cómo gestan y cómo producen sus obras y, sobre todo, cómo se relacionan con el mercado cada vez que uno de ellos sueña con el grito salvador que acompaña al martillo de una subasta: ¡Vendido!

     “En una esfera donde cualquier cosa puede ser arte, dado que no existe una medida objetiva de la calidad, los artistas ambiciosos deben establecer sus propios estándares de excelencia.  Generar esos estándares no sólo requiere una inmensa confianza en sí mismos: también requiere convencer a otros”, escribe Thornton: “Como deidades competitivas, los artistas necesitan crear obras que atraigan seguidores fieles”.      

     Si en la Edad Media el mercado del arte tenía a la Iglesia como origen y destino, y en la edad moderna se convirtió en coto exclusivo de las aristocracias, desde el siglo pasado es un fenómeno popular que exige figuras más reconocibles que sus obras (…) “¿Qué es un artista?  ¿Qué clase de artista es usted?”  En dos preguntas, Thornton increpa a estos creadores de mitologías y la posición anti-intelectual de algunos (“un artista es alguien que hace arte”, le contesta uno para desesperación de ella)  la conduce a concluir que aunque el mundo del arte se presuma abierto al diálogo, la realidad evita las preguntas incómodas, se aferra al desconcierto como sinónimo de genialidad inexplicable y se resguarda del riesgo protegiéndose con las más poderosas razones metálicas: las fuerzas del mercado. 

     Pero los artistas no sólo hacen arte: crean mitos perdurables que construyen el inconsciente colectivo de una época.  Y si hacer cien años Marcel Duchamp convirtió la creencia en una preocupación central del arte, al proclamar que un mingitorio es una obra de arte y que los artistas tienen el don de designar como arte cualquier cosa que se les ocurra, Thornton elige la frase definitiva de aquel maestro para empezar su libro (33 artistas en  3 actos) y como testimonio de que el arte, más que cualquier otra cosa, es un acto de fe: “Yo no creo en el arte.  Creo en los artistas”.”

Nicolás Artusi – Líneas de tiempo  “Qué es un artista. Cómo piensa, vive y gesta su obra un creador, a partir de un libro de Sarah Thornton”  La Nación Revista,  edición del Domingo 6 de Septiembre de 2015, página 107.  



      La afirmación del autor del artículo que transcribí arriba respecto de que “…los artistas no sólo hacen arte: crean mitos perdurables que construyen el inconsciente colectivo de una época” me recordó una de las premisas con las que suelo chocar cuando  trato de conciliar la publicidad con el manejo honesto de una carrera artística. 

     Eso de “crear mitologías” sigue enojándome, pero se ve que muchos realmente dan por cierto que la ficción prefabricada e intencional es parte fundamental en este asunto, que el artista debe propender al circo constante para destacar de la competencia. 


     El artista por sobre la obra.  No me gusta.   Me cuesta aceptar que sólo se trata de ser más cínico, más manipulador y más descaradamente  farsante para lograr que la obra categorice como “arte”.  Aun sabiéndome en minoría y contracorriente rechazo como verdad incuestionable eso de que cualquier cosa es arte.  No lo es.  Definitivamente.




     Pero no soy una excepción.  Ayer en Twitter leí una magnífica definición de la mediocridad imperante derivada (¿alguien tiene dudas?) precisamente de “arte es aquello que el artista decide que lo sea”:








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