lunes, 14 de septiembre de 2015


     Voy a contradecirme con conciencia de contradicción: ser autodidacta es una bosta.  Me explico. 

     Mi formación ha ido conmigo desde el vamos, siguiendo el camino de mis preferencias y afinidades lógicas.  Como dibujante natural, arranqué por el dibujo y acabé en la pintura.  La pata floja de este asunto ha sido siempre lo tridimensional: me debo la escultura. Alguna vez pensaron que era un chiste estúpido mi afirmación de que me adiestré para ver todo en dos dimensiones, pero es absolutamente así.  Yo miro y veo sólo en alto y ancho, y trato de descubrir cuál es el truco de la luz  y la comba de la línea que me convencen de que la persona u objeto que tengo en frente tiene volumen.  El universo es plano, el resto es trompe l´oeil.

     Resulta que estoy colaborando con una amiga en la ambientación de un evento cuya temática es Alice in Wonderland.  Cuando me lo propuso entré en una especie de éxtasis alucinatorio.  Alicia ha sido desde siempre una de esas historias que acompañan y signan mi existencia.  Obviamente, esto no tendrá nada que ver con mis Alicias, las iniciáticas…
 
 

 Las traspasadas…

 


Las mutantes…

 


O las que aguardan la Entrevista con el Vampiro

 
 


     Mi serie de Alicia no tendrá nada que ver con la recreación onírica de los personajes de Lewis Carroll aggiornados a una fiesta familiar.  Pero sigue siendo la posibilidad de jugar con licencia amplia con esos viejos amigos de toda la vida.  Y acá estoy, descubriendo que me falta formación escultórica.  Aunque sea con cartapesta y papier maché, aunque me permita los trucos que conozco para suplir estructuras bases que ignoro, la tercera dimensión me desconcierta.  Me pierdo, me distorsiono, ¡me frustro!  Por algo que logro hay un revoltijo de brazos y patas que pierden proporción, una cabeza que no se inclina según la naturaleza y toda una figura que en vez de quedar de pie se empeña en irse de panza.

      Estoy descubriendo -mientras deterioro mi sistema nervioso y mi autoestima- que es verdad que la educación académica es útil proporcionando atajos.  Que uno aprende cosas que puede no interesarle o no usar durante años, pero el conocimiento es siempre una buena inversión.  Necesitaría retroceder en el tiempo y recapacitar el permanecer en la escuelita de Bellas Artes de Lanús un poco más de los dos escasos meses que soporté.  Aunque más no fuera por llegar de oídas a los fundamentos básicos del escultor, al a-b-c salvador que te impida que todas tus figuras tiendan con tal contundencia hacia el suelo.  Y ahí va mi Conejo con el reloj en una nueva demostración de la existencia de la ley de la gravedad.  Estoy gritando (otra vez).
 
 
 
 
 
 

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