jueves, 10 de septiembre de 2015


     El artista “espectáculo” versus el mísero artista autogestionado, de bajo presupuesto, condenado a la periferia intrascendente y al pluriempleo.

 


 
    El artista “espectáculo” es glorioso desde el vamos.  Es antes de ser.  Tiene un taller gigantesco, obviamente bien ubicado y mejor iluminado, donde dirige a otros que hacen el trabajo por él, ya que el artista “espectáculo” no tiene que saber ni dibujas ni pintar, ergo jamás sus bendecidos dedos tocarán  un lápiz o un pincel.  ¿Para qué?  El artista “espectáculo” no tiene necesidad de ser artista

    El artista “espectáculo” tienen un séquito de asesores que le indican los colores de esta temporada (el “borgoña” en lugar del “obispo” que otrora fue “bordeaux” y ahora por mandato nac & pop se lo llama “malbec”), y la conveniencia de vestir tanto él como sus operarios un estilizado mameluco que se denominará “mono”, en colores claros para que destaquen las manchas de pintura que dan re-artístico, invocan la manualidad de la tarea y su suciedad artesanal y fashion.
 
 

     El artista “espectáculo” tiene que pasar media hora al día en el taller para hacer que da directivas (él es el de la “idea”)  y así  permitir que se lo vea a través de la ventana que da a la calle y generar las ocasionales selfies del público, para luego hacer presencia en los distintos eventos que su eficaz relacionista público le habrá programado.  El artista “espectáculo” debe ser visto en todos lados, fotografiado con la high society de cabotaje local y reproducirse en las reseñas de eventos de las revistas del corazón.  El mameluco (mono, perdón) puede sustituirse por saco sport sobre jean rotos y manchados de pintura si la cosa va de cena de beneficencia con recaudación de fondos o inauguración de discoteca de vanguardia VIP. El artista “espectáculo” tiene una vida muy agitada siempre por afuera de su taller. 

     El artista “espectáculo” no se ocupa ni de enmarcados, traslados de obra ni cuelgas en las galerías o stands de ferias.  No lidia con imprenteros ni decide gráfica.  No sube sus chapuceras fotitos a la web twitteando sobre su próxima muestra.  Entre su séquito está el personal de montaje, los de mantenimiento, diseñadores y publicistas, community manager, lindas promotoras para la venta y pomposos dealers y galeristas que alabarán en terminología críptica las bondades de la obra en la que el artista “espectáculo” no habrá puesto ni una gota de sudor personal. 

     El artista “espectáculo” factura, supongo que en cantidad suficiente para que todo su séquito saque algún beneficio de este juego.  Es una empresa.  Su contador le informa una vez al año los logros –económicos- de su obra y ese debe ser el momento –anual- en el que el artista “espectáculo” recapacita sobre la eficacia de su labor creativa.  Y queda satisfecho y en paz.

 
 


     Por el contrario, el mísero artista autogestionado (por ejemplo, yo) va de acá para allá histéricamente, tratando de hacer todo a suprema velocidad para ganar un rato en el que escabullirse a su taller y poder dedicar una horita más a su última composición.  El que se desespera con el tiempo que se pierde en cualquier otra cosa que no sea pintar, volviéndose huraño, esquivo, escapándole a todo tipo de socialización que implique no estar refugiado ante su caballete de trabajo. 
 
      El artista autogestionado tiene siempre bajo presupuesto, por lo que hace malabares para escoger en que gastar sus escasos recursos:  acceder a una muestra, participar en una publicación, costearse la participación en una feria.  El artista autogestionado se pelea con los imprenteros que nunca cumplen fechas de entrega; le suplican al marquero unos centímetros más de varilla por el mismo precio que la de cinco de ancho; acecha a la casa de artística para comprar sólo cuando hay descuentos en óleos y pinceles.  Busca amigos con camionetas grandes para ahorrarse en los fletes a la hora de ir con la obra a una cuelga.  El artista autegestionado aprende a escribir cartas, gacetillas, curriculums prometedores y postulaciones a becas.  El artista autogestionado, cuando tiene la peregrina idea de salir allende fronteras, fila el ataque de furia y de presión  discutiendo con ineptos funcionarios públicos que el arte no es mercadería y que la obra propia puede sacarse libremente del país ya que no hay ley escrita que lo impida (obviamente, el artista autogestionado pierde). 
 
 

     El artista autogestionado vive al filo de la neurosis voluntaria,  dividiéndose en tantos roles como le dé el pellejo, siendo para sí toda esa gente  necesaria para mantenerse a flote en el agitado océano del mercado del arte. 

     Y, además, el artista autogestionado trabaja de otra cosa, porque –no sé si lo dije- pintar es muy caro y de algún lado hay que sacar el dinero con el que afrontar los costos, porque -tampoco recuerdo si ya lo mencione- el artista autogestionado paga por absolutamente todo lo que hace.
 
     El artista autogestionado vive cansado, incapaz de cubrir todos los frentes al mismo tiempo hace muchas cosas mal por inexperiencia y desinformación.  Sólo accede a lo que puede cuando puede y al cabo termina con más deudas que recaudación.  No hay nada glamoroso en su persona, ni tiempo para la pose, ni energía para el circo.  Definitivamente, el artista autogestionado nunca podrá ser un artista “espectáculo”.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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