El artista “espectáculo” versus el mísero
artista autogestionado, de bajo presupuesto, condenado a la periferia
intrascendente y al pluriempleo.
El artista
“espectáculo” es glorioso desde el vamos. Es antes de ser. Tiene un taller gigantesco, obviamente bien
ubicado y mejor iluminado, donde dirige a otros que hacen el trabajo por él, ya que el artista
“espectáculo” no tiene que saber ni dibujas ni pintar, ergo jamás sus
bendecidos dedos tocarán un lápiz o un
pincel. ¿Para qué? El artista “espectáculo” no tiene
necesidad de ser artista…
El artista
“espectáculo” tienen un séquito de asesores que le indican los colores
de esta temporada (el “borgoña” en lugar del “obispo” que otrora fue “bordeaux”
y ahora por mandato nac & pop se
lo llama “malbec”), y la conveniencia de vestir tanto él como sus operarios un
estilizado mameluco que se denominará “mono”,
en colores claros para que destaquen las manchas de pintura que dan re-artístico,
invocan la manualidad de la tarea y su suciedad artesanal y fashion.
El artista
“espectáculo” tiene que pasar media hora al día en el taller para hacer
que da directivas (él es el de la “idea”) y así permitir que se lo vea a través de la ventana
que da a la calle y generar las ocasionales selfies
del público, para luego hacer presencia
en los distintos eventos que su eficaz relacionista público le habrá
programado. El artista “espectáculo”
debe ser visto en todos lados, fotografiado con la high society de cabotaje local y reproducirse en las reseñas de
eventos de las revistas del corazón. El
mameluco (mono, perdón) puede
sustituirse por saco sport sobre jean rotos y manchados de pintura si la cosa
va de cena de beneficencia con recaudación de fondos o inauguración de
discoteca de vanguardia VIP. El artista “espectáculo” tiene una vida
muy agitada siempre por afuera de su taller.
El artista
“espectáculo” no se ocupa ni de enmarcados, traslados de obra ni cuelgas
en las galerías o stands de ferias. No
lidia con imprenteros ni decide gráfica.
No sube sus chapuceras fotitos a la web twitteando sobre su próxima muestra. Entre su séquito está el personal de montaje,
los de mantenimiento, diseñadores y publicistas, community manager, lindas promotoras para la venta y pomposos dealers y galeristas que alabarán en
terminología críptica las bondades de la obra en la que el artista “espectáculo” no
habrá puesto ni una gota de sudor personal.
El artista
“espectáculo” factura, supongo que en cantidad suficiente para que todo
su séquito saque algún beneficio de este juego. Es
una empresa. Su contador le
informa una vez al año los logros –económicos-
de su obra y ese debe ser el momento –anual-
en el que el artista “espectáculo” recapacita sobre la eficacia de su labor
creativa. Y queda satisfecho y en paz.
Por el contrario, el mísero artista autogestionado
(por ejemplo, yo) va de acá para allá histéricamente, tratando de hacer todo a
suprema velocidad para ganar un rato en el que escabullirse a su taller y poder
dedicar una horita más a su última composición.
El que se desespera con el tiempo que se pierde en cualquier otra cosa
que no sea pintar, volviéndose huraño, esquivo, escapándole a todo tipo de
socialización que implique no estar refugiado ante su caballete de
trabajo.
El artista autogestionado
tiene siempre bajo presupuesto, por lo que hace malabares para escoger en que
gastar sus escasos recursos: acceder a
una muestra, participar en una publicación, costearse la participación en una
feria. El artista autogestionado se
pelea con los imprenteros que nunca cumplen fechas de entrega; le suplican al
marquero unos centímetros más de varilla por el mismo precio que la de cinco de
ancho; acecha a la casa de artística para comprar sólo cuando hay descuentos en
óleos y pinceles. Busca amigos con
camionetas grandes para ahorrarse en los fletes a la hora de ir con la obra a
una cuelga. El artista autegestionado
aprende a escribir cartas, gacetillas, curriculums prometedores y postulaciones
a becas. El artista autogestionado,
cuando tiene la peregrina idea de salir allende fronteras, fila el ataque de
furia y de presión discutiendo con
ineptos funcionarios públicos que el arte
no es mercadería y que la obra propia puede sacarse libremente del país ya
que no hay ley escrita que lo impida (obviamente, el artista autogestionado
pierde).
El artista
autogestionado vive al filo de la neurosis voluntaria, dividiéndose en tantos roles como le dé el
pellejo, siendo para sí toda esa gente necesaria para mantenerse a flote en el
agitado océano del mercado del arte.
Y,
además, el artista autogestionado trabaja de otra cosa, porque –no sé si lo dije- pintar es muy caro y
de algún lado hay que sacar el dinero con el que afrontar los costos, porque -tampoco recuerdo si ya lo mencione- el artista
autogestionado paga por absolutamente todo lo que hace.
El artista
autogestionado vive cansado, incapaz de cubrir todos los frentes al
mismo tiempo hace muchas cosas mal por inexperiencia y desinformación. Sólo accede a lo que puede cuando puede y al
cabo termina con más deudas que recaudación.
No hay nada glamoroso en su persona, ni tiempo para la pose, ni energía
para el circo. Definitivamente, el artista
autogestionado nunca podrá ser un artista “espectáculo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario