martes, 1 de septiembre de 2015



     Así pasan las cosas.  No se suponía que tenía que ver conmigo, yo estaba ahí sólo para cubrir la parte legal y revisar los eventuales contratos que se suscribieran.  De pronto estaban todos discutiendo, a los gritos y con acusaciones histéricas que no oí porque no era asunto mío oírlas.  Cuando finalmente me resigno a la sinrazón y junto los bártulos para irme, ante la evidencia contundente de que no iba a cerrarse ningún acuerdo en ese lugar y entre esas personas, misteriosamente me convertí en el centro exclusivo de atención.  El silencio repentino en el que me observaban propendía a mi intervención, aunque yo no tuviera nada que decir a esas alturas.  Debería haber saludado y salir sin más.  O tal vez haberlos reprendidos con tono de madre harta  por hacerme perder el tiempo.  O haberles aconsejado, sabiamente,  madurar de una buena vez.  Pero me ganó la vergüenza ajena;  el ridículo que todos estaban haciendo con sus peleas infantiles me conmovió y no pude evitar decir, como si esa hubiese sido mi cierta intención: “Voy por café, bajamos un cambio  y pasamos en limpio lo que quieren que registre en el convenio.”  

     Y tuve que ir a buscar café, como si fuera la secretaria.  Debería haber hecho un desplante, digno y profesional, y acabé jugando a la maestra jardinera que compone los enojos de críos caprichosos.  Perdí todo el día para hacer algo que con dos horas hubiera sobrado.  Terminé con una contractura en el cuello, un retraso imperdonable en todos mis otros compromisos y en un cansancio visceral que me incapacitó  afrontarlos en el apuro.  Y la reiterada convicción de que me tengo que retirar YA de este trabajo.  El tiempo (propio) es la mercadería más escasa y preciada, y yo lo estoy desperdiciando de un modo negligente y exagerado.  Compatibilizar dos vidas se me está volviendo duro y cada vez me cuesta más entender por qué lo sigo haciendo. ¿Cuál se suponía que era la razón para sostener la dualidad entre lo que soy y lo que hago?   Exceso de sentimentalismo, tal vez.  O un perverso sentido del humor que fila el masoquismo.






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