Fue una
batalla de sentido común contra sentido común.
Mi imprentero me hablaba de costos: un sistema de impresión que permite pocas cantidades deriva en un
costo por catálogos de doce pesos cada uno; el sistema tradicional permite
hacer una gran cantidad a un peso con treinta y dos centavos la unidad. Yo sostenía que hacer dos mil quinientos
catálogos para un evento de arte de tres días es un desproporcionado acto de
fe: difícilmente pueda repartir ni el 5% de esa cantidad entre un eventual
público asistente a la muestra. Aunque
más barato hacer 2500 catálogos es condenar dos mil cuatrocientos a la
basura. Soy realista, la cultura en
general y la plástica en particular no son actividades que convoquen a las
masas. ¿Para qué quiero tantos? Mi sentido común estima un número por demás suficiente
unos doscientos catálogos; mi imprentero quiere que ahorre por unidad aunque
tire el 95% de la producción.
Evidentemente
los dos teníamos razón en nuestras respectivas posturas y el único final lógico fue no hacer nada. Así que mi proyecto
de catálogo de las Bandejas Enmascaradas quedará como fallido, otra buena
intensión para empedrar la senda infernal.
Para el recuerdo mi chapucero diseño
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