miércoles, 16 de septiembre de 2015




     Fue una batalla de sentido común contra sentido común.  Mi imprentero me hablaba de costos: un sistema de impresión  que permite pocas cantidades deriva en un costo por catálogos de doce pesos cada uno; el sistema tradicional permite hacer una gran cantidad a un peso con treinta y dos centavos la unidad.  Yo sostenía que hacer dos mil quinientos catálogos para un evento de arte de tres días es un desproporcionado acto de fe: difícilmente pueda repartir ni el 5% de esa cantidad entre un eventual público asistente a la muestra.  Aunque más barato hacer 2500 catálogos es condenar dos mil cuatrocientos a la basura.  Soy realista, la cultura en general y la plástica en particular no son actividades que convoquen a las masas.  ¿Para qué quiero tantos?  Mi sentido común estima un número por demás suficiente unos doscientos catálogos; mi imprentero quiere que ahorre por unidad aunque tire el 95% de la producción.  

     Evidentemente los dos teníamos razón en nuestras respectivas posturas y el único final lógico fue no hacer nada.  Así que mi proyecto de catálogo de las Bandejas Enmascaradas quedará como fallido, otra buena intensión para empedrar la senda infernal.    

      Para el recuerdo mi chapucero diseño inicial:







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