Finalmente siento que empieza a clarear mi horizonte. Me autorizaron al retiro del inmovilizador de mi rodilla que me tomaba la pierna de la ingle al tobillo. ¡Fantástico! Ahora podré movilizarme sólo con una rodillera de neoprene que sujeta la rótula. ¡Libertad! Claro que mi pánico y mi memoria sensorial me hacen continuar rígida, con mi pierna como un bloque inarticulado, y soy incapaz tanto de flexionar como de dar un paso con gracia. Pero no importa. Es un avance (lento y renqueante). Y eso me contenta.
Por supuesto que también oí la parte en la que el médico decía que luego de unos estudios más complejos debería someterme a una cirugía, y que tras ésta habría otros treinta días de inmovilización total y posterior larga rehabilitación. Pero eso será a futuro, no ahora, y con mi pequeña rodillera creo poder subir la escalera y regresar a mi biblioteca. Voy a besar el suelo de piso flotante símil madera como si fuera el papa que arriba a nuevo destino. ¡Regreso a mi santuario! Es de no creer que una semana en planta baja pueda volverme tan nostálgica. O desarrollar tal síndrome de abstinencia.
En fin. Estoy volviendo. Sé que en un par de días voy a poder pintar de pie. En cuanto recupere la confianza y logre algo de amnesia sobre mi luxación, recuperaré mi vida. Doce días de ausencia es demasiado para mí.
Cierro el final de mi convalecencia con los últimos fragmentos de mi Diario de 1986:
“Nada vale tanto; nadie vale nada.
Ya no queda transacción posible. Ya no se puede tratar de compartir el mismo tiempo y la misma vida. O vos o yo, no más las dos. Si no hay coherencia en coexistir de a ratos, variedad a dúo, inconclusión de ambas. O todo blanco o todo negro: no hay lealtad en las medias tintas.
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No entiendo, casi no me pertenezco. No sé de quienes son estas voces, de quienes estas palabras. Aquellos viejos amigos se han ido y casi no quedamos ni siquiera nosotros. Apenas puedo murmurar una llamada de auxilio, pero no hay nadie capaz de oírla.
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¡Basta! Se acabó. Punto y aparte. Comenzamos de cero otra vez, y al infierno con todos, hasta conmigo.” (27 de Junio de 1986)
“¡Qué mal nos hizo a todos! Esperamos demasiado de la vida y no entendimos que a quién debíamos exigir futuro era a nosotros mismos. Demasiadas mentiras, y, al final, ¿para qué? Si somos quienes somos, y nos sabemos tales, y nos conocemos tanto… Si nada que me digan alcanzará para asombrarme y cosa nueva de mi ya no podrán contarte.
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¡Es cierto! No se trata sólo de saberse diferente, sino que hay que vivir de modo distinto y proclamar al mundo la susodicha distinción.” (1 de septiembre de 1986)
“No puedo encarar la situación. No puedo tomar al consabido toro por las consabidas astas. Soy una piltrafa, asustada, nula, incapaz de todo. Y los escucho… Y me aturden… ¡No me griten más! Sí, estoy entendiendo. ¿Por qué sentirme así? Sí, tienen razón. ¿De qué puedo tener miedo? Es verdad. Quien cuenta la historia soy yo. Y puesto que me elijo protagonista el papel central ha de ser escrito para mi. Que los extras, si no están de acuerdo, se busquen otra película. Sí. Ya hemos huido –y sobrado –demasiado. ¡Basta! ¿Qué de malo me puede pasar? El condenado maldecido no se condena más. El temor debe ser del pasado. O del futuro. ¡Y arriba el kamikaze! Y un ¡viva! por los necios como yo que adoran meterse en camisas de once varas sólo por honor a su idiotez.
Tendría que estar más allá de eso, lo sé. Pero tendría ¡tantas cosas! Y venga que aquí escribo otra historia de derrotas…” (5 de diciembre 1986)
“Última recopilación perdida.-
La tuve entre mis dedos y la sentí nefasta. Me dolió lo irreversible en todo el cuerpo.
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Cuándo se lo ha perdido todo ya no queda que perder y entonces, ¡bah!, da lo mismo ser lo que se es sin discreción y sin vergüenza.
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La rebelión. No reir y no llorar. ¡Y no creer! Y no esperar… Y no buscar perdón. Yo no estoy acá para salvar al mundo, bastante tengo con mi propia perdición.” (23 diciembre 1986)
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