sábado, 24 de noviembre de 2012




     Leo en La Nación esta mañana: 

  Nunca tuve un diario íntimo. Lo intenté varias veces, con sendos volúmenes decorados en la tapa… Ninguno funcionó. (…) Joan Didion… dijo que muchos tomamos notas compulsivamente en vez de escribir un diario porque crecimos con la ética de que los otros, cualquier otro, son por definición más interesantes que uno. (…) Leerlos muchas veces resulta inentendible. Pero, otras veces, nos lleva al pasado. ´He perdido el contacto con muchas de las personas que fui´ dice Didion. (…) ¨Conviene mantenerse en términos de alguna cercanía con la gente que solíamos ser, nos resulte una compañía atractiva o no. De otra manera, reaparecerán sin ser anunciados golpeando la puerta de nuestro cerebro a las cuatro de la madrugada en una mala noche, demandado saber quién los desterró, quién los traicionó, quién va a arreglarlo. Nos olvidamos demasiado rápido las cosas que pensamos que nunca olvidaremos y nos olvidamos quienes fuimos.´ (…)” 


Juana Libedinsky, “Diario íntimo de quien solíamos ser”, página 8 Suplemento Sábado del matutino La Nación del 24 de Noviembre de 2012.-






     No puedo coincidir con el artículo aun sabiendo que voy a constituir una excepción entre los lectores de la columna. La multitud de cuadernos escolares que reseña mi pasado demuestran no solo mi voluntad (próxima a la compulsión) de asentar por escrito mis pasos aunque fueran intrascendentes, sino que la persona que los escribía dista muy poco de la que escribe este blog. 

      En mi caso, al releer diarios viejos acabo con cierta sensación de atemporalidad. Como que no me he movido demasiado del lugar. Sé que he hecho cosas, que he cambiado, que he crecido y envejecido con la lógica natural del tiempo. Sé que he ganado seguridad y confianza en mi misma, y he logrado una enorme, gigantesca, salvífica cantidad de indiferencia hacia todo lo de afuera que hace que sufra muchísimo menos lo mismo que antes también me pasaba. Pero no encuentro a una persona extraña en mis diarios. 

      No puedo juzgar si eso es bueno o es malo (de hecho, soy incapaz de juzgar nada) pero en mi caso, esa constante identidad es algo tan normal que probablemente sea la raíz (psicológica) de todos mis males.






Saco de mis diarios del año 1988: “La auto-vocación para el desastre; El terco empeño en la diferencia sin entender a tiempo que la mediocridad es invariablemente sinónimo de paz. Sin esperar nada seguimos esperando… Ni pasión ni genio. Y a menudo ni siquiera miedo. Sólo una vaga constancia y nuestra resignada dependencia a la farsa…” (19 de mayo de 1988)






“Siempre digo: ¡tanto talento desperdiciado!, pero quién lo despilfarra soy yo y sólo yo. Si pudiera ser capaz de explotarme a mi misma, de venderme, de sacar partido… Pero me falta carácter…” (30 de mayo de 1988)






“¡De no haber sido mujer! De no estar sujeta a la histeria y a la estupidez, a la vanidad y a la dependencia… Si yo hubiese sido sólo un poco más fuerte… levemente más ruda… apenas más feroz… Bruto animal, cruel animal…. Sin piedad ni cobardía. Sin pasiones, claro. Ni culpas ni remordimientos. Frágil muñequita idiota: ¡qué asco!” (14 septiembre 1988)






“Por qué negar la pequeña, pequeñísima, minúscula, escéptica, irónica, ya vencida e incrédula gota de esperanza que nos acompaña. No. Si dijera que voy sin esperar nada, que voy por que sí, sin interés, sin ilusiones, sin creer en un tal vez… Si dijera ¡Bah!, sería mentira o no sería yo. Yo: que puedo creer en cualquier cosa y de hecho lo hago. Que luego me desangro en desilusión tras desilusión. Que sufro, grito y lloro en el fracaso consuetudinario. ¡Que juro ya no confiar más! ¡Auguro el final de mi torpeza! El anuncio de la fortaleza y la frialdad… Y luego, otra vez, a creer en hadas y ángeles de la guarda. ¡Y sí! ¡Y ¿qué?! Me importa un cuerno pecar de idiota otra vez. Por qué lo que sí no me perdonaría nunca es darme por vencida y ya no soñar más…” (31 octubre de 1988)






“Buscando no se sabe qué, pero sí que se busca y que el ansia por hallarlo pronto nos corta la respiración. Nosotros, que corremos en pos del sueño difuso de los marginados de la historia, que careciendo de la comprensión para signar con exactitud dejamos nuestra vida en la carrera por alcanzarlo. Nosotros, ajenos a la lógica de la razón, SABEMOS y la condena de nuestra sabiduría es alcanzar el entendimiento al filo del último suspiro y así ya no develar el SECRETO a los demás. Y así somos nosotros los póstumos poseedores de la verdad… ¡Cierto! Al cabo “la verdad” es lo que buscamos pero decididamente es lo último que deseamos encontrar. ´Cuéntame una historia…´ ¿Otra más? ¿Qué entre lo último que has dicho visa siquiera los límites de la sinceridad?” (7 de diciembre de 1988)





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