lunes, 12 de noviembre de 2012

MUSEO






"Para no ahogarme en el siroco / Me metí en un bar hombro con hombro / Y no estabas tú / Y yo ví llover / Con el bartender". 

 Alejandro Sanz, Llamando a la mujer acción, del Álbum La música no se toca





     “Allí sí había bar más que mueble bar y tras la barra un barman profesional cuya fisonomía le era familiar, tal vez porque iba disfrazado de barman de película años cuarenta, era un calvo con tupé de guitarrista mexicano en películas norteamericanas de bajo presupuesto, tenía orejas caedizas, ojos glaucos, pero inspiraba confianza como esa raza de barmans que consienten que les cuentes tu vida a cambio de que te tomes cuatro cócteles que le permitan lucirse: el Dry Martini, el Singapur Sling, el Gimlet y el Manhattan, los cócteles más literarios. A las once de la mañana tomarse un Dry Martini es como pegarse un martillazo en el cerebro, lo que puede recetarse a las ocho de la tarde, pero no a una hora en la que el cerebro permanece en fase adolescente y aún no ha comprobado que todo sigue igual. Pactó con el camarero un Singapur Sling y complicidad sobre los orígenes míticos del brebaje, pero aunque el hombre no había leído a Somerset Maugham, ni había estado nunca en Singapur ni por lo tanto en el Raffles, el hotel original del cóctel, ni siquiera leído o visto en el cine Saint Jacks, estaba muy bien predispuesto a enriquecer su nivel cultural. -Singapur Sling: 4/5 de ginebra, 1/5 de brandy, ½ de limón. Me encanta que los clientes me ilustren. No basta con ser un buen técnico en coctelería, que lo soy, aunque esté mal el decirlo. Pero saber el origen de los placeres aumenta la posibilidad de gozarlos.” 


 Manuel Vázquez Montalbán, El Premio, Editorial Planeta S.A. Barcelona, 2005, pág. 91/92






     “Ella era –no hay mucho que discutir al respecto- una mujer muy atractiva, por cierto tal como la vio Morse: treinta y pico (¿tal vez mayor?), con centellantes ojos marrón oscuro que a veces se las ingeniaban para dar la impresión simultánea de vulnerabilidad, sensualidad y leve estado de embriaguez. ¡Una mezcla explosiva! -¡Siéntese! ¡Siéntese! Tiene el aspecto de necesitar algo de beber, señora Williams. -Bueno, yo… todo esto es bastante espantoso, ¿no es cierto? -¿Hay algo adecuado ahí, Lewis?- Morse señaló el armario de las bebidas, no sin un cierto grado de interés personal. -Parecería que acaban de llenarlo, señor. -¿Señora Williams? -G y T… eso estará bien. -Un gin tonic para la señora, Lewis… ¿Hielo? -¿Para qué diluirlo, Inspector? -De cualquier manera no hay hielo- murmuró Lewis. (…) Volvió los ojos grandes y melancólicos hacia Morse, y por unos segundos Lewis se preguntó si a su jefe no lo habrían hipnotizado por un tiempo. Tanto así, que decidió no contenerse, para intervenir de inmediato: -¿Dice usted, señora Williams, que al grupo quizás no le moleste si les pregunto dónde se encontraban entre las 16:30 y las 17:15? ¿Le molestaría decirnos dónde se encontraba usted? El efecto de una pregunta tan inocente fue inesperadamente melodramático. Sheila Williams colocó el vaso vacío sobre la mesa, delante de ella, y enseguida estalló en llanto. Mientras tanto, Morse miró con ceño fruncido a su subordinado, como si éste hubiese roto, simultáneamente, todas las reglas de diplomacia, etiqueta y francmasonería. Pero el propio Morse, eso pensó, estuvo a la altura de las circunstancias: señaló con la cabeza, de modo perentorio, el vaso vacío y enseguida Lewis se encontró sirviendo otra generosa medida de gin Gordon´s, temperado otra vez con un poquito de agua tónica de bajas calorías. De repente, y con una mirada desafiante dirigida a los dos policías, Sheila se incorporó en la silla, intentó recobrar un precario estado de estabilidad y bebió la mezcla ofrecida de un solo trago… para secreta admiración de Morse. Sólo pronunció siete palabras: -Pregúntenle al doctor Kemp… ¡él les explicará! Después que se marchara, guiada por el pasillo de manera caballeresca por el sargento Lewis, Morse se apresuró a abrir el armario de las bebidas, se sirvió un vaso de Glenfiddich, saboreó un profundo y satisfactorio trago, para después ubicar estratégicamente el vaso sobre un estante adecuado, exactamente debajo de la línea de visión de cualquiera que entrase. Incluyendo al sargento Lewis.” 

Colin Dexter, La joya que fue nuestra Letemendía Casa Editora, Buenos Aires 2006, pág. 44/ 47






     “Acerca del azafrán en el vino (y Gaudio Fullente). Agregar azafrán al vino produce borrachera, que usted tenga mal olor y cambia el sabor de la bebida. Dado que no hay una receta acerca de cómo prepararlo correctamente, me extraña que mi estimado Gaudio Fullente me lo ofreciese tan frecuentemente, pero como él siempre está borracho y oliendo mal, cabe la posibilidad que me equivoque respecto de su vino y sea a él, en cambio, al que debiera despreciar.” 

Leonardo Da Vinci, Apuntes de Cocina (Códice Romanoff), Traducción, introducción y notas de Rafael Galvano, Editorial Astri S.A. España 2003, pág


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