martes, 27 de noviembre de 2012

RAGNARÖK – EL Libro del Infierno de dios. El Apocalipsis.




   


     Todavía bastante inmóvil y con una convalecencia que se me perpetúa hasta el desquicio, descargo la angustia complaciéndome en hacer lo que me provoca sencillamente placer. Como antes con mi versión libre del Libro de los Herejes (que habré de continuar cuando pueda dedicarme a La Santa Inquisición en América), vuelvo a recrear esos dibujos casi naivë por el estilo (no por el mensaje) que los monjes medievales diseñaban para iluminar los libros de oraciones o las suntuosas biblias de reyes y señores feudales. He estado separando imágenes del infierno y del apocalipsis, con su detalle de torturas eternas y monstruos demoníacos. El colorido concepto del mal y del castigo con el que adoctrinar a los fieles en el medioevo es muy inspirador.






     Decía que me di licencias: recreo esas antiguas iluminaciones y lo hago con lapiceras de gel. Reconozco la poca “profesionalidad” “académica” de mi afición a trabajar con lápices de colores (las “pinturitas” de mi niñez) y con “lapiceras de brillitos” que hoy son en furor entre los nenitos de primaria. La atribuyo a un “trauma” de mi infancia: de chiquita, cinco, seis años, en mi casa se pintaba con óleo, el sumun de la profesionalidad artística. Pero eso no era para cualquiera, no. 

      Cuando yo pedía que quería pintar me daban papel y pinturitas (no crayones, no fibras, pinturitas). Durante muchos años cuando me preguntaban que quería que me regalaran para Navidad, Reyes o mi cumpleaños siempre era la misma respuesta: papel y pinturitas. Muchos años después me dejaron pintar con óleo, pero yo, evidentemente, quedé marcada por la limitación de no estar a la altura de tan solemne técnica. Sólo pinturitas para mí. 


     Muchos años después entré en shock al toparme con el objeto de todos mis deseos en la vidriera de Leidi: un maletín de caoba con herrajes y mago de latón y una porcelana de Rosenthal con el motivo del caballero en la interpretación del artista Alexander Vethers –firmada por el artista- de Faber-Castell, numerada (la 1390), de una edición limitada a 1761 unidades. Un maletín con 100 lápices acuarelables y 100 lápices de colores de grafito, 100 pasteles tiza, 5 hojas de papel de hilo hecho a mano y un pincel de pelo de marta roya

      Era el 2001, el fin del mundo en Buenos Aires, pero yo estaba obsesionada con ese maletín y no podía no tenerlo. Quisieron las hadas (los ángeles, los duendes, el destino o lo que haya sido) que en el desbarajuste de la salida de la convertibilidad el negocio no adecuara el valor del dólar al peso por un par de días, yo estaba acechando desesperada, rondando como un lobo, y se dio que ante lo que parecía la hecatombe total quisieran sacarse ese objeto suntuario de encima e ingresar efectivo, o les habré dado lástima o les metí miedo por mi avidez, la cuestión es que en ese momento logré comprarlo por un precio que yo podía pagar y que no se ajustaba ni de cerca al valor real del maletín. MIO. MIO. MIO. 

     He usado esos lápices en exceso, he comprado otros para ir reemplazándolos. Hoy probablemente el maletín tiene mas de quinientos lápices (pinturitas) comunes y acuarelables de diversas marcas. Sigue siendo uno de los pocos objetos que son parte de mi alma. Con esas pinturitas hice mis versiones de obras clásicas, como la Venus del Espejo de Velázquez (mi Venus del Portulano). Alguien me dijo alguna vez con un dejo de algo (¿indignación? ¿incredulidad? ¿diversión?) que yo “no podía” hacer un Velázquez con pinturitas. Lo hice. Y fue muy grato.




 


     La lapiceras de gel (“de brillitos”) son hoy para los chicos de 6 años lo que fueron en mi época las pinturitas. Cuando veo los set con varios colores y hasta con olores a frutas me desespero. Es una delicia usarlos. Pinturitas y lapiceras de brillitos fueron mis herramientas esenciales para la serie Cartográfica.






     Me disgrego. Mi El Libro del Infierno de dios – El apocalipsis ha generado sus primeras páginas:










La idea de que vivimos en un mundo que camina hacia su fin y que éste vendrá relacionado con una intervención divina en el ámbito humano, de acuerdo a criterios éticos, resulta minoritaria dentro de la historia de las religiones. Para el fiel de las religiones antiguas, como la egipcia en sus diferentes fases o las mesopotámicas y cananeas, resultaba más natural aceptar la tesis de que el mundo no terminaría o más bien de que terminaba y se renovaba cada año. A la estación luminosa y fértil le seguía otra oscura y yerma, que, en buena medida gracias al rito, volvería a ser sustituida por la primera de manera repetida cada año. Su concepto del devenir humano, por tanto, no era lineal sino, en buena medida, circular. Esa misma versión sigue presente en la actualidad en las religiones más importantes de Extremo Oriente, especialmente el hinduismo y el budismo. (…) Por el contrario, la mitología escandinava sí conoció una versión lineal y finita de la Historia. Durante la edad presente, los guerreros muertos en combate eran llevados por las walkirias, al Walhalla donde disfrutaban de una existencia bélica en compañía de los dioses en Asgard, el reino de Odín. Sin embargo, en el día de Ragnarök este mundo sería aniquilado como derivación de una colosal batalla cósmica.” 

Cesar Vidal “El día de la Bestia”, La Aventura de La Historia Nro. 14, diciembre 1999, Pág. 72.





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