sábado, 17 de noviembre de 2012

MUSEO






     “Ya fuera por miedo a pasar necesidad o por un terrible atavismo catalán, el hecho es que Dalí empezó a crear, febrilmente, objetos surrealistas con pan. Siempre había sido un gran admirador del pan e incluso llego a tapizar con panes catalanes los muros de su museo de Figueras. A menudo tomaba un pan, lo abrazaba, lo chupaba y lo mordisqueaba para hacerle tenerse en pie como el huevo de Colón. ¨Nada más fácil¨, explicaba, ¨que hacer limpiamente dos agujeros regulares en la parte posterior de un pan e incrustar allí un par de tinteros. ¿Qué podría ser más degradante y bello que ver como el pan se mancha gradualmente con salpicaduras de tinta Pelikan? EN este pan-portatinteros, un pequeño rectángulo recortado de la corteza sirve de maravilla para las plumas. Y si se desea tener siempre la miga bien fresca para limpiar las plumas, nada más fácil que cambiar el pan todas las mañanas. Apenas llegado a Paris, lancé un nuevo eslogan enigmático: ´El pan, el pan, nada más que el pan´. La gente se preguntaba, no sin sentido del humor, si me habría vuelto comunista. Pero ya habían adivinado que el pan de Dalí no estaba a socorrer familias numerosas. Mi pan era ferozmente antihumanitario. Simbolizaba la venganza de una imaginación de lujo contra el utilitarismo del mundo práctico. Era un pan aristocrático, estético, paranoico, sofisticado, jesuítico, fenomenal y paralizante…¨ (…) Las actividades del pintor durante este período fueron muy intensas. Expuso en América, escribió poemas, colaboró con la revista Le surréalisme au service de la révolution y Minotaure en la que publicó un texto muy célebre titulado La belleza terrorífica y comestible de la arquitectura modernista, que termina con la declaración no menos célebre: “La belleza será comestible o no será”. 

 Robert Descharnes – Gilles Néret Salvador Dalí, Benedikt Taschen Colonia 1989 Pág. 66/67






“-¿Tienes hambre? -¡Sí! -Entonces, vamos con el primer plato. El doctor Lecter cogió una bandeja del bufete y la colocó en la mesa; luego acercó un carrito que transportaba sus sartenes, infiernillos y pequeños cuencos de cristal con los condimentos. Encendió los infiernillos, echó un buen pedazo de manteca de Charente en la fait-tout de cobre y la hizo girar para que se derritiera y adquiriera la tonalidad avellana de una beurre-noisette. Luego la retiró del fuego y la dejó sobre un salvamanteles de metal. Sonrió a Starling dejando ver sus dientes inmaculados. -Clarice, ¿recuerdas lo que hemos dicho sobre comentarios agradables y desagradables, y sobre cosas que en su debido contexto resultan divertidas? -Esa mantequilla huele de maravilla. Lo recuerdo, sí. (…) -Estupendo. El señor Krendler nos va a acompañar durante el primer plato. (…) El ayudante del inspector general, Paul Krendler en carne y hueso, estaba sentado a la mesa en un sillón de roble macizo. Krendler abrió los ojos de par en par y miró a su alrededor. Tenía puesta la cinta para el pelo que usaba cuando corría y un elegante esmoquin funerario, con la camisa y la corbata cosidas a la chaqueta. Como el traje estaba abierto por la parte de atrás, al doctor Lecter no le había costado mucho ponérselo de forma que ocultara los metros de cinta aislante que lo sujetaban al sillón. (…) A continuación el doctor Lecter cogió un par de pinzas de plata del bufet y arrancó la cinta que amordazaba a Krendler. -Buenas noches otra vez, señor Krendler. -Buenas noches. Krendler no parecía el de otras veces. Su servicio de mesa tenía una pequeña sopera. -¿No le gustaría dar las buenas noches a la señorita Starling? -Hola, Starling- dijo, y pareció animarse-. Siempre deseé verte comer. Starling lo consideró a distancia… -Hola, señor Krendler- lo saludó… (…) … dijo el doctor Lecter (…)-¿Le gustaría bendecir la mesa antes de que cenemos, señor Krendler? ¿Señor Krendler? -¿Bendecir la mesa? Sí, claro. –Krendler cerró los ojos-. Padre, te damos las gracias por los alimentos que estamos a punto de recibir, y los dedicamos a Tu servicio. Starling es una chica demasiado mayor para estar jodiendo con su padre, por más que sea del sur. Por favor, perdónala por ello y empújala a mi servicio. En el nombre de Cristo, amén. Starling observó que el doctor Lecter mantenía los ojos piadosamente cerrados durante la oración. -Paul- dijo Starling, que se sentía tranquila y rápida de reflejos-, tengo que reconocer que el apóstol Pablo no lo hubiera hecho mejor. Odiaba a las mujeres tanto como usted. -Esta vez la has cagado del todo, Starling. Nunca te readmitirán. -¿Era una oferta de trabajo lo que ha colado en la bendición? Nunca había visto semejante tacto. -Voy a ir al Congreso- Krendler sonrió desagradablemente-. Acércate por el cuarte general de la campaña, tal vez encuentre algo para ti. Podrías ser chica de oficina. ¿Sabes escribir a máquina y llevar un archivo? -Por supuesto. -¿Y escribir al dictado? -Utilizo un programa de reconocimiento de voz- replicó Starling, y continuó en tono más serio-: Si me perdona por hablar de negocios en la mesa, no es usted lo bastante rápido para colarse en el Congreso. Jugar sucio no basta para compensar una inteligencia de segunda. Duraría más como chico de los recados de un mafioso. -No nos espere, señor Krendler- le urgió el doctor Lecter. –Vaya probando el caldo antes de que se enfríe.- Y levantó el potager, de cuya tapa sobresalía una pajita, hacia los labios de Krendler. -Esta sopa no está buena- se quejó Krendler poniendo cara de asco. -En realidad tiene más de infusión de perejil y tomillo que de otra cosa- le explicó el doctor-, y es más para nosotros que para usted. Sorba un poco más y déjelo circular. (…) El doctor Lecter echó cebollinos a la mantequilla caliente y dorada y en el instante en que el aroma empezó a flotar por el aire añadió alcaparras desmenuzadas. Sacó la sartén del fuego y puso en su lugar la sartén para salteados. Cogió un gran cuenco de cristal con agua helada y una bandeja de plata y los dejó al lado de Krendler. -Tenía planes para esa boquita tan grande- dijo Krendler-, pero ya no te contrataré en la vida. ¿Quién crees que te dará trabajo ahora? -No espero que cambie completamente de actitud como hizo el otro Pablo, señor Krendker- dijo el doctor Lecter-. No lo veo en el camino a Damasco, ni siquiera en el camino hacia el helicóptero de los Verger. El doctor Lecter le quitó la cinta del pelo como hubiera retirado la etiqueta a una lata de caviar. -Todo lo que le pedimos es que mantenga la mente abierta. Con cuidado, empleando ambas manos, el doctor Lecter levantó la tapa de los sesos de Krendler, la dejó sobre la bandeja y trasladó esta al bufete. Apenas cayó una gota de sangre de la limpia incisión, pues previamente el doctor había soldado los vasos principales y sellado escrupulosamente los otros utilizando anestesia local. (…) De pie al lado de Krendler con un instrumento que parecía una cuchara para las amígdalas, el doctor Lecter cortó una tras otra cuatro rebanadas del lóbulo prefrontal. (…) Con una destreza apabullante, el doctor… las rebozó levemente con harina sazonada y luego las empanó con migajas de brioche tierno. Ralló una trufa negra sobre la salsa de la sartén y dio el toque final con n chorrito de zumo de limón. Sin perder tiempo, pasó las rodajas por la sartén lo justo para que se doraran por ambos lados. -¡Huele que resucita!- soltó Krendler. El doctor Lecter las depositó sobre sendas rodajas de pan tostado en los platos recién sacados de los calentadores, las bañó con la salsa y espolvoreó trocitos de trufa. Las decoró con perejil y alcaparras con sus tallos, y con un capullo de berro para darles un poco de altura, completó la presentación. -¿Cómo están?- preguntó Krendler, que hablaba a voz en cuello (…) como suele ocurrir con los lobotomizados. -Verdaderamente exquisito-dijo Starling-. Es la primera vez que pruebo las alcaparras. Al doctor Lecter el brillo de la salsa de mantequilla en los labios de Starling le pareció irresistible.-" 

 Thomas Harris, Hannibal Grijalbo Mondadori S.A. Barcelona 2001, pág. 491/497.






Arañando sentimientos/ Bajo un cielo de traición/ Odio a fuego lento/ Te comería, sí/ Te comería el corazón…/ (…) Si en el filo del momento/ Yo perdiese la razón/ Odio a fuego lento/ Te comería/ Te comería el corazón/ Apágame/ Consúmeme/ Y fúmame por última vez/ Bien amarga/ Dulce boca que besé…/ 

 Miguel Bosé con Alejandro Sanz, Te comería el corazón del Álbum Papitwo2





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