domingo, 4 de noviembre de 2012

MUSEO






     “-Pronto hará cincuenta años. En agosto de 1961, para ser exactos- comenzó Atkins con voz queda-. En el último lugar en que uno se imagina que pueden coincidir dos jóvenes oficiales de la Marina. Yo había venido con mi padre, que era coronel del ejército. El quería enseñarme Berlín… (…) Sin embargo, una noche, cerca de Friedrichstrasse, mi padre y yo nos vimos en medio de una muchedumbre. Enfrente de nosotros, un grupo de soldados de Alemania Oriental desplegaban un rollo de alambre de espino mientras que otros levantaban una barrera de ladrillo y cemento. A mi lado había un joven mas o menos de mi edad, vestido de uniforme. Le pregunté de dónde era y me respondió que era sueco. En efecto, era Hakan. Así nos conocimos. Allí estábamos los dos, presenciando como Berlín quedaba dividida por un muro, cómo al mundo se le amputaba un miembro, por así decirlo…. (…) Wallander pertenecía a la generación que se hizo adulta en los años sesenta. Sin embargo, jamás participó activamente en ninguno de los movimientos políticos de la época, jamás intervino en ninguna de las manifestaciones celebradas en Malmö, nunca entendió de verdad qué era la guerra de Vietnam ni se interesó por los movimientos de liberación de países cuya localización geográfica ni siquiera conocía. (…) El encuentro con Atkins lo llenó de inquietud. Buscó en sus recuerdos un muro de Berlín, pero sin éxito. ¿Acaso su vida había sido tan limitada que los grandes sucesos que lo rodeaban jamás le afectaron verdaderamente? ¿Qué lo indignaba a él? (…) Aquella noche… continuaba buscando aquel muro de Berlín interior e inexistente.”


 Henning Mankell El Hombre Inquieto Tusquets Editores Buenos aires 2011 pág. 143/147






     “Esa noche, Adams aburrió mortalmente a Ingham. Se lanzó otra vez a hablar sobre las virtudes de la democracia para todos y de la moral cristiana para todos (“¿Para todos?”, le interrumpió Ingham una vez, en voz tan alta que la gente de a mesa contigua se volvió a mirarle) Pensó en los felices paganos, sin Cristo y puede que también sin sífilis, dichosos de ellos. Pero, en realidad, ¿dónde estaban hoy en día? El cristianismo y las pruebas atómicas se habían extendido por todas partes. Juro que si se pone a hablar de Vietnam, me va a dar un infarto, se dijo Ingham. Pero comprendiendo lo absurdo de sus sentimientos contra este hombrecito absurdo, se controló y se recordó a sí mismo que había disfrutado de la compañía de Adams en muchas ocasiones y que sería un idiota si convertía a Adams en su enemigo, teniendo que encontrárselo una o dos veces diarias en los terrenos del hotel o en la playa. Se dio cuenta de que su cólera no era otra cosa que frustración; frustración en todos los aspectos de su vida en este momento… excepto, quizá, en relación a su actual novela. -Se les nota en la cara, a los hombres que le han vuelto la espalda a Dios- continuó Adams. ¿Dónde estaba Dios, para que uno pudiera volverle la espalda? Los mofletes de Adams se hicieron más mofletudos. Sonreía y masticaba al mismo tiempo, con satisfacción. -Los drogadictos, los alcohólicos, los homosexuales, los criminales… y hasta el hombre de la calle si ha olvidado el Buen Camino… todos son desgraciados. Pero es posible mostrarle el Buen Camino… Dios mío, pensó Ingham, ¿estaría Adams pirado? (…) -Supongo que tienes razón- dijo Ingham con tono convencido, en la esperanza de concluir la conversación. Uno podía ser amable, pero no se podía hacer amistad con gente como Adams, pensaba Ingham. Eran peligrosos. (…) ¿Qué piensas tú de esta gente, a propósito? ¿De su modo de vivir? -¡Ah-h! ¡No se por donde empezar!- Adams se rió entre dientes-. Tienen a su Alá, y debe ser muy tolerante. Son fatalistas. No hagas grandes esfuerzos, ése es su lema. En la escuela lo aprenden todo de memoria, ya sabes, no les enseñan a pensar. ¿Cómo se puede cambiar un modo de vida así? El fraude menudo es su modo de vivir. Si hicieras honrados a un puñado de ellos, serían estafados por la mayoría, y volverían al fraude para poder sobrevivir. ¿Ser les puede culpar? -No- dijo Ingham. Realmente estaba de acuerdo con el punto de vista de Adams. -Nuestro país tuvo suerte. Comenzamos tan bien, con hombres como Tom Paine, Jefferson. ¡Qué ideas tenían, y nos las dejaron escritas! Benjamín Franklin. Puede que nos hayamos apartados de ellos de vez en cuando… pero gracias a Dios, aun están ahí, en nuestra Constitución… ¿Iba a decir Adams que los sicilianos, los portorriqueños y los judíos polacos lo habían estropeado todo? A Ingham no le apetecía preguntarle a Adams que era lo que había estropeado el idealismo americano. Lo dejó seguir divagando. -…¡Sí! Ese podría ser el tema de mi próxima cinta. La corrupción del idealismo americano. Nunca se llega tan lejos, nunca se hacen tantos amigos, sabes, como cuando se dice la verdad. Hay siempre algún nuevo fracaso del que hablar. Y, admitámoslo, a nuestros amigos potenciales- aquí reapareció la sonrisa de ardilla, Adams estaba radiante- les interesan más nuestros fracasos que nuestros éxitos. Los fracasos hacen más humana a la gente. Ellos tiene celos de nosotros, porque creen que somos super-hombres, invencibles constructores de imperios…- El discurso seguía y seguía.” 


Patricia Highsmith, El temblor de la falsificación Alfaguara, Buenos aires, 1990, pág. 79/108-109







     “-Hamdi-Bey, soy inglés, ¡no tiene usted ningún derecho de retenerme aquí! -Los ingleses también deben cumplir con las reglas de nuestro país, señor- respondió el jefe de policía fríamente… (…) Los presos aplaudieron en cuanto Howard, con su traje blanco, entró en la celda. (…) Un joven de poca estatura, probablemente mayor de lo que aparentaba, se abrió paso hasta el nuevo preso y, en un inglés prácticamente incompresible, le dijo: -¿Cómo ha venido a parar aquí, señor? Howard ya no tenía ganas de hablar con nadie, pero vio que el chico tenía una expresión tan abierta y sincera que no pudo menos que contestarle: -Puedes hablar conmigo en tu idioma, si quieres. ¿Cómo te llamas? -Sayyed- le respondió el chico- ¡Ya tengo catorce años! -¿Catorce?- repitió Carter sorprendido-. Pues sería mejor que pasaras el tiempo en la escuela en lugar de en una cárcel. ¿Qué has hecho tú para estar aquí? Sayyed movió de un lado a otro sus ojos negros y sonrió con picardía. Le daba vergüenza decir que había robado, así que hizo un claro movimiento con la muñeca para explicárselo. -El monedero de una elegante dama europea. No era la primera vez. Pero si la primera que me pillaron. -¿Dónde lo hiciste y en que circunstancias? -Fue más abajo, en el puerto. Hasán, mi maestro, el mejor ladrón que existe entre Asuán y Alejandría, me dijo que el mejor momento para robar es en la bajadas de un barco, porque en esos momentos ningún pasajero vigila sus equipajes: todos están pendientes de observar el nuevo mundo que les espera. Eso dijo Hasán. -Así que eso dijo Hasán. -Eso dijo Hasán, y Hasán es muy listo. Puede repetir de memoria las primeras suras de El Corán. ¡De memoria! ¿Usted también puede, señor? -No. -¿Lo ve? -¿Y quien te descubrió? Sayyed estiró el labio inferior y señaló con la barbilla el despacho del jefe de policía. -El propio Hamdi-Bey.- El chico se acercó a Howard y, escondiendo la boca tras una mano, añadió: -Ese es quizá el único que me llega a la suela de los zapatos. Todos los demás son unos tontos y unos imbéciles que no merecen ganarse el sueldo que tienen. A Howard se le escapó la risa: aquel pilluelo le gustaba. Durante unos instantes miraron los dos al suelo, y de pronto Sayyed empezó a decir a media voz: -En realidad no me gustan demasiado los ingleses… Carter miró al chico. -¿Y por qué no, si puede saberse? -Hasán dice que los ingleses han comprado Egipto. Así, como se compra un camello o un paquete de azúcar. Hasán también dice que los ingleses no tenían derecho a hacerlo. Nosotros queremos vivir a nuestro modo. Dice Hasán que nosotros también somos hombres. (…) -En confianza- le dijo Howard en voz baja-, estoy completamente de acuerdo con vosotros. Lo que los ingleses hicieron hace años con Alejandría es una vergüenza para el Imperio Británico. (…) …puedes confiar en mí. No tengo nada que ver con la política. Me dedico a excavar y solo me intereso por las personas que vivieron hace mil años. Visto de este modo, soy más bien un mal súbdito de Su Majestad la reina Victoria. Sayyed arrugó la nariz. -Hasán dice que todo aquel que ha sido mordido por una culebra aprende a tener miedo hasta de una inofensiva cuerda. -Un hombre sabio, este Hasán. ¿Dónde vive? El joven se quedó callado. Finalmente le dijo: -Hasán vendrá a buscarme. Si quiere, puedo interceder por usted. -¿Y cómo lo harías? Sayyed se rió con ganas, como si estuviera muy seguro de lo que decía. Daba la sensación de que no le preocupaba en absoluto su estancia en la cárcel. -Effendi- dijo finalmente-, lleva usted poco tiempo en Egipto, ¿no? Me da la sensación de que no conoce demasiado bien las costumbres de nuestro país… -Pues más de dos años- le respondió Carter-. Lo que pasa es que he pasado la mayor parte del tiempo en el desierto, en el centro de Egipto, alejado de cualquier ciudad. -Aaah- dijo Sayyed sonriendo-. Mire, resulta que solo existe un dios, Alá, pero los egipcios creemos también en otros dos dioses además de él: se llaman Propinas y Enchufes. Si cuentas con una de las dos cosas, te irá bien. Si cuentas con las dos, te irá mejor todavía. -¿Lo dice Hasán? -No, lo dice Sayyed.” 


Philipp Vandenberg El rey de Luxor El Aleph Editores, Barcelona 2005 pág. 334/338






Voy y vengo sin preocupación / Sólo tengo tiempo y emoción / Y voy en una sola dirección / La del viento en mi corazón / Aquí en la hamaca, hama, ca, hama, ca/ Los recuerdos vienen y se van / Sólo quedan esos que me dan / Sentimientos parecidos al / Movimiento, que sólo consigo / Aquí en la hamaca, hama, ca, hama, ca/ No es como el tobogán / Esa vil metáfora de la vida y la muerte / Ni como el subibaja, que siempre te deja a tu suerte / Y siempre baja / No, no / Yo voy a la hamaca…/”


 Kevin Johansen La Hamaca del Album Logo








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