viernes, 24 de enero de 2014

 


-Ach, mira esto. Mi antiguo barrio. Todo ha desaparecido. Escuche, señor John Dillinger: he de
contarle que yo era muy famoso en Berlín. Como esas mafias de las que hablan las novelas de crímenes, nosotros también teníamos nuestro Ringvereine.- Paul no conocía la palabra… pero que, a tenor de las palabras de Webber, significaba… “pandilla de delincuentes”. –Sí, teníamos muchas- continuó Webber-. Muy poderosas. La mía se llamaba Los Vaqueros, como en el Salvaje Oeste… Durante un tiempo yo fui el presidente. Presidente, sí. ¿Te sorprende? Es que elegíamos a nuestros jefes por votación. (…) Debes recordar que en ese tiempo éramos una república. El Gobierno alemán tenía al presidente Hindenburg. Nuestra pandilla estaba muy bien dirigida. (…) No sé mucho de sus mafias, señor John Dillinger: ese Al Capone, ese Dutch Schultz. Pero las nuestras comenzaron como clubes de boxeo. Los obreros, después del trabajo, se reunían para boxear; luego organizaron pandillas de protección. Después de la guerra hubo años de rebelión y disturbios civiles; se luchaba contra los kosis. Una locura. Y luego esa temible inflación… resultaba más barato calentarse quemando dinero en billetes que usarlo para comprar leña. Uno de sus dólares valía miles de millones de marcos. Fueron tiempos terribles. En este país tenemos una expresión: “En el bolsillo vacío juega el diablo.” Y todos teníamos los bolsillos vacíos. Fue así como el Hombrecito subió al poder. Y así también fue como tuve éxito. El mundo era reventa y mercado negro. Ese clima me hizo florecer. –Sí, está claro- dijo Paul. Luego señaló un cabaret clausurado- Pero los nacionalsocialistas lo han limpiado todo. –Pues mira, eso depende de lo que signifique para ti “limpiar”. El Hombrecito no está bien de la cabeza. No bebe, no fuma, no le gustan las mujeres. Ni los hombres. ¿Has visto que en los actos públicos se pone el sombrero contra la entrepierna? Aquí decimos que es para proteger al último desocupado alemán. –Webber rió con ganas. Luego la sonrisa se esfumó-. Pero esto no es broma. Gracias a él los prisioneros se han apoderado de la cárcel.
 
Jeffery Deaver, El Jardín de las fieras Alfaguara Buenos Aires 2007 pág. 215/216.



 
 
 
     Recuerdo haber leído que era una maldición habitual en la Edad Media desearle al enemigo que sus hijos “vivan tiempos interesantes”. Los argentinos o somos inmunes a las maldiciones o las tenemos adheridas a perpetuidad. Estamos en “tiempos interesantes” otra vez. Nuevamente inflación disparada e incontrolable, corridas cambiarias, productos que se sacan de la venta, paralización de facto de la economía… Otra vez juntamos aire y nos resignamos al caos, al desgobierno, a la crisis. A barajar y dar de nuevo. Volver a empezar (¡otra vez!). De nuevo sopa, diría Mafalda. ¡Que lo parió!, pensaría Mendieta. Más y más de lo mismo. ¿Cómo podemos seguir tropezando con la misma piedra? ¿Será porque sigue la política en manos de la misma gente inepta de siempre?
 
 
 
 
 

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