Hace años (y durante mucho tiempo) solía preguntarme: “¿Cuál es la verdad?”, cada vez que me enfrentaba a una realidad que podía leerse de tantos modos distintos que me paralizaba, tratando de identificar la “verdad verdadera” en un cúmulo de verdades aparentes. Pero la edad –que pese a su mala prensa alguna cosa buena trae- me ha llevado a corroborar que hay varias verdades o, si fuera –que no lo sé- sólo una, tiene tantas caras como un poliedro. Como canta Sabina: “Gracias a ti he sabido que la verdad/ es solo un cabo suelto de la mentira.”
Ni es tan grave ni es tan trágico; es y punto. Si queríamos certezas absolutas pues no, no las hay. ¿Alguien nos prometió una única verdad? Habrá que conformarse con navegar en aguas insondables tratando de intuir cuales son puntas de icebergs y cuales meros espejismos.
¿A qué viene esto? A que finalmente hoy me apronté a la Secretaría de Cultura de la Nación para iniciar el trámite de mi permiso de exportación para que mis lindas y pequeñas siete obritas de la serie Silk Road viajen a España. Puse toda mi buena voluntad en acatar las normas y cumplir con todos los absurdos requisitos y trámites que me pidieron a fin de obtener la autorización legal proforma. ¿Qué verdad está en discusión ahí? Pues la simple realidad de una inofensiva artista emergente (léase: una que no conoce nadie y que está tratando de salir a la superficie mostrando su trabajo en el exterior porque en Baires nadie quiere colgar sus desnudos obscenos en ningún lado) trata de mandar siete dibujitos de 35X50 centímetros por correo a Europa.
¿Qué hay de malo en eso? Nada. ¿Algún mérito? La perseverancia y obcecación de la presunta artista, que sin galería, marchand o artdealer que se interese por ella (léase: una absoluta fracasada) la sigue remando contra corriente y contra el coro de voces que le grita desde la orilla: “¡dedícate a otra cosa!”.
Bien, ahí tenemos una verdad.
Y otra verdad (u otra cara de la misma, no sé) es que es muy poco probable que legalmente pueda remitir mis obras. El permiso de Artes Visuales suele requerir intervención de un despachante de aduana, los que normalmente cobran fortunas (da igual siete cuadros que un container lleno de motos 0 km.), lo que hace que la “verdad” sea que es materialmente imposible remitir en modo legal arte allende las fronteras. ¿Entonces? ¿Cuál es la verdad? Espero que la verdad sea que mis chicas de la Silk Road lleguen a Córdoba para el 27 de febrero, fecha que inicia su exhibición. ¿Cómo? Y habrá pedazos de verdad por ahí que impliquen que las artistas emergentes salimos por derecha o por tangente, pero que finalmente salimos a la superficie por pura fuerza de convicción y capacidad para respirar bajo el agua.
La verdad es también (otra parte de ella) que suelo creer (honesta, ingenuamente) que las cosas pueden hacerse bien, que hay que darle siempre una chance a “lo correcto”, al “deber ser”. Por eso en la Dirección de Artes Visuales, la que está sobre calle Alsina, esta mañana mientras esperaba ser atendida, observaba el enorme hall de acceso que ha venido a ser bautizado actualmente como “Espacio Caloi”. Sin ninguna muestra al momento, solo enormes placas para exhibir, blancas, limpias, acogedoras, a la espera. Y si es pública mi antipatía con el actual Secretario de Cultura, ese espacio despoblado me tentó. Pánico al vacío dirá algún psicólogo. Para mí solo mi natural pulsión a cubrir con color las paredes blancas. Una pared con arte es una pared con ideas, leí en algún lado allá lejos en el tiempo; una invitación a pensar para el eventual espectador. No es que mucha gente circule por ese edificio, pero yo estoy acostumbrada a que no me vean, así que qué más da.
Tras iniciar mi trámite de licencia de exportación, consulté a la señora amable que me atendía por los pasos para postular proyectos de exhibición para el Espacio Caloi. Ahí van varias verdades: el hall vacío, el lugar adecuado para muestras plásticas temporarias, el edificio dependiente del área Cultura, yo que pinto y quiero mostrar mi trabajo. Y la buena mujer (mediana edad, elegante, bien peinada, muy correcta y profesional, todo lo que indicaba una vieja empleada de la Secretaría de carrera administrativa independiente de los vaivenes políticos) me contesta: “Preguntale a la Cámpora”. ¡Pero la puta madre, que parece un maleficio! Me salió del alma replicar: “Ah, no; entonces me quedo con las ganas de exponer. Ni lo intento. Pensé que se podía presentar carpeta con propuesta, por Mesa de Entradas, como antes...” “Y –me dijo, con resignación, como disculpándose por la realidad- capaz que si tenés que presentar algo, pero la Cámpora te dice que tenés que traer y con quien hablar. Ellos mandan aca.”
Supongo, ante esta evidencia, que la Cámpora también es una verdad, lo que hace que la verdad pierda muchos puntos en mi escala de méritos. Campoamor –leído de prepo allá en mi secundaria de monjas- tenía razón: “En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira /todo es según el color / del cristal con que se mira.”
Entonces, ¿cuál es la verdad? Ninguna. No hay verdad sólo hay convicción y pasión. No hay mayor certeza que lo que se logra, paso a paso, a fuerza de creer en uno mismo y en que nada (nadie) podrá vencernos, solo desviarnos (por un rato).
Post Data cronológica: Este texto fue escrito ayer, lunes 6, pero ¡sorpresa! estuve todo el día sin luz, por lo que fue materialmente imposible acceder a internet. Volvió el servicio hace un par de horas, y al encender la radio me entero que el corte fue extenso (otra vez) y grandes sectores de la Ciudad y del primer cordón sufrimos el apagón. Parece una regla inconmovible: sube la temperatura se cae el sistema eléctrico. Nada nuevo bajo el sol y el tic-tac de la paciencia ciudadana sigue en un sordo ascenso.
¿La dichosa Cámpora, en vez de meterse a decidir quien expone o no en los espacios de la Secretaría de Cultura no podría salir a trabajar (trabajar en trabajo real, de ese que hace doblar la espalda) con las cuadrillas de Edesur y Edenor? No,claro que no. Esa sí es una verdad incuestionable: son una manga de inútiles.
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