domingo, 19 de enero de 2014

 


     Tras mi rabieta por el asunto de la “introducción al coleccionismo” y la necesidad de estrategias marketineras para la confección de un buen currículum que debe concluir con la muerte en el modo y momento oportuno, me trenzo –en otro blog- con el asunto de si el artista debe pagar o no para exponer y la sabiduría infalible de críticos y galeristas. Y como yo no sé pensar si no meto la nariz entre mis libros, decidí consultar sobre el tema.
 
 
“…Después de cumplir los diez años, su padre lo reclama y Leonardo se traslada definitivamente a Florencia, y pocos años después, en 1469, ingresa como aprendiz en el taller del gran Verrocchio… (…) Pasados tres años de aprendizaje, Leonardo debe comenzar a mantenerse por su cuenta, y comienza a atender por las noches la conocida taberna Los Tres Caracoles de Florencia, ubicada en el Ponte Vecchio. (…) …En la primavera de 1473, todos los cocineros de Los Tres Caracoles mueren misteriosamente envenenados y Leonardo pasa a hacerse cargo de las cocinas… Sin embargo, no dura mucho como maestro de cocinas… Horrorizado por la “triste polenta” acompañada de salsas y carnes irreconocibles que constituyen el plato más frecuente, insiste en servir a los clientes sus nuevos platos, delicados y (de acuerdo con su creencia) apropiados para los tiempos que corren: rodajas de pan negro decoradas con hojas de albahaca dispuestas geométricamente y pequeñas porciones de exquisitos manjares. Poco tiempo después, debe correr para salvar el pellejo cuando los comensales, reclamando algo más sólido para sus estómagos, invaden la cocina a sangre y fuego.”
 
 Leonardo Da Vinci, Apuntes de Cocina, Introducción y Notas de Rafael Galvano, Editorial Astri SA, España 2003, pág. 22/23.
 
 
     Queda claro que de haber contado con un buen “asesor” que desarrollara un conciensudo estudio de mercado, analizara nichos y conveniencias de rendimiento/inversión, Leonardo Da Vinci habría dedicado sensatamente su vida a ser un famoso y reputado chef de cocina de autor.



 
 
 
Goya era un joven que rara vez aceptaba graciosamente un reproche, e incluso sus numerosos enemigos admitían que su arrogancia estaba al menos en parte justificada. Siendo huérfano en la adolescencia, sin nadie que lo ayudara, se había elevado en el mundo gracias a su propio talento. (…) –La dificultad en ti, Paco, es que no aceptas el consejo de nadie- le dijo Martin Zapater-. Te has convencido de que, por ser un pintor, eres libre de hacer cuanto te place, cuanto te viene en gana. Pero yo diría que eres una desgracia para tu profesión. ¡Mírate!-. Goya se miró las bragas de seda amarilla y tersa, las botas suaves de caña alta, el jubón de terciopelo color crema, adornado con botones de plata, y en gesto defensivo se pasó la mano por el cuello largo y de encaje. Los grandes y obscuros ojos se ensombrecieron y frunció las espesas cejas en tanto se ponía de pie. -¿Qué hay de particular en mi aspecto?- preguntó. (…) –Me compré el jubón con los honorarios que obtuve el otro día como matador (…) y los calzones y las botas los compré con mis ganancias en el Café Diablo. –Corridas, juego…- Zapater sonrió sin humor-. ¿Es este el modo cómo desarrolláis vuestro talento, maestro Francisco Goya?.


 Samuel Edwards, La Maja Desnuda, Ediciones Selectas SRL Buenos Aires 1960, pág. 8/10.

 
      Por supuesto que un asesor de imagen hubiera sido imprescindible para mejorar la proyección de Goya y habría logrado, debidamente manejado por un buen galerista, llegar a obtener el éxito y reconocimiento que ¿no? tuvo.



 
 
 
Relataré, para la posible curiosidad del lector, la diversa reacción de los médicos por él retratados ante los cuadros que les regaló. El doctor Félix Rey aceptó por mera cortesía el retrato que le regaló, y que tampoco gustaba a su familia. Pasó al desván, y luego se utilizó para mitigar una corriente de aire en la cocina. Un pintor amigo le advirtió en 1900 (once años después) la posible cotización del cuadro. No le creyeron, pero ´por si acaso´ lo limpiaron y lo reintegraron al desván. Avisado por el pintor, amigo común de ambos, acudió el espabilado marchante Vollard, quien ofreció 50 francos. El padre del médico encontró indigno aceptar tanto dinero por tal “birria”, pero el doctor Rey adoptó una actitud más realista, y pidió al azar 150 francos, lo que con asombro de la familia entera fue aceptado de inmediato. Rey vivió hasta 1952, y en sus últimos años seguía manteniendo tozudamente que Van Gogh era un fraude artístico, y su fama un fenómeno ocasional y pasajero. El retrato está en Moscú (Museo Pushkin).“ 
 
 Juan Antonio Vallejo-Nágera Locos Egregios, Editorial Planeta, Buenos Aires 1992, pág. 187.-
 
 
     Obviamente, vox populi vox dei, y un buen agente de prensa y un sagaz asesor artístico hubiera escuchado la opinión del público y hubiera desalentado a Van Gogh continuar con su tosca labor pictórica, aconsejando, tal vez, el macramé.



 
 
 
Nunca supe ser un alumno mediocre. A veces, parecía negado a toda enseñanza, dando muestras de la inteligencia más obtusa, y otras me lanzaba al estudio con frenesí, una paciencia y una voluntad de aprender que desconcertaban a todo el mundo. (…) El primero de mis profesores, don Esteban Trayter, me repitió durante un año que Dios no existía. Para hacer más hincapié, añadía que la religión era “cuestión de mujeres”. (…) …En esa época de mi infancia, cuando mi espíritu se afanaba por saber, yo no encontraba en la biblioteca de mi padre otra cosa que libros ateos. Hojeándolos, aprendí con todo celo, sin dejar prueba alguna al azar, que Dios no existe. (…) Cuando descubrí a Nietzsche por primera vez, quedé profundamente atónito. Vi que tenía la audacia de afirmar en letra de molde: “¡Dios ha muerto!” ¿Cómo se explicaba eso? ¡Había estado aprendiendo que Dios no existía, y ahora alguien me participaba su defunción!” 

Salvador Dalí, Diario de un Genio, Tusquets Editores, Barcelona 1992, pág. 17/20.
 
 
 
      Se me da por sospechar que dada la difícil catalogación inicial de un emergente Dalí, ningún galerista hubiera apostado dos monedas por él. El “mercado” tiene por regla sacra ir sobre seguro vendiendo lo que ya se sabe que el público compra.



 
 
 
Ved a ese anciano que desciende solitario y sombrío las gradas de San Pedro, sin un amigo que lo sostenga, sin un discípulo que lo acompañe: es el ejecutor de las venganzas celestes, es el arcángel Miguel. Ved a ese joven que sube al Vaticano, rodeado por una corte de cardenales y por un regimiento de alumnos: es el ángel de las misericordias infinitas, es Rafael. Al enfrentarse, oíd lo que dicen: -Acompañado como un rey- susurra Miguel Ángel. -Solo como un verdugo- murmura Rafael.” 
 
 Alejandro Dumas, Pintores del Renacimiento, Editorial Claridad SA Buenos Aires 2008, pág. 59.


     Fácil intuir a quién hubiera elegido un Relacionista Público para apadrinar. Miguel Angel Buonarroti no tenía futuro por su mal genio, nunca sería un artista “popular”, ergo el éxito y la posteridad le estaban negados.
 
 
 
 

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