martes, 11 de febrero de 2014




     “En Edimburgo, Darwin se dio cuenta de que su padre le dejaría, tras su muerte, suficientes propiedades como para ´subsistir con cierto confort´. Al otro día, entonces, dejó de esforzarse en el aprendizaje de la medicina y se dedicó a las cosas que más le llamaban la atención: los escarabajos, las piedras, el mundo natural. Darwin se arrepiente un poco de esto, porque dice que algo de anatomía o de matemática le habría sido muy útil después en su carrera. Pero sabe que esa libertad para dedicarse a lo que le gustaba fue fundamental para orientar el curso de su vida. Cuando supo que nunca iba a ser pobre, Darwin se convirtió en uno de los científicos más importante de la historia. Dejó de pensar en la plata y se concentró en las cosas que le interesaban. ¿Pasa siempre esto? No lo tengo claro. Esta seguridad financiera enciende a algunas personas, como a Darwin, y anestesia a otras, como muestran tantos herederos…

 Hernán Iglesias Illa, Sobre el talento y la seguridad financieracolumna “En algún lugar del Mundo” Diario La Nación, Suplemento Sábado, 8 de febrero 2014, pág. 4.-






     Al leer el artículo que acabo de extractar asocié de inmediato con un debate que se desarrolló hace poco en un blog de arte sobre “de qué viven los artistas”. Y la conclusión que podía sacarse de la lectura de los múltiples comentarios –sin ser demasiado cínico- es que los artistas viven de cosas de lo más diversas, pero la mayoría, precisamente, no lo hacen de su arte. La urgencia cotidiana nos vuelve mercenarios. 

    Algunos se abocan a una docencia martirizante, limitativa y muy mal paga, otros derivan en publicidad o diseño masivo, trabajando a destajo por monedas y permitiendo el maltrato despótico de quién lucra con el talento y la creatividad ajenos. Pero esa costumbre de comer todos los días hace que uno postergue la dignidad priorizando la digestión. 

     Otros –en los que me incluyo- optamos por trabajar en algo lo más ajeno al arte posible, a fin de no mezclar en asuntos profanos nuestra presunta espiritualidad y nuestra definitiva convicción. Muy noble, sí, pero abocamos el tiempo mayoritario en hacer lo que no nos interesa pero que nos mantiene y robamos horas al sueño para continuar nuestro empecinamiento artístico que se vuelve errático y trasnochado. 

      Ciertamente, son muy pocos (si los hay) los artistas que pueden vivir exclusivamente de su arte. Pero siempre en la vida se pagan precios, siempre es necesario negociar, y probablemente sea el tener que pelear contra las dificultades básicas de la vida el quid que determina esa diferencia que convierte al aficionado en un artista real. Ya no es la calidad de lo que hace lo que lo define sino la convicción de seguir haciéndolo pese a todo.






Cantan Sabina & Serrat:

 “Tenemos proyectos que se marchitaron,/ 
crímenes perfectos que no cometimos,/ 
retratos de novias que nos olvidaron/ 
y un alma en oferta que nunca vendimos.” 

 (Más de cien mentiras)

 y asocio en mi memoria el tema Manos Vacías de Miguel Bosé: “Hoy ha vuelto a darme por pensar/ que el diablo vino a hablar,/ hoy mi alma no es tan cara…

     Podremos tener un alma en oferta, ya no estar nuestra alma tan cara, pero igual la conservamos en exclusiva. Eso diferencia una obra de arte de una descarada impostura: contiene un pedacito del alma de su autor. Menos lírico, alguien dirá que no es el alma sino la identidad, o la autenticidad, el “estilo”. El toque de Midas. El aura. La magia. La personalidad del autor. Pero a mí –que no creo en nada- me gusta creer que es un dejo de “su alma inmortal”.





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