Tras casi un mes de abstinencia de mi consentido vicio de deambular por las librerías de viejo de Av. Corrientes, mi cacería del día de hoy ha sido más que fructífera realmente gozosa. Dí (¡oh maravilla de maravillas!) con un número de la Revista Sur en buen estado por el que pagué sólo treinta pesos (la mitad de lo que pagué mi última adquisición. ¿Por qué? No sé.).
También conseguí una biografía de Victoria Ocampo de Doris Meyer, Las preguntas de la vida de Sabater y un librito que leí hace años prestado de una biblioteca pública y que nunca había adquirido para la propia: El Príncipe de Maquiavelo. Gasté por mis cuatro magníficas presas ciento noventa y cinco pesos, algo así como 25 dólares oficiales, o 18 dólares turista, o 20 dólares ahorro o 16 dólares blue (sé que parece un chiste pero no lo es: en estos momentos tenemos cuatro “tipos” de dólares cotizando en el mercado a un mismo tiempo). Considerando que el domingo pagué una pizza de mozzarella y jamón ciento quince pesos (unos 14,5 o 10,6 o 12 o 9,50 dólares), la inversión en libros resulta mucho más conveniente dado la durabilidad de éstos por sobre la pizza (que la devoro en pocos minutos) y su casi nula incidencia en el incremento de mis caderas (que se expanden a la misma velocidad).
El ejemplar de Sur coincide con la concesión a la revista y a su fundadora del premio María Moors Cabot, que otorgara la Universidad de Columbia (premio instituido en 1939 por el Dr. Godfrey Lowell Cabot en memoria de su esposa y que distinguía a periodistas y periódicos que contribuyan “al progreso de la amistad y comprensión internacional de las Américas”).
Cuando lo otorgan a Sur y a Victoria Ocampo en el año 1965, fue la primera vez que premiaron una revista literaria y a su director.
El premio fue entregado a V.O. por el presidente de la Universidad, Dr. Grayson Kirk, quién dice al concluir su discurso:
“La saludamos como distinguida y fervorosa constructora de puentes culturales que ha hecho una importante contribución al entendimiento entre los pueblos del mundo occidental”.
Al agradecer (texto que constituye la Carta Editorial del número de Sur que reseño), V.O. cuenta:
“(…) La vida de una revista puramente literaria, resuelta a conservar un alto nivel en materia de colaboraciones, y a no pactar en materia de calidad ni en otros aspectos, es una vida dura, generalmente sin halagos ni apoyos. Por lo menos en algunos países. Esto lo tuvimos que aprender muy pronto. Había que resignarse a una struggle for life. Lucha para sobrevivir económicamente; lucha para no admitir tentaciones de recursos que significaban una mayor difusión a precio de una comercialización; repudio de toda tutela indeseable, por más ventajas que ofreciera; lucha contra la invasión de elementos políticos que en esta época intervienen en todo y premian la entrega de las conciencias así como castigan toda actitud independiente; lucha para subsistir en libertad y acoger a todo aquel que ofreciera un pensamiento valioso (incluso si difería del nuestro). Si el premio María Moors Cabot es el reconocimiento, en el caso de Sur, de esta conducta, de este diario y obstinado sortear obstáculos en circunstancias adversas, la revista y todos los que han trabajado desinteresadamente por su desarrollo merecen esta particular, esta honrosa distinción. Con ellos la comparto y por este compartir es que no me ruborizo al aceptarla. Si la aceptara yo sólo, sentiría muchos escrúpulos. Diré por qué. Un argentino amigo a quien me quejaba yo, en 1930, de no tener títulos ni conocimientos suficientes para lanzarme a la fundación de una revista me dijo, tratando de tranquilizarme: “Déjate de tonterías. Cuando nombraron al señor X director de Correos y Telégrafos, me confesó que lo único que sabía hacer era pegar una estampilla en un sobre.” Esto, en vez de reconfortarme, me puso la carne de gallina. Pensé que en nuestra América la improvisación es lo corriente y que a eso se debe tanta tarea hecha a medias, es decir mal. (…) Con esto quiero explicar que mi saber, en materia de manufactura de revistas, cuando salió Sur, era un poco el del señor X en materia de dirección de Correos y Telégrafos. Sabía de este tipo de publicación lo que puede saber un lector asiduo. Nada más. Y eso fue lo que tuve que aprender con la práctica, como todo el resto. Soy una autodidacta. (…) Mi emoción al recibir este premio codiciado que generosamente se nos otorga a Sur y a mí es tanto más honda cuanto que no lo soñaba. Llega a mis manos –imprevisto- en un momento en que me preguntaba, después de casi 35 años, si no iba a terminar con Sur, como Eliot con The Criterion y por razones muy semejantes. Circunstancias diversas parecían empujarme hacia esa solución, que es una disolución. Pero ustedes me han dado nuevas fuerzas y nuevos deseos de seguir luchando por una causa de la que nunca dudé: la de la buena literatura. Dudaba, sí, de la eficacia de nuestro esfuerzo, por vivir circunstancias descorazonadoras. Le debo pues al premio María Moors Cabot mucho más que el honor de recibirlos. Le debo un sentirme capaz de creer que no existe esfuerzo vano, aunque lo parezca, ni otra derrota que la que nos infligimos a nosotros mismos cuando permitimos que flaquee nuestra fe.”
Victoria Ocampo, Sur Nro. 297, noviembre-diciembre 1965 Buenos Aires, pág. 3/7.
Leí Sur en el colectivo, de regreso a casa, y la frase con la que termina la Editorial me pareció el resumen perfecto del debate al que me refería en mi entrada de ayer. ¿De qué viven los artistas? Pues de “creer que no existe esfuerzo vano, aunque lo parezca, ni otra derrota que la que nos infligimos a nosotros mismos cuando permitimos que flaquee nuestra fe.” Amen.
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