La totalidad de las imágenes que se reproducen en este blog corresponden a obras de mi autoría.
domingo, 29 de noviembre de 2015
sábado, 28 de noviembre de 2015
Puede que
suene como una tontería, pero hasta este momento lo que más me satisface de mis
Postales
Victorianas es su capacidad de mutación según cambie el fondo sobre el
que se apoyen. Ya que las montaré entre
vidrios o en cajas de acrílico (según
donde sea que alguna vez las exhiba y mis recursos a ese tiempo), la pared
que circunstancialmente las acoja será parte conformativa de su estética ante
el espectador. Un total albur. Algo que gobernará el destino. Un auténtico trabajo en colaboración constante.
Y mientras
trato de conseguir un real código de etiqueta victoriana (léase, libro de la época) para completarlas (texto, sigo buscando texto, aunque ahora siento también la creciente
amenaza de incluirles estampillas… de la reina Victoria ob-via-men-te), me divierto jugando a fotografiarlas
aquí y allá registrando sus primerizos y cambiantes avances.
viernes, 27 de noviembre de 2015
Somos,
pese a nuestros más íntimos deseos, consecuencia de la educación que recibimos
en nuestros primeros años. Yo –como casi
todos los de mi generación- fuí adoctrinada por las “Máximas para Merceditas”,
una especie de mandamientos laicos, un poco misóginos y ciertamente más propios
de la vida militar que de la intelectual, confeccionados por nuestro prócer
supremo, el General José de San
Martin, y ante las cuales no puede objetarse nada. Sólo admiración y respeto. Las “Máximas para Merceditas” fueron
nuestro código deontológico y lo absorbimos desde primer grado junto con las
vocales y el “mi mamá me mima; Ema ama a mamá”.
Todo
bien, ¿quién puede discutir a San Martín?
Sólo que entre sus máximas y las del catecismo obligatorio de entonces, uno tuvo una
infancia muy poco dada para salirse de los márgenes. Y esa formación inicial hace que uno tienda,
casi de modo inconsciente, a ir por la vida generándose reglas que cumplir
cuando podría perfectamente ir al tum-tum sin ningún tipo de remordimiento. La famosa culpa judeo-cristiana mixturizada con el deber patriótico -siempre fallido- que afecta hasta a los ateos levemente anarquistas como yo.
Yo me he
codificado mi libro gordo de las reglas, mis “Máximas para mí”, pero
como es lógico (uno no genera algo
distinto a lo que es) mis máximas se caracterizan por ser absolutamente
contradictorias ente sí. Un jolgorio.
Entre mis
máximas está la de “todo puede ser”. Y la de “no todo es lo mismo”. Las preguntas clásicas de “¿cuál
es la verdad?” “¿quién sabe?” y “¿a quién
le importa?”. Y la máxima rectora de las otras: “…y todo lo demás es literatura.”
Hace pocos días
trataba de mantener una discusión dentro de los límites de la buena educación. "La buena educación ante todo" es otra de mis
máximas. Y mientras estoicamente
permitía que las burradas arrogantes de mi interlocutor se sucedieran una tras
otras, mis máximas de “¿tiene sentido sostener la buena educación ante
un maleducado?”, “hablemos siempre en el mismo idioma si nos queremos entender”
y “¿vos y cuantos más?” (ésta
última, máxima necesaria para una mujer que tuvo que salir a la calle solita
desde muy chica, siendo de baja estatura, menuda y aspecto inofensivo), se me
alborotaban a un tiempo en la cabeza.
¿Por qué
pretender que somos todos iguales y que profesamos un absoluto respeto a las
ideas ajenas cuando realmente creemos que el otro es un estúpido y sus ideas
no pueden estar más equivocadas? Por
buena educación. Por ser políticamente correcto. Porque como no somos dueños de la verdad quizá la tenga el otro. ¿Porque nos hemos embrutecidos al extremo de
aceptar nivelar para abajo con tal de lucir civilizados?
No me
gusta discutir, mucho menos hacerlo ya en tenor de pelea (las peleas las
entiendo definitivas, sin vuelta atrás, lo que habilita a que uno diga y haga
cosas de las que seguro se arrepienta –no por falsas sino por groseras-). Entonces, si uno sabe que hay personas con
las que es imposible no discutir sin llegar al deseo visceral de destruirlo físicamente
y hacer desaparecer el cuerpo (lo que una rechoncha biblioteca de policiales
asegura con eficacia), ¿no es más simple salirse elegantemente del juego? ¿Dejar de sociabilizar con ellas, cortarles el
saludo, bloquearlas en las redes, evitar su círculo de amistades, desterrarlas
definitivamente de nuestro universo?
¿Realmente nos volvemos unos maleducados por propiciar su exterminio dentro del marco de nuestra
realidad personal? ¿No estamos ganamos tiempo (para ambos) y salud (propia)?
Hasta puede aplicarse la máxima: “respeto
por completo tu derecho humano y constitucional a la ignorancia y a la
estupidez, y te dejo ambas en exclusiva para que la disfrutes por el resto de
tu vida”.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Decidí
intentar uno de mis experimentos con el boceto que menos me gusta (el tercero; lo que debe leerse: si queda mal ¡a la basura!)). Recorté y superpuse
cartulinas y ahora me gusta un poco más.
¿A dónde iremos desde aquí? No
sé. Pero me está pidiendo texto (¿texto?).
Texto. Definitivamente.
Post
data: Pregunta retórica (pero si esto lo lee quién corresponde, que me explique): el personal
branding ¿no es en realidad un neologismo canchero para el narcisismo
exacerbado próximo a una patología psiquiátrica? Mucha fotito, mucha exposición
continua, demasiada (¡innecesaria!) intimidad develada a
las masas bajo la excusa de sostener una “marca personal”. Personal branding. Sobreabundancia de ego, pose exagerada –mucha
forma y poco de contenido- que por momentos luce pura farsa. ¿Es necesario?
martes, 24 de noviembre de 2015
Tercer
proyecto de postal y tercer agregado –aunque no se note el Faber-Castell 8200-176-. Me
justifico diciéndome que estos bocetos son sólo el comienzo, que después
agregaré esto y aquello; que seguramente al final habrá esa mezcolanza
característica que me lleva a sospechar siempre que hubo un instante en el que
debería haberme detenido (y no lo hice).
Ese proverbial instante previo al desborde innecesario en el que debería haber
retrocedido y no avanzar hacia el abismo conocido del exceso.
lunes, 23 de noviembre de 2015
Leo
una entrada del magnífico blog Mirón de
arte (http://mirondearte.com/) sobre
los artistas del reciclaje y como buena veleta estoy de acuerdo y no estoy de
acuerdo.
El artículo cita al referente
obligado: “Marcel Duchamp, en 1960, declaraba con respecto al
término por él creado: «Un Ready Made o Objeto Encontrado es ante todo la palabra inventada para
designar una obra de arte que no es tal. Dicho de otra manera, que no está
hecha a mano. Hecha a mano por el artista. Es una obra de arte que se convierte
en obra de arte por el hecho de que yo la declaro o el artista la declara obra
de arte”. (http://mirondearte.com/arte-reciclado-transformacion-de-objetos-en-arte/)
Obviamente
no comparto. No adhiero a ese presunto “poder de la palabra”, como si el
autodenominado artista fuera un taumaturgo dotado de todos los dones del cosmos. Un objeto es un objeto. Sólo cuando interviene una acción concreta
por parte del artista puede existir una modificación de tal entidad que haga
que ese objeto mute su naturaleza, que pase (a veces) a la categoría de obra de
arte.
Entonces el artículo cierra con una viñeta…
… y asumo sin dudas y con sinceridad ¡soy yo! Yo, que no puedo tirar nada, ni ese
cartoncito publicitario que a guisa de abanico te entregan en Time Square cuando hacés una
interminable cola para conseguir entradas rebajadas para un show de Broadway en pleno agosto.
Y
aunque había decretado la veda absoluta tras culminar mis doce Bandejas Enmascaradas,
como una mascarita también me quedó de rezago (que, obviamente, tampoco puedo tirar a la basura), allá fue con el
cartoncito neoyorquino y, dispuesta al más absurdo reciclaje, estoy componiendo
una Máscara
Abanico (materialmente poco
práctico, porque cuando se agita la pantalla la máscara castañea augurando el lógico desastre).
Y sigo. Habían quedado plumas por algún lado... Ya que estamos, hacemos limpieza general de sobras.
domingo, 22 de noviembre de 2015
Empiezo a
desbarrancar. A mi inconmovible decisión
de una estricta paleta restringida, ya agregué una tierra sombra natural (Faber-Castell 8200-180). Así soy.
“…Así
somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el
poeta:
Movilidad
absurda de inconsciente coqueta.
Deseamos
y gustamos la miel de cada copa
Y
en el cerebro habemos un poquito de estopa.
Bien;
no, no me preguntes. Torpeza de mujer,
Capricho,
amado mío, capricho debe ser.
Oh,
déjame que ría… ¿No ves que tarde
hermosa?
Espínate
las manos y córtame esa rosa.”
Alfonsina
Storni, Capricho Antología
poética, Editorial Losada S.A. Buenos Aires 1965, páginas 18/19
P.D. A esto corresponde como música de fondo La
donna é mobile de Verdi en
la voz de Pavarotti.
sábado, 21 de noviembre de 2015
viernes, 20 de noviembre de 2015
Después
de andar dispersa en tantas cosas distintas, es un placer volver despacio al
principio. Y eso es volver a,
simplemente, dibujar sin ambiciones.
Sólo dibujar, sin preocuparme por la plasticidad, la originalidad o la
transgresión técnica que justifique la obra frente a sabelotodo académicos.
Hace tiempo
quiero intentar reproducir la estética de las postales eróticas victorianas, tratando de lograr el efecto de
ese sepia desgastado que torna hasta al desnudo más procaz en una imagen
bucólica. He compilado material
(tarjetas, fotos, algunos libros) a la espera de la oportunidad de abocarme en
exclusiva a este proyecto. Parece que ha llegado el momento. Uso de escusa la planificación de una serie de
dibujos para postular a la convocatoria del Valencia Sex Festival que tendrá lugar
a mediados del año próximo.
Así,
parece que estoy haciendo algo muy serio, intelectualizado y “estratégico” para mi “carrera”, cuando realmente estoy jugando a hacer sólo lo
que me viene en ganas. Déjenme dibujar en paz (aunque sea por un rato).
jueves, 19 de noviembre de 2015
miércoles, 18 de noviembre de 2015
martes, 17 de noviembre de 2015
lunes, 16 de noviembre de 2015
Y la vida siguió,
Como siguen las cosas que no
Tienen mucho sentido,
Una vez me contó,
Un amigo común, que la vio
Donde habita el olvido.
Como siguen las cosas que no
Tienen mucho sentido,
Una vez me contó,
Un amigo común, que la vio
Donde habita el olvido.
Ayer
domingo me encontré en un artículo del suplemento Ideas de La Nación a un joven artista colombiano que conocí
el año pasado, Samuel Lasso, con
quien compartí la muestra del Centro
Cultural Arte y Vida.
Pese
a la angustia y a la profunda tristeza de los últimos días, ver a Samuel
como uno de los protagonistas de la nota de María Paula Zacharías “Arte. Los Extranjeros” (La Nación 15 de Noviembre de 2015,
Suplemento Ideas, página 9) fue una gratísima sorpresa.
La nota habla sobre la elección de Buenos Aires para el desarrollo de
proyectos artísticos por parte de artistas, galeristas y curadores del
exterior. “Para los extranjeros, Buenos Aires es la gran usina creativa”
dice la autora y destaca la afirmación
de Samuel: “Hay muchas posibilidades
artísticas”. Me alegra en lo
personal –Samuel es un joven artista
muy talentoso y una persona encantadora- y me enorgullece como artista de Baires que vive y trabaja acá, sabiendo
el privilegio que es estar en una de las ciudades con más actividad cultural
del mundo. Como si Buenos Aires fuera mía, cuando la
ponderan y la elige, cuando la ven con un afecto que se aproxima al que yo
siento por ella (puede que lo mío sea cercano a la
adoración, lo reconozco) mi orgullo se infla como un globo y vuelvo a convencerme que trabajar por el arte vale la pena aunque más no sea por la (buena) compañía que genera.
Quizá el arte no salve al mundo, ni solucione problemas ni evite tragedias; pero en tiempos tan angustiantes como estos sirve de compensación, de caricia al alma, de refugio ante la sinrazón.
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