lunes, 16 de noviembre de 2015




Y la vida siguió,
Como siguen las cosas que no
Tienen mucho sentido,
Una vez me contó,
Un amigo común, que la vio
Donde habita el olvido.

 Joaquín Sabina, Donde habita el olvido

 

    Ayer domingo me encontré en un artículo del suplemento Ideas de La Nación a un joven artista colombiano  que conocí el año pasado, Samuel Lasso, con quien compartí la muestra del Centro Cultural Arte y Vida. 

    
 

     Pese a la angustia y a la profunda tristeza de los últimos días,  ver a Samuel como uno de los protagonistas de la nota de María Paula Zacharías “Arte. Los Extranjeros” (La Nación 15 de Noviembre de 2015, Suplemento Ideas, página 9) fue una gratísima sorpresa.    
 
      La nota habla sobre la elección de Buenos Aires para el desarrollo de proyectos artísticos por parte de artistas, galeristas y curadores del exterior. “Para los extranjeros, Buenos Aires es la gran usina creativa” dice  la autora y destaca la afirmación de Samuel: “Hay muchas posibilidades artísticas”.  Me alegra en lo personal –Samuel es un joven artista muy talentoso y una persona encantadora- y me enorgullece como artista de Baires que vive y trabaja acá, sabiendo el privilegio que es estar en una de las ciudades con más actividad cultural del  mundo.  Como si Buenos Aires fuera mía, cuando la ponderan y la elige, cuando la ven con un afecto que se aproxima al que yo siento por ella (puede que lo mío sea cercano a la adoración, lo reconozco) mi orgullo se infla como un globo y vuelvo a convencerme que trabajar por el arte vale la pena aunque más no sea por la (buena) compañía que genera.  
 
     Quizá el arte no salve al mundo, ni solucione problemas ni evite tragedias; pero en tiempos tan angustiantes como estos sirve de compensación, de caricia al alma, de refugio ante la sinrazón.
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 

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