Y la vida siguió,
Como siguen las cosas que no
Tienen mucho sentido,
Una vez me contó,
Un amigo común, que la vio
Donde habita el olvido.
Como siguen las cosas que no
Tienen mucho sentido,
Una vez me contó,
Un amigo común, que la vio
Donde habita el olvido.
Ayer
domingo me encontré en un artículo del suplemento Ideas de La Nación a un joven artista colombiano que conocí
el año pasado, Samuel Lasso, con
quien compartí la muestra del Centro
Cultural Arte y Vida.
Pese
a la angustia y a la profunda tristeza de los últimos días, ver a Samuel
como uno de los protagonistas de la nota de María Paula Zacharías “Arte. Los Extranjeros” (La Nación 15 de Noviembre de 2015,
Suplemento Ideas, página 9) fue una gratísima sorpresa.
La nota habla sobre la elección de Buenos Aires para el desarrollo de
proyectos artísticos por parte de artistas, galeristas y curadores del
exterior. “Para los extranjeros, Buenos Aires es la gran usina creativa”
dice la autora y destaca la afirmación
de Samuel: “Hay muchas posibilidades
artísticas”. Me alegra en lo
personal –Samuel es un joven artista
muy talentoso y una persona encantadora- y me enorgullece como artista de Baires que vive y trabaja acá, sabiendo
el privilegio que es estar en una de las ciudades con más actividad cultural
del mundo. Como si Buenos Aires fuera mía, cuando la
ponderan y la elige, cuando la ven con un afecto que se aproxima al que yo
siento por ella (puede que lo mío sea cercano a la
adoración, lo reconozco) mi orgullo se infla como un globo y vuelvo a convencerme que trabajar por el arte vale la pena aunque más no sea por la (buena) compañía que genera.
Quizá el arte no salve al mundo, ni solucione problemas ni evite tragedias; pero en tiempos tan angustiantes como estos sirve de compensación, de caricia al alma, de refugio ante la sinrazón.
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