Después
de año y medio (en realidad, más tiempo aun)
fui a buscar las obras que estaban en Martín
Coronado. Es vergonzosa mi desidia,
pero alego en mi defensa la falta de espacio para guardarlas. De vuelta en casa sólo pueden
amontonarse.
Aun así,
son bienvenidas. A Las Gracias Americanas le
reservo un caballete por la sencilla razón de que con doble marco y vidrio
resulta muy pesada y, por ende, muy frágil.
A Alicia en el Principio y A través del espejo les fue bien un
par de clavos libres en un altillo.
El
presunto abandono al que las sometí les da una circunstancial prioridad (al
menos por un rato), y vuelven (tarde) de una actividad que supo ser
interesante:
Mientras
tanto, haciendo alarde del poco espacio que normalmente tengo, me desparramo para
terminar la escenografía de la ambientación de Alicia a escasa semana
del evento. Entre las piezas de ajedrez a cubrir con leve cartapesta para darles solidez, las tazas que barnizo con vitrificante, y mi Gato al aguardo de
sus bigotes y detalles finales, mi taller es en estos momentos zona de
desastre por completo intransitable.
A mí no me cabe duda: el verdadero lujo es el espacio.
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