En su grave rincón, los jugadores
Rigen
las lentas piezas. El tablero
Los
demora hasta el alba en su severo
Ámbito
en que se odian dos colores.
Adentro
irradian mágicos rigores
Las
formas: torre homérica, ligero
Caballo,
armada reina, rey postrero,
Oblicuo
alfil y peones agresores.
(…)
Jorge
Luis Borges, Ajedrez
Por esos tramposos juegos del inconsciente (que jamás me atrevería
a indagar), cuando sobre este poema hice una serie de dibujos, la reina no
fue armada sino artera, y así quedó titulada la obra que encabeza esta entrada:
La
Reina Artera.
En estos
días que estoy componiendo algunas piezas de ajedrez para la ambientación de Alicia,
me vinieron a la cabeza nuevamente estas líneas de Borges como mantra inspirador para el diseño.
Como
corresponde, no proyecto en concreto y mucho menos bosquejo, por lo que las cosas van surgiendo casi como destino ajeno a mi voluntad. De hecho, entro a la
papelera y compro según el arrebato momentáneo los circunstanciales materiales
que veo a mano. Desparramo luego lo que hay y me limito a su observación a la espera de las musas (aunque por
lo general, la única que viene puntualmente es mi gata Catalina).
El oblicuo alfil y la torre homérica fueron fáciles.
Para la corona de la reina me sirvió lo comprado pero me quedé sin
altura, por lo que tengo que volver a enloquecer al empleado de la papelera. El ligero
caballo es el auténtico desafío. En
su momento, mi amiga (con la que colaboro para la ambientación) me había
sugerido peones, pero ¿cuál sería el chiste optar de entrada por lo más
fácil? Aunque al final (sobre todo, por la falta de tiempo ante la
inminencia del evento) deba resignarme a la peonada, tengo que hacer un
intento, aunque sea sólo uno, por el caballo.
¿Por qué? Porque es lo que no sé
cómo hacer, ¿no es obvia la razón?
Pero soy prolija, primero completo torre, alfil y reina y recién ahí me doy la licencia del desafío. Inevitablemente, aun cuando trato de ser
completamente profesional no puedo dejar de ser yo.
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