viernes, 13 de noviembre de 2015



     Lo bueno de lo malo es que, como todo, en algún momento llega al final.  Esta frustración y fastidio de que a cada intento de arreglo destruyo algo más termina cuando ya no queda tiempo y hay que aprontarse para el traslado al lugar del evento. 

     Mi Gato de Cheshire no puede pararse solo y a mi último intento de reparación acabó derrumbándose sobre la hornalla a la que lo había acercado para apresurar su secado.  ¿Cuántas crisis nerviosas puede uno tener sucesivamente? ¿Hay estadísticas?  Mi amiga encontró una sabia solución (a mi histeria y al gato díscolo) y planea montarlo sobre un árbol, con lo que gracias  a un par de sutiles agujeritos y un poco de alambre la cuestión de su estabilidad pasó a la intrascendencia. 

     La laca siguió amarilleando las piezas de ajedrez, pero ella -¡santa!- me consuela asegurando que con un hábil juego de luces todo se volverá presunto efecto intencionado.  Lo dejo en sus manos, ella sabe y yo me he vuelto absolutamente torpe en mis desesperados amagues de perfeccionismo chapucero. 


     Me despido de todos ellos.  Vayan, luzcan lindos, disimulen los defectos, hagan felices a esas personas que desconozco pero a las que les deseo que por un ratito se sientan sumergidos en el mundo maravilloso de Alicia










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