La totalidad de las imágenes que se reproducen en este blog corresponden a obras de mi autoría.
martes, 31 de enero de 2017
Me
pregunta si tengo un plan. Claro. Nuestra adolescencia la pasamos viendo por
televisión Brigada A (The A-Team), aprendimos con Hannibal
Smith
que siempre hay que tener un plan, o dos, o tres. Y que no necesariamente funcionan. Así que le contesto que sí, que tengo un
plan. Omito agregar que se llama “improvisación sobre la marcha”.
Pero como
perro con un hueso insiste en que le dé detalles. ¿Qué tengo en concreto? Nada, salvo el interés de lograr en este año
algún par de eventos físicos, es decir, exponer off line mi trabajo. Postulé para Wine & Arts, en el Hipódromo de Palermo, los primeros días
de abril, pero todavía no tengo respuesta ni he pagado por el espacio, por lo
que sigue en el ámbito de lo dudoso.
Supongo que voy a insistir con montar una individual en alguna sala
dependiente del Municipio de Lanús (aunque mi enojo del año pasado me hizo jurar
que no iba a hacerlo jamás de los jamases) e intentar contratar alguna
pequeña (y barata) galería de Capital para la segunda mitad del año. Lo que salga en el medio lo iremos atendiendo
según vaya viniendo, como siempre.
Como “plan” no suena muy
estructurado, pero técnicamente todavía estoy en enero así que tengo margen. Iremos viendo.
lunes, 30 de enero de 2017
Dos (dos, literalmente, ¡dos!) días viajando
para poder volver a casa. Llegar varias
horas antes a un aeropuerto, despachar las valijas, pasar todas las revisiones
que la era post-torres nos legó, subir a un avión con la resignación de quince
horas de vuelo (hay que cruzar el
Atlántico), que te tengan dos horas en la cabina con la reiterada excusa de
que se demorará la partida cinco minutos por problemas técnicos. Que finalmente no despegue y te hagan
bajar. Que te hagan hacer cola para
darte un voucher de “cena” en un barcito del aeropuerto que
no tiene más de veinte mesas, a donde corre todo el pasaje despavorido. Después de la obvia guerra descarnada por
conseguir una silla y masticar con esfuerzo un sándwich demasiado frío e
insípido, vuelta a hacer cola para que te digan que se reprograma el vuelo, “en
principio”, para dentro de 24 horas; y te dan otro voucher, esta vez para un hotel de aeropuerto y una llamada (cual detenido incomunicado). Pero no, se protesta un poco, se explica que
uno tiene compromisos asumidos, se hace otra cola, se explica de vuelta lo
obvio –que uno tiene una vida fuera de
los aeropuertos- y se esperan horas y horas para un cambio de vuelo lo más cercano
posible en el tiempo (que son ocho horas después).
Listo, uno consigue ser inserto en el hueco de otra línea en un
transocéanico. Ahora hay que conseguir
las valijas, porque nos vamos de Latam
a Iberia y la sospecha de que nuestro
equipaje no va a saber encontrar solo el camino se vuelve profunda. Son ya la una y media de la mañana de un día
que llegamos al aeropuerto a las tres de la tarde. Pero insistimos, recuperamos las valijas y tras
otro poco de espera (a esta altura somos
invulnerables a las incomodidades) conseguimos un bus rotativo al hotel
donde pasaremos tres horas –sin dormir por temor a no despertar- y salir
disparado al aeropuerto otra vez para volar a otra ciudad para tomar el otro
vuelo. Pero hay niebla, y entonces otra
demora y reaparece el pánico de quedar prisionero para siempre en un continente
que no nos disgusta pero del que ya tuvimos suficiente cuota. ¡Quiero
volver a casa! Pero finamente
aterrizamos y alcanza para abordar al mediodía de Madrid el vuelo que ¡finalmente!
depositará mis hinchados pies en Buenos
Aires pasadas las ocho y media de la noche.
Y hay que conseguir las valijas, y pasar migraciones, y soportar el mal
modo de los agentes de aduanas que miran las maltrechas maletas de ciudadanos
cansados como símbolos de toda traición.
Y después cotizar la conveniencia de taxi o de remís. Y enfrentar el tráfico de un domingo a la
noche. Y llegar a una casa que estuvo
cerrada demasiado tiempo y donde el calor del verano porteño ha hecho caldo de
condensación irrespirable. Pero llegué,
demasiado después de que inicié la partida, pero llegué. Y me prometo no irme más. Porque me gusta viajar pero me gusta volver y
quedarme en mi lugar. Porque dos días de
viaje pone de mal humor a cualquiera.
Porque sospecho que he llegado a mi límite de muchas más formas de las
que hubiera creído.
viernes, 27 de enero de 2017
Como
corresponde –porque somos personas muy
prolijas- hacemos el recorrido previsible: las Ramblas hasta el mar (¿cómo
no pasar a saludar al Mediterráneo aunque llueva y haga un frío que no quiero
mencionar?) y luego todo el Gaudí
que podamos soportar sin empezar a cuestionarnos la razonabilidad de su
arquitectura orgánica.
Pero Barcelona es más, Barcelona
es su gente. Una manera cordial, una cadencia presta pero cuidada,
un ritmo propio. Un saber jerarquizar las
cuestiones. Tomarse todo el tiempo necesario para el disfrute de esas tapas y
esa cervecita helada. La última vez que
estuve por estos lados me detuve a hurtar algún que otro cartel callejero de
los postes de luz de las Ramblas -que se plasmaron después en Imagen
barcelonesa-. Hoy estoy más
canchera y tengo la memoria más entrenada así que me llevo todas las imágenes
queribles adheridas al alma. Nada de exceso de equipaje para mí.
martes, 24 de enero de 2017
Dicen que
hay lugares que, por razones secretas e incomprensibles, se vuelven centros de
peregrinación a través de los tiempos.
El Foro, en Roma, debe ser uno de esos lugares mágicos, punto neurálgico de energías cósmicas, que hizo que los romanos imperiales le
erigieran templos a sus dioses, los cristianos basílicas a sus vírgenes, y los
turistas del siglo 21 manifiesten públicamente su culto a las piedras con selfies y fotografías varias tomadas con sofisticados gadgets
electrónicos.
Pero es
realmente un lugar especial, donde el tiempo parece moverse en otro ritmo. Y si
uno se detiene a contemplarlo con la cabeza abierta, acaba comprendiendo la
inmensidad del espíritu humano.
Movida por
una confusión o, simplemente, para autoflagelarme, terminé el día visitando los
Museos Vaticanos. ¿Para qué? Porque no puedo irme de Roma sin pasar por la
Capilla Sixtina, sólo para confirmar
que Miguel Angel será siempre un escultor aun cuando pinte al fresco.
Y así
termino malhumorada, proclamando a quien quiera escucharlo (nadie, por cierto) que la técnica
museística vaticana es vergonzosa, que no hay señalizada prácticamente ninguna
obra, que uno paga una entrada (cara)
para no saber absolutamente nada si no concurre en una visita guiada; que los Aposentos
Borgias son un DESCARADO
ABANDONO, que es inentendible que los abrieran al público sin haberlos
restaurado previamente, y que el alarde mercantilista de la proliferación de tiendas
por las que uno se ve obligado a pasar camino a la Sixtina hace que la
iglesia nada tenga que envidiarle a los parques Disney.
Pero también
está la Galería Cartográfica, y están esos maravillosos mapas pintados
al fresco en los muros. Y entonces –mujer voluble al cabo- mi día acaba
siendo perfecto.
lunes, 23 de enero de 2017
(…)
En
pantalla Dalila cortaba el pelo al cero a Sansón
y en la última fila del cine, con calcetines aprendimos tú y yo.
Juegos de manos, a la sombra de un cine de verano.
Juegos de manos, siempre daban una de romanos.
y en la última fila del cine, con calcetines aprendimos tú y yo.
Juegos de manos, a la sombra de un cine de verano.
Juegos de manos, siempre daban una de romanos.
Era
condición esencial organizar bien el modo
de entrar en la semioscuridad blanca y negra del No-do.
Y mientras en el circo un león se merendaba a un cristiano
la nena se dejaba besar que no la pille su hermano.
Si estrenaban Cleopatra y pedían el carnet
yo iba con corbata y pomada que cura el acné.
Hasta que aquella bici de mi niñez se fue quedando sin frenos
y en la peli que pusieron después nunca ganaban los buenos.
Y mientras en pantalla prendía fuego a Roma Nerón
contra la última valla del cine y en calcetines aprendimos tú y yo.
Hoy que todos andan con videos porno americanos
para ver contigo me alquilo una de romanos...
de entrar en la semioscuridad blanca y negra del No-do.
Y mientras en el circo un león se merendaba a un cristiano
la nena se dejaba besar que no la pille su hermano.
Si estrenaban Cleopatra y pedían el carnet
yo iba con corbata y pomada que cura el acné.
Hasta que aquella bici de mi niñez se fue quedando sin frenos
y en la peli que pusieron después nunca ganaban los buenos.
Y mientras en pantalla prendía fuego a Roma Nerón
contra la última valla del cine y en calcetines aprendimos tú y yo.
Hoy que todos andan con videos porno americanos
para ver contigo me alquilo una de romanos...
Joaquín
Sabina, Una de romanos
Decía
ayer que uno da vuelta una esquina y se tropieza con la historia de la humanidad,
y es así literalmente. Salí esta mañana de una tienda de mascotas
dónde compré un collarcito con strass y cascabel para mi gata y, dos pasos
después, atrás del semáforo, se me imponía el Coliseo.
Uno puede
intelectualmente cuestionar el culto a las piedras pero es inevitable, cuando se
lo tiene en frente, vibrar de emoción y reverenciar sin reservas a semejante
monumento.
Post
data: Y
sí, no lo voy a negar. Este es el ángulo desde el que invariablemente logro conciliar mis
conflictos intelectuales con mis emociones…
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