lunes, 9 de enero de 2017






     “Siempre tendremos París” le dice Rick a Ilsa al final de Casablanca, y uno supone que está incluido en esa promesa de consuelo, cuando lo único que en realidad tenemos es al Bogart del poster.    Así se construyen los mitos.   Pero no puedo culpar a París por el vano uso de su nombre;  a lo sumo a los guionistas y a los astutos publicistas que han manipulado el inconsciente colectivo de Occidente y nos han dejado a la espera del  recuerdo romántico de algo que nunca habrá de suceder. 


    Igual, debo reconocer que ofrecer como opción a este frío insoportable el pasar el día entero dentro del Louvre es una perspectiva que justifica por si sola la visita a la ciudad.  






     Así que hoy hemos tenido una tregua.  La Victoria de Samotracia, la perfecta Virgen de las rocas de Leonardo y la Libertad… de Delacroix siempre sacan lo mejor de mí.  Al punto que ni siquiera me fastidió esta vez el habitual circo armado alrededor de la Gioconda (de hecho, hoy me pareció que ella estaba riéndose abiertamente de su alborotado público).






Post data:  Las medidas de extrema seguridad que presencio estos días, a la policía con sus armas montadas en la plaza de acceso al Museo y hasta en el sector de lockers del vestuario, me han puesto la piel de gallina.  No ya por el miedo personal –primera reacción inevitable- sino por la idea de que exista en la cabeza de alguien la intención de destruir semejante reservorio de obras únicas y objetos históricos irremplazables, cúmulo de una cultura que es patrimonio de la humanidad y en cuyo resguardo deberíamos estar todos, pero absolutamente todos, de acuerdo sin margen de discusión posible.  










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