“Siempre
tendremos París” le dice Rick a Ilsa al final de Casablanca,
y uno supone que está incluido en esa promesa de consuelo, cuando lo único que en realidad
tenemos es al Bogart del
poster. Así se construyen los mitos. Pero no puedo culpar a París por el vano uso de su nombre; a lo sumo a los guionistas y a los astutos
publicistas que han manipulado el inconsciente colectivo de Occidente y nos han dejado a la espera del recuerdo romántico de algo que nunca habrá de suceder.
Igual,
debo reconocer que ofrecer como opción a este frío insoportable el pasar el día
entero dentro del Louvre es una perspectiva
que justifica por si sola la visita a la ciudad.
Así que hoy hemos tenido una tregua. La Victoria
de Samotracia, la perfecta Virgen de las rocas de Leonardo y la Libertad…
de Delacroix siempre sacan lo mejor
de mí. Al punto que ni siquiera me fastidió esta vez el habitual circo armado alrededor de la Gioconda (de hecho, hoy me pareció que ella estaba riéndose abiertamente de su alborotado público).
Post
data: Las medidas
de extrema seguridad que presencio estos días, a la policía con sus armas
montadas en la plaza de acceso al Museo y hasta en el sector de lockers del
vestuario, me han puesto la piel de gallina.
No ya por el miedo personal –primera
reacción inevitable- sino por la idea de que exista en la cabeza de alguien
la intención de destruir semejante reservorio de obras únicas y objetos
históricos irremplazables, cúmulo de una cultura que es patrimonio de la humanidad
y en cuyo resguardo deberíamos estar todos, pero absolutamente todos, de acuerdo sin margen de discusión posible.
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