No ha habido conciliación posible. No tenemos afinidad. La ciudad es imponente, pura piedra
histórica. Bella por dónde la mires,
distante en su pose de importancia. Será
que la diferencia idiomática marca un abismo entre nosotras, será que adhiero a
la cercanía y a lo relajado, será que París
no es para mí.
Ayer, en Montmartre,
visité una Galería (Galerie Montmartre) puesta como se deben poner las galerías, con obras de
artistas contemporáneos de estética pop, unas pequeñas esculturas de animales (Cévé) al
estilo de Koons pero con más
elegancia (elegancia francesa, obviamente), y hasta unos auténticos Dalí y unas litografías de Miró que me gustaron mucho.
Los enmarcados y el packaging con el que embalaban obras pequeñas (unas cajas acolchadas con un compartimento
para la obra y otro para certificado y catalogo y material del autor), listo
para viajes aéreos, eran una maravilla.
La Galería estaba frente a la placita donde otros artistas (artistas sin galería) ofrecían retratar a los
turistas al paso mientras otras de sus
obras se exhibían a la venta apiñadas bajo sombrillas que no las resguardaban
del todo de la lluvia. Porque en Monmartre se empecinaba esta lluvia
helada y constante y nos mojábamos todos.
Frío y lluvia, y una galería hermosa en la que no entraba nadie (en el rato que estuve sólo entré yo) y una
plaza con artistas que intentan sobrevivir de los turistas y obras a la
intemperie soportando este mal tiempo.
No será culpa de nadie, la vida es así (en todas partes), pero no ha
servido más que para aumentar mi fastidio.
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