Camino a Londres. Al Londres
que antes de conocer físicamente ya conocía por Conan Doyle, por Dickens,
por Stevenson, por Agatha Christie, y en los últimos
tiempos, por Anne Perry y P.D.James. Esa ciudad que a través de Borges uno llegó a comprender y a aceptar como referente fundacional de nuestra
cultura aunque nuestros abuelos directos bajaran de barcos zarpado en España o Italia.
Pero yo
había estado antes en pleno agosto, no en este enero gélido donde los titulares
de los diarios se regodean anunciando más frío que viene –dicen, o eso entendí yo entre mi tiritar de dientes- de la
mismísima Siberia. Entonces llego y la Londres literaria, culta e intelectualmente provocadora se resume
en un acogedor y cálido pub. Acá voy a
esperar a que pase la ola polar.
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