domingo, 22 de enero de 2017
































     Y uno sigue y va. ¿Por qué?  Porque es inevitable: todos los caminos conducen a Roma.  Porque es el principio de occidente, el compendio de nuestro bagaje cultural.  Porque la Fontana de Trevi está en nuestra memoria genética, con un Mastroianni espléndido y una Anita Ekberg un poco robusta para el gusto actual pero inolvidablemente rubia y portentosa.  Porque aunque uno quiera evadirse, da vuelta una esquina y la monumentalidad imponente le sopapea la impertinencia de pretender ignorar que se camina sobre tres mil años de historia.













































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