Como
corresponde –porque somos personas muy
prolijas- hacemos el recorrido previsible: las Ramblas hasta el mar (¿cómo
no pasar a saludar al Mediterráneo aunque llueva y haga un frío que no quiero
mencionar?) y luego todo el Gaudí
que podamos soportar sin empezar a cuestionarnos la razonabilidad de su
arquitectura orgánica.
Pero Barcelona es más, Barcelona
es su gente. Una manera cordial, una cadencia presta pero cuidada,
un ritmo propio. Un saber jerarquizar las
cuestiones. Tomarse todo el tiempo necesario para el disfrute de esas tapas y
esa cervecita helada. La última vez que
estuve por estos lados me detuve a hurtar algún que otro cartel callejero de
los postes de luz de las Ramblas -que se plasmaron después en Imagen
barcelonesa-. Hoy estoy más
canchera y tengo la memoria más entrenada así que me llevo todas las imágenes
queribles adheridas al alma. Nada de exceso de equipaje para mí.
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