lunes, 24 de marzo de 2014

Breve comentario cuya única finalidad es enemistarme (¡innecesariamente!) con los críticos de arte.







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...Los mitos de élite, especialmente los que cristalizan en torno a la creación artística y su repercusión cultural y social.  Precisemos de antemano que estos mitos han logrado imponerse fuera de los círculos cerrados de los iniciados merced sobre todo al complejo de inferioridad del público y de los procedimientos artísticos oficiales.  La incomprensión agresiva del público, de los críticos y de las representaciones oficiales del arte hacia un Rimbaud o un Van Gogh, las consecuencias desastrosas que tuvo, sobre todo para los coleccionistas y los museos, la indiferencia hacia los movimientos innovadores, desde el impresionismo al cubismo y al surrealismo, han constituido duras lecciones tanto para los críticos y el público como para los comerciantes de cuadros, las administraciones de los museos y los coleccionistas,  Hoy, su único miedo es no ser lo suficientemente avanzados, el no adivinar a tiempo el genio en una obra a primera vista ininteligible.  Jamás quizá en la historia de un artista ha sido tan cierto como hoy que cuanto más audaz, iconoclasta, absurdo e inaccesible sea, tanto más se reconocerá su valía, se le mimará, se le idolatrará. (…) (Al artista) se le pide más bien que se conforme con su imagen mítica, que sea extraño, irreductible, y que haga ´algo nuevo´.  Es en el arte el triunfo absoluto de la revolución permanente.  Ni siquiera se puede decir que esté todo permitido: toda innovación se la declara de antemano genial por decreto y se iguala a las innovaciones de un Van Gogh o de un Picasso, ya se trate de un anuncio hecho tiras o de una lata de sardinas firmada por el artista.  La significación de este fenómeno cultural es tanto más considerable cuanto que, quizá por primera vez en la historia del arte, no existe tensión entre artistas, críticos, coleccionistas y público.  Todos están de acuerdo siempre y mucho antes de la creación de una nueva obra o del descubrimiento de un artista desconocido.  Tan sólo importa una cosa: no correr el riesgo de tener que confesar un día que no se ha comprendido la importancia de una nueva experiencia artística.”  

Mircea Eliade Mito y Realidad – Mitos y Mass-Media  Editorial Labor S.A. Barcelona 1983, pág. 194/195.







     Debo confesar que he estado leyendo –con asombro- algunas críticas a muestras que actualmente se desarrollan en Baires y sus adyacencias.  Y realmente sólo puedo concluir que los galeristas compiten en mostrar cualquier cosa en su auto-convicción de que cualquier cosa es cualquier cosa y que, en consecuencia, es arte  vanguardista; y que los críticos hilvanan palabra tras palabra por el mero gusto de demostrar que su vocabulario se extiende más allá de las doscientos vocablos promedios con que se comunica el ciudadano medio porteño. Es decir: se cuelgan en las paredes algunas cosas que no deberían salir a la luz pública por mero ejercicio del pudor y algunos señores y señoras debería cerrar la boca y esconder la mano y no “reseñar” exhibiciones que sólo merecen un minuto de compungido silencio.







     ¿Qué diferencia lo bueno del mamarracho oportunista?  El tiempo.  Sólo el tiempo.  Sólo cuando una obra perdura más allá de su autor y su círculo de afinidades y conveniencias, cuando se vuelve independiente y es común a otras generaciones y circunstancias, recién ahí puede concebirse la idea de arte real.  Como en mis años de estudiante de filosofía, cuando  me enojaba de impaciencia por la prohibición al análisis del contexto actual y se nos educara a la esperar de la brecha de años necesaria para una valoración razonada de la historia, hoy comprendo que cualquier crítica de arte es errónea si se hace desde el lugar de la contemporaneidad.  Tiempo, todo necesita tiempo.  Evolución.  Distancia.  Desprendimiento.  Obviamente, los críticos de arte tienen que vivir de algo hoy y no pueden esperar por la sabiduría como los filósofos.  Pero supongo que uno no debe darles tanta importancia como para prestarles atención o condicionar su trabajo en virtud de su opinión.  La existencia de los críticos en un evento artístico son escenografía de rigor como los mozos que reparten las bebidas en el vernissage y los trapitos que acomodan los autos a la vuelta de la esquina.  Merecen la propina , el saludo educado y nada más.











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