Situación de conflicto: Como si se tratara de una aceitada cadena de favores, surge a pocos días del cierre de mi pequeña muestra en Córdoba, Andalucía, el contacto de un amigo para avisarme de la chance de exponer mis obras en otro lugar de España: en una preciosa masía rural catalana devenida en un coqueto hotel (de los que acá llamamos “boutique”), en Gerona: Exus Natur.
Obviamente yo estoy acá, del otro lado del Atlántico, lo que hace que cualquier
conversación sea vía mail y cualquier traslado físico de los cuadros dependa de
la buena voluntad de otras personas.
Pero nada se pierde con preguntar, y luego de un par de ida y vuelta
de amables mensajes resulta que el
director de la sala cordobesa no tiene inconveniente (¡mil gracias Daniel!) en remitir mi obra al espacio de arte de más al
norte y, ante mi consulta concreta a ese respecto, me informa que el costo del
envío rondará los quince euros.
Demasiado
fácil me susurra insidiosa una de mis malvadas vocecitas,
la que peca de escrupuloso realismo. Pero
la fecha de la muestra es en mayo, hay tiempo de sobra. Mis anteriores envíos postales a lo sumo
tardaron una semana, ¿cuán difícil puede ser remitir el costo de una encomienda
postal a fin de poder mover mi obra de una ciudad a otra? Muy
difícil, porque estamos en la Argentina
de la década ganada. Conseguir en Baires 15 o 20 euros es infinitamente más difícil que conseguir por
izquierda, digamos, unos cuantos millones en cualquier moneda. Acá, hace un año por estas fechas, se
ventilaba que los prestanombres (“valijeros”,
hombres de paja, testaferros) de presuntos empresarios que encubren a elevadas
figuras del gobierno pesaban el dinero negro que sacaban
del país porque, por su cantidad, contarlo era mucho trabajo… La viuda
presidencial tiene una fortuna de 70 millones de dólares y trabajó en forma
independiente –apenas recibida- ocho o nueve años. Después la función pública. Pero ella sí fue una “abogada exitosa”, el resto sólo somos imbéciles. Y yo que necesito 15 euros no los puedo
comprar porque el Fisco –que todo lo vigila con su ojo censor incorruptible- no
me deja.
Es tan estúpida la situación que no puedo del
todo enojarme. Mañana veré de deambular
por esas callecitas porteñas que tienen un no sé qué y muchos “arbolitos” y
esperaré del cielo inspiración y concreta solución a mi dilema. Y después, cuando lea en algún blog o sitio
de arte los conflictos éticos o morales de algunos artistas serios frente a la disyuntiva de
“doblegarse” o no a las reglas del mercado para trascender con su obra, volveré
a recordarme que desde acá, tan al sur,
es todo tan bizarro que la realidad real del resto del mundo parece demasiado sencilla,
tan previsible y, definitivamente, muy aburrida.
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