Sobre “La Idea” (o los brotes psicóticos).
Salía de la casa de mi infancia y en el cesto de basura del vecino (para se exacta, abajo del cesto porque dentro no cabía) estaba “ella”. “Ella”- a mi miope vistazo- el alma, el espíritu interior, de mi vitrina de falso art decó con luces y cristales. “Ella” -a vistas de cualquiera en su sano juicio- una especie de cajón de manzana descuajeringado. Para precisar con exactitud, sería como la mitad de alto y el doble de largo de un cajón de manzana normal, de la misma maderita tosca, liviana y chueca pero cubierta de un papel amarillento y desteñido de un estampadito de pelotas de playa. ¿Qué habrá sido? No sé. Una especie de cajón colgante de un cambiador de bebé, tal vez, ya que en cada extremo tenía unas orejas de cuerina negra que supongo podía hacerla colgar de otra estructura. Vaya uno a saber (aunque ganas me dan de tocarle timbre al vecino y preguntarle, pero sospecho que puede ser un poco raro).
Supongo a estas alturas que no tengo que explicar que rescaté al alma de mi vitrina de la basura y me la traje conmigo. En mi taller está siendo “descubierta” en su esencia: le coloqué un espaldar de cartón y recuperé toda la estructura de bases y laterales con una suave cartapesta de servilletas de papel. Le coloqué con telgopor unos soportes para poder incorporarle, más adelante, dos estantes de cristal y ahora me apronto a enderezar sus bordes (¿ya dije que está un poco –bastante- chueca la mires por donde la mires?) con un cordón de algodón que oportunamente habrá de ser patinado y craquelado. Puede que todo esto suene como muy extraño, pero yo realmente veo mi vitrina en el interior de mi cabeza. Nadie más la ve pero está ahí: camuflada en el seudo cajón de manzanas largirucho.
Imagino a varios de mis conocidos bienintencionados bufando en este mismísimo momento: “Otra vez perdiendo el tiempo con esos cachivaches…” Para ellos va dedicado este maravilloso fragmento de Paul Valery:
“¡Vamos! ¡En pie! ¡Surge! ¡Escucha!/
¡Escucha! ¡Despierta! Rompe tus cadenas; sé./
Sal de las sombras, de los limbos, de las partes infinitas,/
¡oh separado en la inmovilidad total!/
Arráncate de la paz, de la noche; emerge;/
Mueve los codos, las manos, los dedos. ¡Desperézate, bosteza!/
¡En pie! ¡En pie! ¡Endurécete; que aparezca tu fuerza!/
¡Aprieta los dientes, recrea una estatua y una altura;/
Ponte en guardia, afirma tus piernas!/
Y que tus ojos sean una corona de los más claros ojos./
Corónate. Compón tu mirada. Siéntete todo el instrumento de este día que empieza/
Y del acto que te llama./
Yo que te llamo. Yo que nada puedo sin ti./
Yo, la Idea/
Que todo lo puedo contigo,/
Estaba en tu sombra y en tu composición./
Estaba dispersa, cerca y lejos (como una gota de vino/
En una cuba de agua clara), en tu substancia./
¡Ven en mi ayuda! Sé carne y osamenta,/
Se mi forma, mis ojos, mi lengua, mis tendones./
Sé para que yo sea. ¡Sé para ser!/
Obedece; que sea yo la orden que tú profieras./
Mi voz es tuya y tú sabes distinguir /
Mi voluntad. Pero tú quieres… ¡YO! ¡La Idea!/
Al principio yo no existía. Luego entre tus pensamientos./
Yo era uno más entre ellos. Infusa, vaga./
Pero ahora tú ya no eres enteramente tu mismo,/
Tú mismo, tu vida, tu sangre, tus temores, tus horas, tu voz,/
Sino el esclavo de la ocasión favorable, ¡mi oportunidad!/
(…)
He hallado en tu estructura y en tu substancia/
La hora, el ser, la hora del ser y el ser de la hora./
La coincidencia de tus recuerdos, del tiempo que hacía,/
La naturaleza de tu sueño, de tu vagar, de tus manías./
He hallado mi alimento en tus flaquezas,/
Mi posibilidad en tus ignorancias,/
Una ocasión en tus repugnancias…/
Ahora nos pertenecemos. Nos confundimos./
Nos amamos./
Tú eres mi Loco por mi causa: TU IDEA.”
Paul Valery, Poesía en bruto – Canto de la Idea Madre, El Cementerio Marino, Unidad Editorial S.A. Madrid 1999.
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