MARGINALIA: corroboración de mi estado de psicosis delirante o fehaciente acreditación de mis aptitudes psíquicas. O ambas. (O ninguna de las dos.)
Todos tenemos (supongo que TODOS lo tienen así me niego a considerar que el que yo lo TENGA sea una rareza más de la nómina) objetos de nuestra lejana infancia que guardamos celosamente como fetiches de nuestra propia identidad. En mi caso, conservo con un celo tal vez un poco excesivo el osito de peluche que mi padrino me regaló a mis dos o tres años de edad.
Mi oso fue conmigo por toda mi infancia y mi adolescencia, nos mudamos juntos un par de veces en la juventud y ya quieta en la vida ha quedado asentado en lugar privilegiado (frente a mi escritorio) en mi sitio favorito de la casa: la biblioteca.
Mi oso no era nuevo ni un regalo de primera mano: había pertenecido a mi prima mayor, a quien sólo se lo daban en ocasiones especiales (cuando estaba enferma y en cama) hasta que su papá, mi padrino, ya entrada ella en su juventud bolichera me lo regaló a mí. Yo no tuve tantos reparos y mi oso fue conmigo incondicionalmente inseparable en la vida. Cayó de cabeza en la piscina de una quinta, fue atropellado por un auto, se despeñó por una barranca y fue atrapado por un perro que lo zarandeó con empeño. Pero siempre volvió a mí porque yo nunca transigí en la separación y siempre he tenido una voz aguda y taladrante que vuelve mis chillidos de angustia en francamente insoportables.
Miro a mi oso mientras escribo esto y me convenzo de que no es tan extraña mi perdurable lealtad; él lo vale. Un auténtico amigo del alma.
Hasta acá todo bien. Cuestión aparte pero que hace al asunto final, me detengo a señalar que yo soy Farnell desde los dieciséis, diecisiete años, cuando empecé a usar este nombre para separar mi “vida real (civil)” de mi “vida de artista”. Comencé a firmar G. Farnell y siguió así hasta ser hoy mi absoluta realidad y fuera de mi trabajo “civil” ya no uso otro nombre. ¿Por qué Farnell? No recuerdo ninguna razón particular, salvo que sonaba bien, que había buscado en la guía telefónica y no había encontrado ese apellido, lo que me significaba cierta originalidad, y que tenía la vaga referencia de ser un nombre catalán muy cercano al Ferrer que me llegaba por línea materna, pero del que me quería distanciar porque mi mamá algo pintaba por entonces y se trataba –a esa edad- de marcar diferencias.
Yo era muy joven, no necesitaba muchas razones y la doble ele final me encantaba como cierre de rúbrica. Los últimos treinta años lo he usado con tal naturalidad que nunca me detuve a considerar su por qué seriamente en ningún momento. Yo soy Farnell. Y punto.
Hace unos meses uno de esos amigos empeñosos en atribuirse derechos en “manejar” mi carrera artística vino con un rastreo que había hecho por internet sobre el uso de algunas de mis obras por personas desconocidas y a quienes, precisamente, yo no había autorizado a hacerlo. Él tenía la peregrina idea de que yo haría un escándalo por eso y aceptaría su sugerencia de colocar sellos de agua sobre las imágenes de mis obras. Yo, honestamente, me sentí SUMAMENTE HALAGADA de que hubiesen utilizado imágenes de mi trabajo para ilustrar sus artículos o ensayos y agradecí en la medida de mis limitados medios a las personas desconocidas por el uso de las imágenes (aunque ignoro si mis mensajes les llegaron efectivamente ya que nunca me contestaron). Pero a partir de ahí he tomado esa tradición de, cada tanto, googlear en búsqueda de reproducciones de mis obras que hayan sido usadas por otras personas. Y ayer, abocada en este egocéntrico trajín, me topo con lo siguiente:
Old Teddy Bears made by J K Farnell
www.totallyteddybears.com -
¡¡¡¡¡ES MI OSO!!!!! Y se llama Farnell… Ahí descubro a este J.K. Farnell, un inglés creador de estos ositos que, evidentemente, son parientes del mío. Sé que nadie tiene por que creerlo, pero yo no tenía la menor idea de que existiera un tipo de oso de peluche patentado a nombre de Farnell y que mi juguete de toda la vida fuese uno de ellos. De hecho, siempre creí que mi oso era alemán, ya que eso había dicho mi padrino en su momento.
Cuando escogí usar este nombre en mi quehacer del arte, hace treinta años, no existía internet y era materialmente imposible acceder a la información (incluidas las imágenes) con la misma facilidad que ahora. Yo no tenía por entonces cómo saber cual era la “marca” de mi oso si hubiese tenido la intensión (que ni se me cruzó por la cabeza) de usar ese nombre como mi seudónimo artístico. Esta ¿coincidencia? se dio de modo independiente de mi voluntad, de mi conocimiento, y sin que yo me percatara conscientemente de ella hasta ahora.
Pero –y acá viene la musiquita de Twilight Zone y de X Files al unísono- ¿yo elegí ese nombre porque mi oso me convenció de ello? ¿Mi oso me lo sugirió telepáticamente (porque, vamos, lo tengo claro, mi oso NUNCA ME HABLÓ REALMENTE -como si hacen mis tres voces esquizoides-)?
¿Soy psíquica y pude leer el ethos de mi oso, su alma inmortal o la firma indeleble de su creador al caso, y por mi afecto a él tome su nombre prestado? ¿Cuán loca estoy yo y cuantas probabilidades reales hay de que sea una mera casualidad? ¿Mi oso y yo somos parientes? ¿Tenemos un árbol genealógico con ramas en común?
He quedado tan estupefacta por este descubrimiento que no puedo quitarme la sensación de que esto TIENE QUE SIGNIFICAR ALGO, pero no logro entender qué.
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