jueves, 13 de marzo de 2014




     ¿Qué es un blog? La trinchera literaria que permite que uno se arriesgue a dispararle al enemigo pero sin exponerse demasiado a que le hagan fuego encima… Los blogs, como las redes sociales y en general toda la web, permite cierta seguridad en el anonimato, o –al menos- en la distancia física. Es paradójico que lo mismo que puede darte extrema publicidad en segundos –cuando se viraliza un material por las redes- o permitirnos el acceso al otro extremo del planeta donde seguramente nunca iremos en el plano físico, sea al mismo tiempo el sitio más seguro para el "no ser”, el lugar donde nos animarnos a lo que, por miedo o prudencia, no nos atreveríamos jamás a decir o hacer face to face.






     Si bien el anonimato no es algo a lo que personalmente adhiero (obviamente, un artista difícilmente encuentre natural el NO identificarse, cuando uno se pasa la vida tratando de definirse y diferenciarse), la cuestión de “la trinchera” no me es ajena. En mi caso no es que no me anime a decirle las cosas en la cara a alguien sino que lo mío va de sutil venganza intelectual contra las opiniones que diariamente me imponen las personas más gritonas, brutas y ordinarias que yo y a quienes –sólo por educación- no rebato en igual tenor en presencia de terceros.






     No me gusta discutir. No me gusta armar escándalo. No soy propensa a “llamar la atención”. Me sumo -por naturaleza genética- a ese precepto victoriano de que “una dama jamás debe sorprenderse o demostrar emoción en público”. Una dama jamás se escandaliza, cierto, pero tampoco provoca o interviene en conductas escandalosas. Sé que es una pavada, pero a mí me va el bajo perfil. La sutileza. Definitivamente, lo que antes se conocía como el buen gusto. Acepto que alguien a esta altura se esté riendo sarcástico, diciéndome: Colgás la imagen de una mina en bolas con un cristo clavado en el traste y decís que no querés provocar escándalos… ¡Por favor!






     Parece contradictorio, pero no lo es: yo cuelgo La Santa Inquisición de un modo tranquilo y aséptico y espero la contemplación silenciosa y flemática. Todo sin fanfarrias. Cero aspavientos. Ni hago un manifiesto ni me pongo, altavoz en mano, a justificar nada de mi obra. Soy de la que permite en los galeristas la censura previa: muestro las fotos de lo que quiero colgar para que sepan de antemano de que se trata. Acepto sin quejarme que me digan "no" antes de movilizar la obra. Y una vez colgada espero que la gente me insulte para dentro y después, si quiere, me insulte por escrito en este blog. 

     No me escapo a la crítica ni al reproche (de hecho, los considero más productivos que el mero elogio cortés), sólo que prefiero hacerlo de un modo civilizado. Y para eso este blog ha venido a ser un anillo perfecto para mi dedo. Es un auténtico desahogo sentarse a deshilvanar por escrito todos los fastidios, las broncas y las decepciones que uno aguanta cada día, detallando las afrentas que debe soportarse en el altar de ser una persona equilibrada que no insulta a medio planeta mientras se aboca a la compleja tarea de sobrevivir en Buenos Aires.






     En razón de uno de tantos cortes por marchas, quejas o protestas de quién sea o en apoyo a no sé quién y en beneficio de algún derecho de cualquier otro por sobre al mío –léase: mi derecho a circular normalmente por las calles de la ciudad- el colectivo en el que viajaba parada marchó a tropicones, con avance-frenada-avance-clavé los frenos y todo el pasaje contra el parabrisas. Ahí fui yo, que agarrada con mi mano derecha del parante del techo tuve la gracia de no caer al piso pero cual bailarina de cajita de música dí un giro de 180 grados (sin soltarme) y acabé semi-recostada encima de una señora que estaba en el asiento individual. Mi hombro quedó en un rulo extraño y me costó desenredarme, pero yo estaba demasiado ocupada disculpándome con la señora que aplasté para percatarme de ello. 

      Nadie más se lastimó y más allá de las protestas e insultos de estilo en estos acontecimientos habituales, el colectivero siguió su lastimera y lenta marcha. Y aunque me dolía como el demonio mi pobre brazo me era material e intelectualmente imposible armar alboroto por ello. Seguí como tal cosa, mudando mi carpeta a la derecha y sosteniéndome el resto del viaje con la izquierda (porque sí, completé todo el viaje parada). Al paso de las horas el dolor ha ido empeorando en competencia proporcional a los analgésicos, calmantes y desinflamatorios que he venido consumiendo con inagotable e infructuoso empeño. Hoy ya dudo que pueda manejar la mano derecha, aunque mi política de indiferencia sigue en pie. 

     Desde mi trinchera cobro venganza… ¿contra quién? Anoche ví por televisión como a un pobre muchacho con pierna ortopédica (es en serio, no estoy haciendo un chiste macabro) que llevaba a su esposa embarazada y con pérdidas al hospital al tratar de cruzar un piquete de portuarios que cortaba el Puente Pueyrredón lo golpeaban en patota Y LO TIRABAN PUENTE ABAJO. El pobre se rompió la cabeza pero sobrevivió. La pierna ortopédica destrozada. No sé qué fue del embarazo. Nadie preso por supuesto (y eso que la policía cuidaba al piquete de "agresiones externas"). ¿Me puedo quejar yo? Por estos lados se ha perdido todo sentido de la realidad. Mientras escribo esto la radio cuenta como funcionarios de presidencia se comunican por teléfono con un juez federal (Oyarbide) para suspender un allanamiento judicial en proceso; que las barras bravas viajan con auspicio del gobierno al Mundial del Brasil; y que el Vicepresidente de la Nación (el impresentable Boudou) juegue al sodoku mientras el Jefe de Gabinete dá su –absurdo- informe de gestión en el Senado no constituye ninguna irregularidad institucional… 

      La Sombra de la Patria tiene más de diez años pero sigue siendo tan tristemente actual.


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