“Como reconocer una película porno.
No sé si habréis tenido nunca la experiencia de ver una película
pornográfica. No me refiero a películas que
contienen elementos de erotismo, aunque sean ultrajantes para muchos, como por
ejemplo, El último tango en París. Me
refiero a películas pornográficas, cuya única y verdadera finalidad es provocar
el deseo del espectador, del principio al final, y de un modo que, con tal de
provocar este deseo con imágenes de apareamientos variados y variables, el
resto cuente menos que nada. Muchas
veces los magistrados –aquí en Italia son ellos los censores- deben decidir si
una película es puramente pornográfica o si tiene valor artístico. No soy de los que consideran que el valor
artístico lo absuelve todo y, a veces, obras de arte auténticas han sido más
peligrosas para la fe, las costumbres, las opiniones corrientes, que obras de
menor valor. Además, considero que
adultos conscientes tienen el derecho de consumir material pornográfico, por lo
menos a falta de cosas mejores. Pero admito que, a veces, en los tribunales se
debe decidir si una película ha sido producida con la finalidad de expresar
ciertos conceptos o ideales estéticos (aunque sea mediante escenas que ofenden
el normal sentido del pudor) o si se ha hecho con la sola y única finalidad de
excitar los instintos del espectador.
Pues bien, hay un criterio para decidir si una película
es pornográfica o no, y se basa en el cálculo de los tiempos muertos. Una gran obra maestra del cine de todos los
tiempos, La diligencia, se desarrolla siempre y únicamente (excepto al
principio, breves intervalos y el final) en una diligencia. Pero sin este viaje, la película no tendría sentido. La aventura de Antonioni está hecha
únicamente de tiempos muertos: la gente va, viene, habla, se pierde y se vuelve
a encontrar, sin que pase nada. Pero la
película quiere decirnos, precisamente, que nada sucede. Nos puede gustar o no, pero quiere decirnos
exactamente eso.
Una película
pornográfica, en cambio, para justificar el precio de la entrada o la compra de
la cinta de vídeo, nos dice que unas personas se aparean sexualmente, hombres
con mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres, mujeres con perros o
caballos (hago notar que no existen películas pornográficas en las que los
hombres copulen con yeguas y perras: ¿por qué?). Y esto aun sería pasable; sólo que está llena
de tiempos muertos.
Si Gilberto, para violar
a Gilberta, debe ir desde la Plaza Cordusio a la Avenida de Buenos Aires, la
película os muestra a Gilberto en coche, semáforo tras semáforo, realizando
todo el trayecto.
Las películas
pornográficas están llena de gente que se sube al coche y conduce durante
kilómetros y kilómetros, de parejas que pierden un tiempo increíble para registrarse
en los hoteles, de señores que pasan minutos y minutos en ascensor antes de
subir a la habitación, de muchachas que saborean distintos licores y juguetean
con camisetas y encajes antes de confesarse mutuamente que prefieren Safo a Don Juan. Para decirlo pronto y bien, en las películas
pornográficas, antes de ver un sano polvo es necesario tragarse un anuncio de
la concejalía de transportes.
Las razones son
obvias. Una película en la que Gilberto
violara siempre a Gilberta, por delante, por detrás y de lado, no sería
sostenible. Ni físicamente para los
actores, ni económicamente para el productor.
Y no lo sería psicologicamente para el espectador: para que la
transgresión tenga éxito es necesario que se perfile sobre un fondo de
normalidad. Representar la normalidad
es una de las cosas más difíciles para cualquier artista, mientras que representar
la desviación, el delito, el estupro, la tortura, es facilísimo.
Por lo tanto, la
película pornográfica debe representar la normalidad –esencial para que pueda
adquirir interés la transgresión- tal y como cada espectador la concibe. Por lo tanto, si Gilberto debe tomar el autobús
para ir de A a B, se verá a Gilberto que toma el autobús y al autobús que va de
A a B.
Esto irrita, a menudo, a
los espectadores, porque ellos querrían que hubiera siempre escenas
innombrables. Pero se trata de una
ilusión. No soportarían una hora y media
de escenas innombrables. Por lo tanto,
los tiempos muertos son esenciales.
Repito, pues. Entráis en un cine. Si para ir de A a B los protagonistas tardan
más de lo que desearíais, eso significa que la película es pornográfica. (1989).“
Umberto Eco, Segundo diario mínimo, Random House Mondadori S.A., Buenos Aires 2013, pág. 195/197.
Umberto Eco, Segundo diario mínimo, Random House Mondadori S.A., Buenos Aires 2013, pág. 195/197.
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