miércoles, 26 de marzo de 2014





“Como reconocer una película porno.  No sé si habréis tenido nunca la experiencia de ver una película pornográfica.  No me refiero a películas que contienen elementos de erotismo, aunque sean ultrajantes para muchos, como por ejemplo, El último tango en París.  Me refiero a películas pornográficas, cuya única y verdadera finalidad es provocar el deseo del espectador, del principio al final, y de un modo que, con tal de provocar este deseo con imágenes de apareamientos variados y variables, el resto cuente menos que nada.  Muchas veces los magistrados –aquí en Italia son ellos los censores- deben decidir si una película es puramente pornográfica o si tiene valor artístico.  No soy de los que consideran que el valor artístico lo absuelve todo y, a veces, obras de arte auténticas han sido más peligrosas para la fe, las costumbres, las opiniones corrientes, que obras de menor valor.  Además, considero que adultos conscientes tienen el derecho de consumir material pornográfico, por lo menos a falta de cosas mejores. Pero admito que, a veces, en los tribunales se debe decidir si una película ha sido producida con la finalidad de expresar ciertos conceptos o ideales estéticos (aunque sea mediante escenas que ofenden el normal sentido del pudor) o si se ha hecho con la sola y única finalidad de excitar los instintos del espectador.
     Pues bien,  hay un criterio para decidir si una película es pornográfica o no, y se basa en el cálculo de los tiempos muertos.  Una gran obra maestra del cine de todos los tiempos, La diligencia, se desarrolla siempre y únicamente (excepto al principio, breves intervalos y el final) en una diligencia.  Pero sin este viaje, la película no tendría sentido.  La aventura de Antonioni está hecha únicamente de tiempos muertos: la gente va, viene, habla, se pierde y se vuelve a encontrar, sin que pase nada.  Pero la película quiere decirnos, precisamente, que nada sucede.  Nos puede gustar o no, pero quiere decirnos exactamente eso.
     Una película pornográfica, en cambio, para justificar el precio de la entrada o la compra de la cinta de vídeo, nos dice que unas personas se aparean sexualmente, hombres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres, mujeres con perros o caballos (hago notar que no existen películas pornográficas en las que los hombres copulen con yeguas y perras: ¿por qué?).  Y esto aun sería pasable; sólo que está llena de tiempos muertos.
     Si Gilberto, para violar a Gilberta, debe ir desde la Plaza Cordusio a la Avenida de Buenos Aires, la película os muestra a Gilberto en coche, semáforo tras semáforo, realizando todo el trayecto.
     Las películas pornográficas están llena de gente que se sube al coche y conduce durante kilómetros y kilómetros, de parejas que pierden un tiempo increíble para registrarse en los hoteles, de señores que pasan minutos y minutos en ascensor antes de subir a la habitación, de muchachas que saborean distintos licores y juguetean con camisetas y encajes antes de confesarse mutuamente que  prefieren Safo a Don Juan.  Para decirlo pronto y bien, en las películas pornográficas, antes de ver un sano polvo es necesario tragarse un anuncio de la concejalía de transportes.
     Las razones son obvias.  Una película en la que Gilberto violara siempre a Gilberta, por delante, por detrás y de lado, no sería sostenible.  Ni físicamente para los actores, ni económicamente para el productor.  Y no lo sería psicologicamente para el espectador: para que la transgresión tenga éxito es necesario que se perfile sobre un fondo de normalidad.   Representar la normalidad es una de las cosas más difíciles para cualquier artista, mientras que representar la desviación, el delito, el estupro, la tortura, es facilísimo.
     Por lo tanto, la película pornográfica debe representar la normalidad –esencial para que pueda adquirir interés la transgresión- tal y como cada espectador la concibe.  Por lo tanto, si Gilberto debe tomar el autobús para ir de A a B, se verá a Gilberto que toma el autobús y al autobús que va de A a B.
     Esto irrita, a menudo, a los espectadores, porque ellos querrían que hubiera siempre escenas innombrables.  Pero se trata de una ilusión.  No soportarían una hora y media de escenas innombrables.  Por lo tanto, los tiempos muertos son esenciales. 

     Repito, pues.  Entráis en un cine.  Si para ir de A a B los protagonistas tardan más de lo que desearíais, eso significa que la película es pornográfica.  (1989).“  


 Umberto Eco, Segundo diario mínimo, Random House Mondadori S.A., Buenos Aires 2013, pág.  195/197. 











No hay comentarios:

Publicar un comentario