-Lo
que tenemos que hacer es crear mitología.
Reconozco
que no estaba prestándole atención, y que fue más un acto reflejo que una
intervención razonada. A mí el asunto no
me interesaba en lo más mínimo, estaba ahí como podía estar en cualquier otro
lado, ocupada en contemplar apaciblemente mi entorno. Pero ante su afirmación me hizo click el
automático y como quien corrige un error de dicción o un mal uso gramatical repliqué:
-El
mito emerge del inconsciente colectivo, es una manifestación natural y espontánea
de un determinado grupo social, no lo podés crear a voluntad. El mito surge, no se inventa; recompone un
tiempo primordial por fuera del tiempo lineal y de tu alcance voluntarista.
-¡Querida
mia!- se rió, socarrón, y yo me maldije por abrir la
boca y darle la oportunidad. Detesto el
que me llame su querida. Nosotros no nos manifestamos ningún tipo de afecto y
antes de ser su querida en el sentido bíblico ingreso a las carmelitas descalzas.
Y ahí me perdí en mi propio laberinto
mental, deteniéndome como siempre en asociar esa orden conventual con el slogan
machista de que a las mujeres hay que tenerlas encerradas en la cocina,
descalzas y embarazadas, por lo que no puedo evitar imaginarme a esas monjas como a una eximia
hermandad de chefs de vida muy promiscua.
Y perdida en mis pavadas le di tiempo de sermonear con dejo de dios
todopoderoso de la fe publicitaria: -Nosotros hacemos mitología, somos la
conciencia del inconsciente colectivo y lo direccionamos a nuestro placer y
beneficio. Decidimos quién, cómo y cuándo. El héroe deportivo salido del barro que triunfa en Europa y extraña su barrio; la ex estrella hundida en el alcohol y las drogas
que recuperó el buen camino y predica la salvación; el ama de casa gordita y cincuentona convertida en escritora de best-seller
eróticos; la modelito descerebrada e inflada en botox que conmovida por la pobreza escala a
proyecto de primera dama… Nada acá es espontáneo. Los mitos contemporáneos los digitamos en una
mesa de café. Me extraña… ¿no te habías
dado cuenta?
Podría haberlo insultado, ganas no me faltaban. Pero era darle la chance de lucirse. Hay una parte –importante- de verdad en su
cinismo, aunque quiero creer que a la larga el circo decanta y el tiempo logra
colocar en su lugar los reales paradigmas culturales. Pero me abstuve de decirlo porque ya se su
respuesta: a la publicidad no le interesa la posteridad, sólo el más efímero
ahora, facturarle al cliente actual.
Mañana, a lo sumo, será otro día.
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