miércoles, 5 de agosto de 2015




     -Lo que tenemos que hacer es crear mitología.

     Reconozco que no estaba prestándole atención, y que fue más un acto reflejo que una intervención razonada.  A mí el asunto no me interesaba en lo más mínimo, estaba ahí como podía estar en cualquier otro lado, ocupada en contemplar apaciblemente mi entorno.  Pero ante su afirmación me hizo click el automático y como quien corrige un error de dicción o un mal uso gramatical repliqué:

-El mito emerge del inconsciente colectivo, es una manifestación natural y espontánea de un determinado grupo social, no lo podés crear a voluntad.  El mito surge, no se inventa; recompone un tiempo primordial por fuera del tiempo lineal y de tu alcance voluntarista.

-¡Querida mia!- se rió, socarrón, y yo me maldije por abrir la boca y darle la oportunidad.  Detesto el que me llame su querida. Nosotros no nos manifestamos ningún tipo de afecto y antes de ser su querida en el sentido bíblico ingreso a las carmelitas descalzas.  Y ahí me perdí en mi propio laberinto mental, deteniéndome como siempre en asociar esa orden conventual con el slogan machista de que a las mujeres hay que tenerlas encerradas en la cocina, descalzas y embarazadas, por lo que no puedo evitar imaginarme a esas monjas como a una eximia hermandad de chefs de vida muy promiscua.  Y perdida en mis pavadas le di tiempo de sermonear con dejo de dios todopoderoso de la fe publicitaria: -Nosotros hacemos mitología, somos la conciencia del inconsciente colectivo y lo direccionamos a nuestro placer y beneficio.  Decidimos quién, cómo y cuándo.  El héroe deportivo salido del barro que triunfa en Europa y extraña su barrio;  la ex estrella hundida en el alcohol y las drogas que recuperó el buen camino y predica la salvación;  el ama de casa gordita y cincuentona convertida en escritora de best-seller eróticos; la modelito descerebrada e inflada en botox que conmovida por la pobreza  escala a proyecto de primera dama… Nada acá es espontáneo.  Los mitos contemporáneos los digitamos en una mesa de café.  Me extraña… ¿no te habías dado cuenta?


     Podría haberlo insultado, ganas no me faltaban.  Pero era darle la chance de lucirse.  Hay una parte –importante- de verdad en su cinismo, aunque quiero creer que a la larga el circo decanta y el tiempo logra colocar en su lugar los reales paradigmas culturales.  Pero me abstuve de decirlo porque ya se su respuesta: a la publicidad no le interesa la posteridad, sólo el más efímero ahora, facturarle al cliente actual.  Mañana, a lo sumo, será otro día.



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