miércoles, 12 de agosto de 2015

         Es tan triste todo.  Uno ve imágenes de hogares (no casas, no viviendas, hogares) anegados por el agua, la inundación que no baja, el desborde de los ríos y la lluvia que no cesa.  Uno escucha los argumentos de un lado y del otro (ninguno  valedero, la desidia es imperdonable) y trata de imaginar lo que se siente ser la víctima en esas circunstancias.  Supongo que se pasa por el miedo, la indignación, tal vez la ira, la desesperanza y al cabo y por completo, la más profunda tristeza.  Todas esas pequeñas cosas que se pierden para siempre: las fotos de los afectos, el primer cuaderno de un hijo, quizá la carta de un imposible amor adolescentes, esos libros heredados que nos definen las raíces.  La vida real de las personas reales.  Es muy triste.  Y da tanta impotencia saber que probablemente en unos años –o en unos meses- volverá a repetirse, en igual o peor medida.  Los que deben evitar, solucionar o paliar estas catástrofes (el gobernante de turno) tienen colecciones de explicaciones para justificarse y ningún interés verdadero por la cuestión.  La gente olvida, dan por hecho, la gente igual los vota.  ¿Para qué molestarse? Es demasiado triste.

         Y en esta desazón recordé que en La Nación el domingo pasado habían publicado un fragmento de un discurso del Premio Novel de Literatura (1986) nigeriano Wole Soyinka.  También muy triste.  Asocié ideas y decidí guardar aquí estos fragmentos:

     “El nombre Boko Haram se ha convertido en una sentencia de muerte, no sólo en Nigeria, sino también en el mundo.  El nombre en sí tiene un profundo significado, ya que es una deformación de “The Book is Haram”: todo los libros están prohibidos menos uno, el Corán.  Y en este caso, además, la palabra “libro” no es más que un recurso discursivo, ya que es apenas una parte de todo el conocimiento, la ciencia y la tecnología, el legado cultural y las prácticas sociales que quedan excluidas por la deformación de un testamento religioso.  Y así fue como cuando Boko Haram eligió abatir con su presencia  a la nación de Nigeria, su primer objetivo fueron las instituciones educativas, de las escuelas primarias a las universidades.  La orden fue clara: cerrar las escuelas.  Que los padres no manden a sus hijos a la escuela, que los maestros no enseñen más.  Boko Haram y sus filiales atacaron a los universitarios y a sus docentes, incluida la Facultad de Agronomía, que cualquiera hubiera pensado que merecía salvarse, ya que se dedica a la producción de una necesidad básica universal: los alimentos.
(…)

     Resumiendo, el interrogante que enfrenta cara a cara la humanidad debería ser éste: ¿habrá que conformarse con enseñarle a nuestros jóvenes, a la generación que hemos traído al mundo, meramente a sobrevivir?  ¿Tal vez deberíamos olvidarnos directamente de las humanidades, de las ciencias, la tecnología y el arte, olvidarnos de las antiguas bibliotecas de Tombuctú y abrir academias abocadas exclusivamente  a la enseñanza de la supervivencia individual?  Por insistir en el conocimiento, nos declaran enemigos de Dios, destinados a la decapitación sobre el altar de los fanáticos de la muerte.  Yo digo que ya es hora de responder, actuando más allá de la denuncia de estos crímenes contra la humanidad, e identificar y acusar a sus perpetradores, y hacerlo colectivamente y sin ambigüedades, como enemigos de la humanidad, en nada distintos de esas epidemias que arrasan comunidades enteras.  De ese modo, nos estaremos preparando internamente, y holísticamente, para la difícil tarea de contener esta enfermedad terminal. 

     Cuando el aprendizaje es empujado a vivir en estado salvaje junto a las bestias, sabemos que ha llegado la hora de reconsiderar los términos de nuestro compromiso.  La humanidad excede el cuerpo y se extiende más allá del recipiente físico.    La humanidad se define por la estatua del Buda que tan alegremente hizo trizas el neo-barbarismo llamado talibán.  Se define por el inmemorial legado de la antigua ciudad de Nemrod.  Se esconde en los mohosos manuscritos de Mali, ciudad africana del conocimiento.  La humanidad subsiste en los monumentos que se yerguen en honor a sus creadores, prospera en el bronce de las estatuas del reino de Benín y en los bustos clásicos de Yoruba.  Todos ellos marcan los escalones sucesivos que fue escalando la humanidad hasta surcar los cielos, como lo hace hoy, para alcanzar otros planetas.  Siguen siendo un segmento crucial de nuestro entorno de aprendizaje.  Sin ellos, nos quedamos truncos, incompletos.  Cualquier ideología que sólo puede realizarse sobre la base de una concepción truncada del total de la humanidad debería ser erradicada.”


“Contra Boko Haram, el arma del conocimiento” Wole Soyinka – Traducción de Jaime Arrambide     La Nación, suplemento Ideas, domingo 9 de agosto de 2015, página 6.




No hay comentarios:

Publicar un comentario