Es tan
triste todo. Uno ve imágenes de hogares
(no casas, no viviendas, hogares)
anegados por el agua, la inundación que no baja, el desborde de los ríos y la
lluvia que no cesa. Uno escucha los argumentos
de un lado y del otro (ninguno valedero, la desidia es imperdonable) y
trata de imaginar lo que se siente ser la víctima en esas circunstancias. Supongo que se pasa por el miedo, la
indignación, tal vez la ira, la desesperanza y al cabo y por completo, la más profunda tristeza. Todas esas pequeñas cosas que se pierden para
siempre: las fotos de los afectos, el primer cuaderno de un hijo, quizá la
carta de un imposible amor adolescentes, esos libros heredados que nos definen
las raíces. La vida real de las personas
reales. Es muy triste. Y da tanta
impotencia saber que probablemente en unos años –o en unos meses- volverá a
repetirse, en igual o peor medida. Los
que deben evitar, solucionar o paliar estas catástrofes (el gobernante de turno) tienen colecciones de explicaciones para
justificarse y ningún interés verdadero por la cuestión. La gente olvida, dan por hecho, la gente
igual los vota. ¿Para qué molestarse? Es demasiado triste.
Y en esta desazón
recordé que en La Nación el domingo pasado habían publicado un fragmento de un
discurso del Premio Novel de Literatura (1986) nigeriano Wole Soyinka. También muy triste. Asocié ideas y decidí guardar aquí estos
fragmentos:
“El nombre Boko Haram se ha convertido en
una sentencia de muerte, no sólo en Nigeria, sino también en el mundo. El nombre en sí tiene un profundo significado,
ya que es una deformación de “The
Book is Haram”: todo los libros están
prohibidos menos uno, el Corán. Y en
este caso, además, la palabra “libro” no es más que un recurso discursivo, ya
que es apenas una parte de todo el conocimiento, la ciencia y la tecnología, el
legado cultural y las prácticas sociales que quedan excluidas por la deformación
de un testamento religioso. Y así fue
como cuando Boko Haram eligió abatir con su presencia a la nación de Nigeria, su primer objetivo
fueron las instituciones educativas, de las escuelas primarias a las
universidades. La orden fue clara:
cerrar las escuelas. Que los padres no
manden a sus hijos a la escuela, que los maestros no enseñen más. Boko Haram y sus filiales atacaron a los
universitarios y a sus docentes, incluida la Facultad de Agronomía, que
cualquiera hubiera pensado que merecía salvarse, ya que se dedica a la
producción de una necesidad básica universal: los alimentos.
(…)
Resumiendo, el interrogante que enfrenta
cara a cara la humanidad debería ser éste: ¿habrá que conformarse con enseñarle
a nuestros jóvenes, a la generación que hemos traído al mundo, meramente a
sobrevivir? ¿Tal vez deberíamos
olvidarnos directamente de las humanidades, de las ciencias, la tecnología y el
arte, olvidarnos de las antiguas bibliotecas de Tombuctú y abrir academias
abocadas exclusivamente a la enseñanza
de la supervivencia individual? Por
insistir en el conocimiento, nos declaran enemigos de Dios, destinados a la
decapitación sobre el altar de los fanáticos de la muerte. Yo digo que ya es hora de responder, actuando
más allá de la denuncia de estos crímenes contra la humanidad, e identificar y
acusar a sus perpetradores, y hacerlo colectivamente y sin ambigüedades, como
enemigos de la humanidad, en nada distintos de esas epidemias que arrasan
comunidades enteras. De ese modo, nos
estaremos preparando internamente, y holísticamente, para la difícil tarea de
contener esta enfermedad terminal.
Cuando
el aprendizaje es empujado a vivir en estado salvaje junto a las bestias,
sabemos que ha llegado la hora de reconsiderar los términos de nuestro
compromiso. La humanidad excede el
cuerpo y se extiende más allá del recipiente físico. La
humanidad se define por la estatua del Buda que tan alegremente hizo trizas el
neo-barbarismo llamado talibán. Se define
por el inmemorial legado de la antigua ciudad de Nemrod. Se esconde en los mohosos manuscritos de
Mali, ciudad africana del conocimiento.
La humanidad subsiste en los monumentos que se yerguen en honor a sus
creadores, prospera en el bronce de las estatuas del reino de Benín y en los
bustos clásicos de Yoruba. Todos ellos
marcan los escalones sucesivos que fue escalando la humanidad hasta surcar los
cielos, como lo hace hoy, para alcanzar otros planetas. Siguen siendo un segmento crucial de nuestro
entorno de aprendizaje. Sin ellos, nos
quedamos truncos, incompletos. Cualquier
ideología que sólo puede realizarse sobre la base de una concepción truncada del
total de la humanidad debería ser erradicada.”
“Contra
Boko Haram, el arma del conocimiento” Wole
Soyinka –
Traducción de Jaime Arrambide La
Nación, suplemento Ideas, domingo 9 de agosto de 2015,
página 6.
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