viernes, 21 de agosto de 2015


   “Creo que llegamos a ser lo que nuestro padre nos ha enseñado en los ratos perdidos, cuando no se preocupaba por educarnos.  Nos formamos con desechos de sabiduría.  Tenía diez años y quería que mis padres me abonasen a un semanario que publicaba las obras maestras de la literatura en historietas.  No por tacañería, quizá desconfiase de los tebeos, mi padre trató de escurrir el bulto.  ´El objetivo de esta revista´, sentencié entonces, citando el lema de la serie, porque era un chico astuto y persuasivo, ´consiste básicamente en educar entreteniendo.´ Mi padre, sin levantar la vista del periódico, dijo: ´El objetivo de tu revista es el mismo del de todas las revistas, vender lo más posible
     Aquel día empecé a volverme incrédulo.
   Es decir, me arrepentí de ser crédulo.  Había sido presa de una pasión mental.  Tal es la credulidad.
     No es que el incrédulo no deba creer en nada.  No cree en todo.  Cree en una cosa cada vez, y en una segunda  cuando deriva de alguna manera de la primera.  Avanza como un miope, es metódico, no aventura horizontes. (…) La incredulidad, lejos de excluir la curiosidad, la sostiene.”

Umberto Eco, El Péndulo de Foucault, Debolsillo Buenos Aires 2004, páginas 73/74.




     Ayer recibí por mail la invitación de una galería neoyorkina para presentar mi portfolio de trabajo para que su Comité Curador evalúe la posibilidad de  representar mi obra.  Es la primera vez que recibo una invitación de este tipo en forma directa y personal (las veces anteriores he enviado material cuando se lanzaron convocatorias públicas).


  
     Llevo demasiado tiempo en este business como para tomar con exceso de entusiasmo la invitación.  Soy muy Casaubon (el personaje de Eco cuyo pensamiento transcribí al comienzo de esta entrada). Una de mis voces parafrasea sin duda:  -El objetivo de tu galería de arte es el mismo del de todas las galerías de arte, hacer dinero (a costa del artista).  Y es más escepticismo que desconfianza, es más concreto sentido de la realidad.  Tal cual.

     Pero mi voz más amable –la rubia- me reconforta y alienta: -Que importa las razones de ellos, lo cierto es que una galería de New York te identificó como artista y se tomó la molestia de hacerte saber su interés por tu obra.  No significará mucho pero algo sí significa.  Es como ser captado por el radar, no un primer plano protagónico pero al menos dentro de la escena, de comparsa, en el último rincón.


     Y como Casaubon también soy sumamente curiosa y resulta obvio que voy a aceptar la invitación y a enviar mi material, quizá sin el entusiasmo de creer que alguien en la otra punta de las Américas me ha “descubierto” pero sí con mi total agradecimiento por la cortesía que implica que te inviten a algo.  Lo que va a significar que por un rato me desligue del mal humor que me generan mis Bandejas Enmascaradas  (que quiero terminar y que no puedo, porque a cada avance estoy más disgustada con el resultado) y trate de armar un portfolio más o menos profesional en un idioma que no es el mío.  De haber más tiempo lo haría a la antigua, fotos, carpetas, envío postal, pero si es antes del 3 de septiembre no me queda otro camino que la web y mi desprolija chapucería informática. Y como mi tercera voz no se puede callar (la de anteojos, la que siempre te apuñala por la espalda) me repercute en el cráneo con su: -A ver qué elegís para mandar, que tenés el don de arruinar cada buena oportunidad se te presenta.  Meter presión, lo que se dice.






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