“Creo que llegamos a ser lo que nuestro
padre nos ha enseñado en los ratos perdidos, cuando no se preocupaba por
educarnos. Nos formamos con desechos de
sabiduría. Tenía diez años y quería que
mis padres me abonasen a un semanario que publicaba las obras maestras de la
literatura en historietas. No por
tacañería, quizá desconfiase de los tebeos, mi padre trató de escurrir el
bulto. ´El objetivo de esta revista´, sentencié entonces, citando el lema
de la serie, porque era un chico astuto y persuasivo, ´consiste básicamente en educar entreteniendo.´ Mi padre, sin
levantar la vista del periódico, dijo: ´El
objetivo de tu revista es el mismo del de todas las revistas, vender lo más
posible.´
Aquel día empecé a volverme incrédulo.
Es decir, me arrepentí de ser
crédulo. Había sido presa de una pasión
mental. Tal es la credulidad.
No es que el incrédulo no deba creer en
nada. No cree en todo. Cree en una cosa cada vez, y en una segunda cuando deriva de alguna manera de la
primera. Avanza como un miope, es
metódico, no aventura horizontes. (…) La incredulidad, lejos de excluir la
curiosidad, la sostiene.”
Umberto
Eco,
El
Péndulo de Foucault, Debolsillo Buenos Aires 2004, páginas 73/74.
Ayer recibí por mail la invitación de una galería
neoyorkina para presentar mi portfolio de trabajo para que su Comité Curador
evalúe la posibilidad de representar mi obra. Es la primera vez que recibo una invitación
de este tipo en forma directa y personal (las veces anteriores he enviado
material cuando se lanzaron convocatorias públicas).
Llevo
demasiado tiempo en este business
como para tomar con exceso de entusiasmo la invitación. Soy muy Casaubon (el personaje de Eco cuyo pensamiento transcribí al
comienzo de esta entrada). Una de mis voces parafrasea sin duda: -El objetivo de tu galería de arte es el
mismo del de todas las galerías de arte, hacer dinero (a costa del artista).
Y es más escepticismo que
desconfianza, es más concreto sentido de la realidad. Tal cual.
Pero mi voz más amable –la rubia- me
reconforta y alienta: -Que importa las razones de ellos, lo cierto
es que una galería de New York te identificó como artista y se tomó la molestia
de hacerte saber su interés por tu obra.
No significará mucho pero algo sí significa. Es como ser captado por el radar, no un
primer plano protagónico pero al menos dentro de la escena, de comparsa, en el último rincón.
Y como Casaubon
también soy sumamente curiosa y resulta obvio que voy a aceptar la invitación y
a enviar mi material, quizá sin el entusiasmo de creer que alguien en la otra
punta de las Américas me ha “descubierto” pero sí con mi total
agradecimiento por la cortesía que implica que te inviten a algo. Lo que va a significar que por un rato me
desligue del mal humor que me generan mis Bandejas Enmascaradas (que
quiero terminar y que no puedo, porque a cada avance estoy más disgustada con
el resultado) y trate de armar un portfolio más o menos profesional en un
idioma que no es el mío. De haber más
tiempo lo haría a la antigua, fotos, carpetas, envío postal, pero si es antes
del 3 de septiembre no me queda otro camino que la web y mi desprolija chapucería
informática. Y como mi tercera voz no se puede callar (la de anteojos, la que
siempre te apuñala por la espalda) me repercute en el cráneo con su: -A
ver qué elegís para mandar, que tenés el don de arruinar cada buena oportunidad se te presenta. Meter presión, lo que se dice.
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