Parroquiales
(apropiadamente, en domingo)
Ayer me
comporté como persona responsable y previsora (en contra de mis instintos y preferencias), y con sobrado tiempo
dejé a Paris en mi marquero para que la aliste para Conectarte
baires. Por una vez desoí a mi
sentido del timing y aproveché un sábado que sería como viernes por el feriado
del lunes y perdí la mañana ocupándome de menesteres organizativos. Sí, reconozco, sería lindo tener a alguien
que se ocupe de esos detalles. Pero sólo
somos yo así que debemos dividirnos y ser todas las personas necesarias (bendita esquizofrenia libre de haloperidol
que lo hace más fácil. Es cierto: no hay
que preocuparse y ser como los lirios del campo… estoy muy católica esta mañana).
Finalmente, tras un
momento de duda por la posibilidad de un tal vez…,
cutter en mano, obsesión en gala, arremetí contra la fallida #11.
Con un grito desesperado de fe inconmovible
en la calidad por sobre los afectos, desligué lo salvable de las máscaras y
recuperé la bandeja base para la #12.- Enterrados los muertos, asumidas las culpas,
seguimos adelante, ¿qué más queda?
La nueva versión de la #11 será una Marylin más lograda (¡por favor!), y la #12, como estaba
en los planes, será un juego de espejos con muchas puntas, para aquí y para allá,
todo para todos lados.
Hago todo a la vez,
compulsivamente, como en un ataque de energía creativa derivada de la forzosa
abstención. Es un poco desquiciado, lo asumo, pero responde a la pura
necesidad de hacer tras la pausa obligada de un viaje que me significó, como
único consuelo, ver la utilería perpetuada de la Psicosis de Hitchcock que marcó mi
infancia (Norman Bates es como
un pariente, ¡un hermano!, alguien más real y cercano que todos los que se
mueven cotidianamente a mi alrededor que no pasan de sobras de decorado de
rigor).
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