Recibo de
uno de los sitios de difusión de artistas gratuito en el que participo el
siguiente mail:
La
posibilidad de divulgar la obra que significa el uso de estos recursos (insisto: completamente gratuito; sólo se
requiere que uno se tome el trabajo de fotografiar y colgar las imágenes)
es impresionante. ¿A dónde
se llega con esto? No tengo la menor
idea. Creo que este tipo de
experiencias, novedosas en la medida de que la popularización masiva de la web
ha empezado a crecer geométricamente los ultimísimos años (vía las tablets y
los teléfonos inteligentes) están en puro desarrollo y es imposible sacar
conclusiones definitivas. Quizá cambie
por completo los modos en que se mueve el mercado del arte y por los que un
artista llega al espectador. Quizá sólo
sea una moda transitoria y en un rato siga todo siendo esa cosa íntima y
de élite, el mercado de pocos y exclusivos de siempre. Quién puede decirlo con certeza en este
momento.
Pero no
se puede negar que es una posibilidad, una chance para que las obras se muevan
más allá de las paredes domésticas. Y
siendo gratuito el recurso, ¿por qué no intentarlo? Sólo se pierde el tiempo –escaso- que requiere subir las imágenes.
Probablemente
en un par de años puedan hacerse balances (“cuando una hecatombe mundial extinga la
energía y la red de redes sea un mito histórico, como la Atlántida”, dice optimista una de mis voces). Pero, hoy por hoy, es muy agradable ver que
alguien del otro lado del océano disfruta de mi trabajo como para incluirlo
entre sus favoritos. ¡Gracias, Nadine!
Mientras, de
este lado del Atlántico, sigo
empeñada con mi caballito. Es el turno
de levantar la superficie de la montura y darle algo de dimensión. Claro, empiezo con el cordón de algodón,
recurso muy útil si uno quiere ir asegurando toda la (precaria) estructura base antes de intentar sostenerla en el aire (¡!). Es un Caballito de Carrusel, ¿no? Tiene que estar suspendido en el aire. Es inevitable. Como el destino.
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