“No tuvo la vida que merecía. De esta máxima consoladora, la vida de
Baudelaire parece una magnífica ilustración.
No merecía, por cierto, aquella madre, aquella perpetua estrechez, aquel
consejo de familia, aquella querida avara, ni aquella sífilis; ¿y hay algo más injusto
que su fin prematuro? (…) ¿Y si hubiera merecido su vida? ¿Si, al contrario de las ideas recibidas, los
hombres nunca tuvieran sino la vida que se merecen?
Jean-Paul
Sartre, Baudelaire Editorial Losada S.A. Buenos Aires
1949 página 15.
Como ejemplo contundente de mi constante
contradicción, no me gusta para nada Sartre,
no adhiero al existencialismo, me es insoportable Simone de Beauvoir (por lo
despiadadamente certera), me duermo con Camus, y creo firmemente en
que los hombres nunca tienen sino la vida que se
merecen.
Puede que se deba, citando
a Eco, al catolicismo de mi infancia, al ser educada bajo el slogan del libre
albedrío. Si somos responsables
de nuestros actos, obviamente somos hacedores de nuestro destino. Pueden que las circunstancias sean más o
menos amables o que, por el contrario, nos jueguen de fatal adversario; pero si
somos libres (si optamos por serlo)
lo que hacemos es lo que queremos y lo que salga tiene que ver exclusivamente con
nuestra intención y vocación.
El género
con el que uno nace no es muy distinto de haber nacido con el cabello oscuro,
altura retacona y hablando la lengua
cervantina. Son hechos, no un
destino. Lo que se hace y eventualmente
lo que se logra o hasta donde se llega depende de uno. Argüir que no alcancé mis metas por el color
de pelo o por mi idioma me suena tan estúpido como decir que no lo hice por ser
mujer. Excusas. Sigo pegada a las máximas de mi infancia: se cosecha lo que se siembra. Y sembrar implica trabajo, duro, constante y
contra el clima. No en vano la etimología
de “cultura” es cultivar, trabajar
sobre lo existente para generar algo que antes
no estaba. La acción hacedora del hombre
que transforma lo dado. Claro, implica mucho trabajo, compromiso y posibilidad de fracaso. Riesgo. Y claro, uno al final recoge en proporción:
todos tenemos al cabo ni más ni menos de lo que nos merecemos.
Demasiada
cafeína de por medio, hace pocos día, debatía -indignada por la oposición- que la “profesión más antigua del mundo” había
sido obviamente ejercida por mujeres. Pero no
hablaba de la prostitución, sino de las artes plásticas. Las pinturas rupestres de las cuevas debieron
haber sido realizadas por mujeres, ya que eran las que se quedaban dentro con
las crías mientras los hombres desaparecían tras la caza. Y en los largos días de invierno eran ellas
las que contaban con la oportunidad de reseñar arañando las piedras las idiosincrasias de
su tiempo. Las mujeres, con manos más chicas
y más hábiles por sus haceres "domésticos", resultan físicamente más idóneas para suponerlas autoras de las
rupestrerías. Tal vez hasta usaban esos dibujos para educar a los hijos sobre las realidades por fuera de la cueva.
Pero, como
siempre, las mujeres hacemos las cosas con naturalidad, con lógica de cotidianidad,
sin aspavientos. Los hombres, nunca
mejor simbolizados que con un pavo real, cuando hace algo necesita llamar la
atención, el reconocimiento público, la reafirmación constante de su autoestima. El primer artista plástico no fue un hombre, biológicamente
la sutileza y la habilidad manual han implicado siglos de mutaciones genéticas
y adaptación cultural, pero seguramente fue un hombre el primero en reclamar
autoría. Sospecho que en proporción,
siempre ha habido más mujeres que hombres artistas (somos más las hembras para
preservar la especie y porque los hombres gustan esos juegos mortales de la
guerra). Pero ellos fueron los que
salieron a pavonear su talento y a hacer trascender la obra. ¿Las mujeres no
ocupamos el mismo espacio en los museos?
Cierto. Pero no por talento, sino
por pura antropología cultural y contingencia histórica.
La civilización
(y las religiones) le permitió al
hombre la usurpación del poder y el sometimiento femenino. Pero desde hace mucho tiempo las mujeres
luchamos por revertir ese abuso y alcanzar un plano de igualdad. Mucha sangre ha corrido hasta acá para que
hoy las mujeres contemos con sobradas
herramientas para exigir los mismos derechos que cualquier otro ser
humano. Y si no lo hacemos es nuestra
decisión (por las razones que sean en
cada caso personal). Por eso, todo hombre (y mujer) tiene la
vida que se merece.
Post data: Las obras que se reproducen en esta entrada
son de la serie “Las Flores del Mal”, y tienen casi 25 años. Las veo espantosas a nivel técnico (creo haber mejorado algo); pero siguen recordándome
la pasión de descubrir a Baudelaire y
por eso les tengo un cariño tan grande (aunque
de hecho no sepa por dónde andan ahora).
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