miércoles, 2 de marzo de 2016






     “Las intenciones conscientes pueden servir como llave para decodificar las intenciones inconscientes”- me dice, y sólo puedo preguntarme (honestamente escandalizada)  por qué querría alguien desentrañar semejante misterio.  Que mi inconsciente siga donde está, allá en el fondo, sin estorbar mi ya complicado plano consciente. Demasiadas vidas (¿demasiadas personalidades?) como para agregar más conflicto al batiburrillo de mi identidad.

    Sé que lo motiva la diversión.  Debe verme como un conejillo de indias proverbial.   “No voy con la terapia” repito, por si no me oyó el millón y medio de veces que se lo dije antes.  Y parafraseando a Borges le recuerdo que “el psicoanálisis es la rama obscena de la ciencia ficción”.  

     No me hace caso e insiste en su teoría de que en mis obras se encubre con un discurso seudo-intelectual un cuestionamiento visceral al machismo tradicionalista de mi entorno.  Es inútil explicarle que fui criada entre mujeres, y que se me educó como si fuera un varón: priorizando el conocimiento y el sentido común para poder ganarme la vida trabajando.  No se me enseñó ni a cocina ni a coser, se me inculcaron los libros y la curiosidad infinita, más la obligación irrenunciable de hacerme cargo de mi misma.  No tiene importancia.  Yo sigo siendo una mujercita sometida que se quiere revelar. Lo soporto el tiempo que dura un frapuchino caramel con leche descremada y sin crema (estoy, como siempre, a dieta).  Su argumentación empeñosa es la de un hombre que tiene que explicar en el capricho o en el resentimiento el que una mujer sea tranquilamente independiente y por completo inmune a la lucha de sexos.  No puede aceptar que el arte se fundamente para mí en un absoluto hedonismo; sólo es aceptable que se trate de un grito angustiado de vindicación.



    
     Medio me exige que le reconozca lo de las estampitas (la amistad de años le da data que supone me pondrá en evidencia).  Se lo reconozco –nunca lo negué-: las estampitas eran de mi abuela.  “Y antes de Eva fue Lilith…”  ¿Y qué?


     “Estas cuestionando tu cultura de base, el rol doméstico que te antecedió”.  No.  Ragnarök es el ocaso de las religiones históricas, el retorno de Lilith a su origen, cuando eran ella y el dios creador.  Mujer y varón, en plano de igualdad, antes de la cursilería de Eva y Adan y el absurdo misógino de la costilla prestada.  Las estampitas fungen de rosa de los vientos que ubica el personaje en la esfera de la fe cristiana. Lilith,  originaria y poderosa, en contraste con las santas, vírgenes y mártires, siempre sufrientes, siempre secundarias, siempre por afuera de la protagónica santísima trinidad.  Mas el hecho conocido e incuestionable de que no puedo tirar nada: si conservo cajas y cartones de descarte ¡imaginate unas estampita antiguas tan lindas y candorosas!  

        Tal vez hagamos tablas si acepto que reciclo mi pasado al incluirlo en mis obras.  Que él de por hecho que lo hago para asumirlo y liberarme,  yo justificaré mi acción artística diciendo que lo "fagocito" siguiendo los concejos de Dalí; la verdad será  que fue para no tirar esas viejas y algo rotas estampitas religiosas con las que jugaba en mi infancia.  





(También las había pegado en Ruinas Religiosas, pero no recuerda esa obra porque la vendí hace años a un coleccionista mexicano; no sé si eso desbaratará su versión o la mía...)









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