miércoles, 9 de marzo de 2016




     Sumo dos más dos y mezclo.  Por estos días de tanto debate sobre arte y género, cuestionando el por qué si hay tantas mujeres creando y participando en el medio, los lugares de privilegio (o sea: donde se mueve más dinero) son ocupados invariablemente por hombres, leo una desopilante reseña sobre Arco escrita por Javier Malevo en Vice (http://www.vice.com/ ), “Fui un farsante entre los farsantes de ARCO”, donde cuenta que: 

      “Visité ARCO con la intención de saber por qué uno termina llevándose a casa, para alguna de sus casas, un determinado pedazo de hierro, de tela o similares, pagando el sueldo de un año de una persona común. Cómo te lían a ese nivel para que sea esa cosa y no otra. Quería presenciar cómo hacen magia unos profesionales que son capaces de ponerle el precio de un coche a un ladrillo metido en una mochila con una coartada irrefutable. (…)  Así comenzó el recorrido por los dos pabellones de la Feria entre tiracuartos, vendehúmos, amantes del arte, artistas interesados por el trabajo de compañeros o en busca de la fórmula mágica para estar en catálogo, algún que otro mamarracho (aunque en este contexto se conocen como excéntricos), currantes del sector y muchos curiosos.” 


  


      ¿Tendrá que ver que lo que se conoce como “mercado de arte” se volvió un circo patético donde lo que menos hay es arte?  ¿Será que el sentido común y cierta forma de ética inconmovible condicionan a las mujeres?  ¿Puede que –aun a plano subconsciente- observemos la farsa de ese mercado con la serena condescendencia con la que vemos a niños pequeños jugando en un arenero?  Los dejamos ensuciarse, hasta romper sus juguetes, sabiendo que esas experiencias son parte del aprendizaje y del crecimiento, pero no participamos porque sabemos que nuestro rol es otro?

      Tal vez tenemos claro que hacer arte no es hacer dinero, ni estar permanentemente en la vidriera, ni vivir para el espectáculo y el probable ridículo.  Que el acto creativo es íntimo y solitario, que la obra se hace para que nos trascienda, que nos avance y nos deje atrás y en el olvido.  Pregunto, porque no lo sé.  Pregunto desde el lugar real de dedicarme al arte sin que el mercado me halla dado jamás la más mínima chance de acceso, estando  afuera con destino de nunca entrar, de jamás  acceder a ese selecto club de los "consagrados",  pero con la absoluta certeza de que mi no pertenecer nada tiene que ver con mi género.  




     Insisto: por experiencia personal no he sido discriminada por ser mujer (de sólo sospecharlo remotamente hubiera armado escándalo de altura con instancia judicial incluída); se me "rechaza" por mi falta de formación  y carencia de contactos, por mi negativa al marketing publicitario, por mi ineptitud para la sociabilización careta y la genuflexión estratégica.  Pero acá, en Buenos Aires, si uno adhiere a las reglas del mercado poco importa el género, se llega igual que cualquier caballero.  De hecho, una de las artistas más popular y con mejor cotización es una mujer, la Minujín (y hablábamos de circo...)

     Por estos lados puede que tengamos muchos problemas, pero las mujeres (al menos, algunas mujeres) no pensamos en discriminación sexista porque ya no la entendemos como posible.  Es como el asunto de la inmortalidad.  "Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. " dice  Borges.   Yo estoy convencida de mi igualdad absoluta de derechos, actúo en consecuencia y no concibo (ni lo permitiría si lo intentaran) que se me impida algo sólo por mi género.  No  me va el papel de víctima y justificar mi fracaso escudándome en que "soy mujer" me daría profunda vergüenza.

      Pero puede que respecto a esto esté, como con muchas otras cosas, completamente equivocada.  









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