Sumo dos
más dos y mezclo. Por estos días de tanto
debate sobre arte y género, cuestionando el por qué si hay tantas mujeres
creando y participando en el medio, los lugares de privilegio (o sea: donde se
mueve más dinero) son ocupados invariablemente por hombres, leo una desopilante
reseña sobre Arco escrita por Javier
Malevo en Vice (http://www.vice.com/ ), “Fui un farsante entre los
farsantes de ARCO”, donde cuenta que:
“Visité ARCO con la intención de saber por qué uno termina llevándose a
casa, para alguna de sus casas, un determinado pedazo de hierro, de tela o
similares, pagando el sueldo de un año de una persona común. Cómo te lían a ese
nivel para que sea esa cosa y no otra. Quería presenciar cómo hacen magia unos
profesionales que son capaces de ponerle el precio de un coche a un ladrillo
metido en una mochila con una coartada irrefutable. (…) Así comenzó el recorrido por los dos
pabellones de la Feria entre tiracuartos, vendehúmos, amantes del arte,
artistas interesados por el trabajo de compañeros o en busca de la fórmula
mágica para estar en catálogo, algún que otro mamarracho (aunque en este contexto
se conocen como excéntricos), currantes del sector y muchos curiosos.”
¿Tendrá que
ver que lo que se conoce como “mercado de arte” se volvió un circo patético
donde lo que menos hay es arte? ¿Será que el sentido común y cierta forma de
ética inconmovible condicionan a las mujeres?
¿Puede que –aun a plano subconsciente- observemos la farsa de ese
mercado con la serena condescendencia con la que vemos a niños pequeños jugando
en un arenero? Los dejamos ensuciarse, hasta
romper sus juguetes, sabiendo que esas experiencias son parte del aprendizaje y
del crecimiento, pero no participamos porque sabemos que nuestro rol es otro?
Tal
vez tenemos claro que hacer arte no es hacer dinero, ni estar permanentemente
en la vidriera, ni vivir para el espectáculo y el probable ridículo. Que el acto creativo es íntimo y solitario,
que la obra se hace para que nos trascienda, que nos avance y nos deje atrás y
en el olvido. Pregunto, porque no lo sé. Pregunto desde el lugar real de dedicarme al arte sin que el mercado me halla dado jamás la más mínima chance de acceso, estando afuera con destino de nunca entrar, de jamás acceder a ese selecto club de los "consagrados", pero con la absoluta certeza de que mi no pertenecer nada tiene que ver con mi género.
Insisto: por experiencia personal no he sido discriminada por ser mujer (de sólo sospecharlo remotamente hubiera armado escándalo de altura con instancia judicial incluída); se me "rechaza" por mi falta de formación y carencia de contactos, por mi negativa al marketing publicitario, por mi ineptitud para la sociabilización careta y la genuflexión estratégica. Pero acá, en Buenos Aires, si uno adhiere a las reglas del mercado poco importa el género, se llega igual que cualquier caballero. De hecho, una de las artistas más popular y con mejor cotización es una mujer, la Minujín (y hablábamos de circo...)
Por estos lados puede que tengamos muchos problemas, pero las mujeres (al menos, algunas mujeres) no pensamos en discriminación sexista porque ya no la entendemos como posible. Es como el asunto de la inmortalidad. "Ser
inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran
la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. " dice Borges. Yo estoy convencida de mi igualdad absoluta de derechos, actúo en consecuencia y no concibo (ni lo permitiría si lo intentaran) que se me impida algo sólo por mi género. No me va el papel de víctima y justificar mi fracaso escudándome en que "soy mujer" me daría profunda vergüenza.
Pero puede que respecto a esto esté, como con muchas otras cosas, completamente equivocada.
Pero puede que respecto a esto esté, como con muchas otras cosas, completamente equivocada.
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