“No
se mezclan cebollas con naranjas”,
nos decía la maestra, allá por los primeros años de primaria, en la
escuela 15 de Lanús, cuando bregaba por darnos los andamiajes básicos del pensamiento
lógico. Cómo cambian los tiempos (y la lógica)... Hoy naranjas y cebollas se
me mezclan con facilidad en un suave chutney para acompañar carré de cerdo. Pero me distraigo. Ayer me vino a la cabeza esa premisa infantil
mientras leía un artículo sobre el mercado de arte en la Argentina (que vendría a ser en Baires, si quiero ser exacta):
“No
se mezclan obras de arte con zapatos”, sería mejor axioma que el de los bulbos con
cítricos. ¡No es lo mismo!, exclamé indignadísima con la lectura. Pero cuando me calmé, comprendí que –de nuevo- la mezcla no sólo era posible
sino efectiva en los hechos. ¿Qué es una
galería de arte? Una tienda. ¿Qué es un galerista/marchand/dealer
o como se autodenomine según la moda actual?
Un tendero. Y para un tendero vender zapatos o arte es
exactamente igual, meros objetos de intercambio; lo que cuenta es el resultado
de la venta. El dinero. Sí, se mezclan cebollas con naranjas y
zapatos con arte.
La premisa
correcta sería que es imposible mezclar (entendiendo “mezcla” como coincidencia de razonamiento) artistas con
tenderos. Porque estos últimos
condicionan su acción al resultado: hacer negocio, generar dinero. Sin dinero no hay tenderos. El artista condiciona su acción a la acción
misma, al hacer, al crear; el resultado es indistinto, ya que el resultado es
la obra y se sabe que concluida (o
abandonada, Leonardo dixit) es
independiente de su autor. Es tan dispar
el razonamiento, las motivaciones, la comprensión del mundo, que jamás podrá
compatibilizarse lo que entiende por objetivo quien hace arte y quien sólo
busca obtener dinero vendiendo lo que el circunstancial mercado compre.
Entonces,
¿por qué me enojo? ¿Por qué me exasperan
esos largos tratados sobre lo que es el arte que proclama cualquiera que no sea
artista? El tendero-galerista vende objetos;
el tendero-crítico de arte vende su opinión, el tendero-periodista especializado/historiador
de arte/ curador independiente vende su consulting. Ninguno gasta un segundo de su tiempo si no
recibe a cambio el efectivo que compense su sapiencia o su habilidad para la
venta al mejor postor. Los artistas
desperdiciamos toda la vida corriendo detrás de una emoción, un color, una idea,
sin pedir nada a cambio. Son dos visiones
tan distintas que no se puede, seriamente, trazar vínculos de comunicación o coincidencia.
Tengo que recordármelo
constantemente, ya que a lo que se tiene acceso con más facilidad es a las
opiniones y manifiestos infalibles de todos los tenderos en sus distintas
vertientes. La opinión del artista no
importa mucho. De hecho, también es
lógico: el artista está ocupado en otra cosa (su obra), no en ir adoctrinando por ahí. El artista mira para adentro, persiguiendo la posibilidad de un alma; el tendero mira para afuera, para la ovación y el consumo del público.
Entonces,
¿a qué hacerse mala sangre? Las cosas
son así. No mezclemos tenderos con
artistas.
Post data: Si, soy consciente: no me hago de amigos (en el mercado) escribiendo estas cosas. Lo tengo claro. Tampoco se mezcla la honestidad con los negocios, y yo no sé ser otra cosa que lo que soy.
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