-“El artista necesita un
traductor, un exégeta. Alguien que lo
explique para que su delirio creativo sea accesible al resto de las
personas…”- me
dice el muy caradura. ¡Un
traductor! Logró hacerme pasar del enojo
civilizado a la furia primitiva.
En su
versión de los hechos, el artista es siempre un ser perturbado, un adicto
borrachín susceptible a todas las perversidades y decadencias, que en raptos místicos de iluminación crea una
obra que sólo los iniciados (los críticos y los curadores) pueden decodificar
para permitir a ella el acceso de las masas.
Toda la sabiduría del universo, la visión preclara e infalible,
corresponde a estos “traductores”, a
estos seres superiores que actúan de medio entre el pobre artista (poco
menos que un engendro balbuceante incapaz de coherencia) y un público
tipo oveja que sólo consume lo que ellos le autorizan consumir. Definitivamente, me ofende a mí como artista
y al resto del mundo como espectador y destinatario de toda manifestación
cultural.
¿Pero qué
les pasa? A todos. A los críticos y curadores (o comisarios, art-dealers, marchands,
art-coutchs o como se quieran llamar ahora), que parecen haberse creído su
propio cuento. No, señores, no es
cierto. Su pose de superior arrogancia
es ni más ni menos que una pose y
todos los que llevamos suficiente tiempo en esto sabemos que sus “opiniones” tienen tarifario. Y a los artistas, que hacemos como que aceptamos
que nos maltraten y nos menosprecien constantemente; que actuamos como
convencidos de ser de una casta inferior y nos cuidamos de no hacer ni decir
nada que haga enojar al influencer cultural
de turno. Nuestra obra es una cuestión
secundaria, somos “artistas” si el
autodenominado crítico más importante
del momento nos pone en twitter un emoticón con sonrisita. ¡¡¡¿Qué
nos pasa?!!!
Sí, me
calmo. Si para lo que sirve mi ataque de
ira… Así se manejan las cosas por estos
tiempos. Supongo que la única actitud
digna es salirse de un juego donde las propias reglas denigran al jugador. Y como la buena educación se impone, te
agradezco el interés de proponerte (¡magnánimamente!) como mi traductor pero, ¿sabés qué?, prefiero que no se me entienda. Gracias.
Pero no.
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