jueves, 26 de diciembre de 2013

BRINDIS ACALORADOS Y REFLEXIVOS






     Ya que el calor no me permite (dice un sádico desde la radio que en este momento en Aeroparque hace de sensación térmica 46 grados centígrados) mayor acción que estar tirada como lagarta sobre el piso de cerámica donde a duras penas gotea el frío desalentado del Split, que sopla de a ratos ya que de a ratos la tensión de la electricidad sube un poquito como para que amague a enfriar, me deleito pese a todo pronóstico y lógica en la lectura de mi auto-regalo navideño. 

      Ni que aclarar que alguien maldecido con complejo de bibliotecaria frustrada realiza la mayoría de sus compras navideñas en una librería. Y en el revoleo compré para mí –recién salido de imprenta- lo último de Fernando Savater Figuraciones mías”, un compendio de artículos que no pueden calificarse de otro modo que deliciosos en forma y contenido. 

      Y continuando con mi empeño de no aflojar el festejo hasta pisar el 14, solemnemente (tirada en el piso, con un camisón empañado por la transpiración, los pelos indescriptibles en un rodete que se ha visto aplastado por la almohada y apelmazado por el sudor) brindo por Savater y la filosofía, y por su dejo vasco, cordial y divertido, que vuelve todas sus palabras en una charla feliz de larga sobremesa; brindo por mi decisión de hacer de su frase de contratapa (“Piense usted. Como quiera y pueda, pero piense. Luego razone su pensamiento con los demás, para pensar mejor.”) mi lema y mi blazón para el año a iniciar. Brindo por el placer intelectual de una magnífica lectura que puede hacer desaparecer el entorno ingrato de un calor desaforado, un país en crisis energética y políticos a cargo que se toman el buque (léase: ministros y secretarios del área de energía de-va-ca-cio-nes) mientras acontece el ataque de palometas asesinas en los ríos rosarinos (no es un chiste: pasó).






     Y brindo hasta el éxtasis y la borrachera por el texto que trascribo que compendia mis reflexiones del último tiempo sobre cómo y por qué el artista se relaciona con su entorno: 

Para el escritor o el artista, la gran amenaza no son quienes lo aborrecen, que pueden resultar estimulantes o por lo menos divertidos, sino los que dicen adorarle. Afectan la debilidad esencial de nuestro ánimo, siempre inseguro y ávido de refuerzos. Aunque estemos convencidos de que quien nos elogia es poco de fiar intelectual o moralmente, basta el primer encomio para que reconsideremos nuestra opinión sobre él y empecemos a encontrarle disculpas y cierta prestancia. Aunque lo bueno es gustar de vivir, a menudo confundimos eso con vivir de gustar, que es algo bastante más menesteroso y deleznable. Claro que tampoco en este asunto hay que pasarse de puritanos: nadie es responsable de sus admiradores, siempre que no les halague a sabiendas para ganarse su ovación. Incluso puede haber admiradores que tengan la honradez de preferir que se los trate como adultos y se les lleve la contraria. Otros en cambio son mucho más condicionales y de su admiración nos enteramos por lo general cuando nos notifican que, ay, la hemos perdido: ´Con lo que yo le admiraba a usted, pero me ha decepcionado cuando escribió tal cosa o hizo tal otra´. Este tipo de declaraciones animan y hacen sentir vivo porque demuestran que no nos hemos convertido en estatuas: seguimos caminando, tropezando y cayendo pero en marcha, mientras que el decepcionado se queda refunfuñando junto al monumento del pasado, mirando a las palomas irreverentes que le cagan en el sombrero emplumado. Ésa es la diferencia entre el orgullo, que se exige y valora así mismo a pesar del criterio de la mayoría, y la vanidad, que sólo como de la mano ajena. Lo que en el fondo uno quisiera de verdad es encontrar un pecho fraterno para morir abrazado, como en el tango, aunque sabemos que es muy raro que ese galardón se consiga por medio de un libro, un cuadro o una película. Sólo a unos pocos se les puede pedir adhesión inquebrantable (es decir, tan consciente de nuestros defectos seguros como de nuestras virtudes dudosas) y a esos happy few no se les suele conquistar por vía de la estética sino utilizando trucos más sofisticados, como el amor y cosas así. Por lo demás es bueno acostumbrarse a la intemperie, que según el clásico también es una forma de arquitectura.” 

 Fernando Savater, Figuraciones mías, Editorial Paidós Buenos Aires Noviembre 2013, pág. 72/73.





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