Vaguedades bibliófilas
El miércoles, deambulando por mi circuito habitual de librerías, me entero que una de mis paradas favoritas (Libertador en Corrientes entre Uruguay y Talcahuano) está mudándose del otro lado de Callao. “Van a poner un restaurante” me explica sin entusiasmo el muchacho de la caja. La nueva dirección me la va a dejar fuera de mi radio de acción (escusa políticamente correcta para estar husmeando entre deber y deber en busca de placer). Revolví con el esmero de una eventual “última vez” y salí con tres libros acomodados estratégicamente en mi carpeta de trabajo para disimular.
Uno de ellos, un librito nuevo pero de hojas manchadas por la humedad que ostentaba el irrisorio precio de $ 4.- (ni siquiera cincuenta centavos de dólar al cambio real), trataba de Borges. Ameno y evidentemente compilado desde el afecto, lo leí de un tirón en el viaje de vuelta en el 37. Y pese a tener mucho material sobre Borges y haber leído casi todo lo publicado y lo dicho, me topé con un fragmento sobre política increíblemente aplicable al hoy. Hubiera querido creer en profecías pero colegí lo obvio: no aprendemos más.
“El jurisconsulto holandés Hans Kelsen definió el anarquismo como la exaltación del espíritu. Borges pensaba: “Por ahora el estado y la policía son males necesarios. Si todos los hombres fueran morales, podría prescindirse de esos rigores. Temo que nuestro porvenir inmediato sea no menos duro que el presente. ¿Qué pensar de una doctrina que cambia según los colores del mapa? En Grecia, donde cada hombre se definía por su ciudad –Heráclito de Efeso, Apolonio de Rodas, Zenón de Elea- los estoicos se declararon cosmopolitas, ciudadanos del mundo. Debemos tratar de ser dignos de ese antiguo propósito. Se justificarían así los imperios, que abarcaron, o abarcan, muy dilatados territorios y que serían acaso el camino hacia una futura ciudadanía planetaria. ” Describió el nacionalismo como “el mayor de los males de nuestro tiempo. Desdichadamente para los hombres, el planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de una mitología peculiar, de derechos, de agravios, de fronteras, de banderas, de escudos y de mapas. Mientras dure este arbitrario estado de cosas, serán inevitables las guerras. Lógicamente el nacionalismo es insostenible”. También “la injusta y arbitraria distribución de las riquezas espirituales y materiales” formaban parte de otros males. “En la República Argentina el Ministerio de Educación está, y siempre estará, desguarnecido.” Además se preguntaba: “¿Qué pensar de poetas incapaces de reconocer un endecasílabo? ¿Qué pensar de escritores que se apodan de intelectuales, de ministros que arruinan un país y se apodan de economistas, de ciegos que se apodan de no videntes?” …¿Y qué hacer para liberarnos del nacionalismo? “La tarea es difícil. Como dijo Oscar Wilde, la historia que aprendemos no es otra cosa que una serie de crónicas policiales. Mi padre solía decir que en este país el catecismo ha sido reemplazado por la historia argentina. Del cuto de Dios o de los santos hemos pasado al culto de los próceres. Bertrand Russell sugiere que los alumnos estudien la gradual derrota de Napoleón a través de los boletines del propio emperador, para aprender a desconfiar de lo que se publica. Dijo, además, que hay que enseñar a la gente a leer los periódicos. Recuerdo, durante la Primera Guerra Mundial, haber leído los despachos oficiales de cada país. Los alemanes afirmaban: ´nuestras fuerzas han ocupado la ciudad X´; los aliados decían: ´la ofensiva alemana no pasó más allá de la ciudad X´". Al preguntarle cómo explicaría la inclinación, aparentemente innata de los hombres con respecto al poder, Borges, con recato, manifiesta no saber “explicar una inclinación que no sentía y que había observado en pocas personas. El hombre es muy haragán- dijo- y prefiere que otros asuman la responsabilidad de sus actos. Profesar una religión o afiliarse a un partido o a una doctrina es un buen pretexto para no pensar.”
Néstor Montenegro, Borges por el siglo de los siglos Ediciones Simurg Buenos Aires 1999, pág. 41/43
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